ABC MADRID 16-11-2013 página 5

ABC SÁBADO, 16 DE NOVIEMBRE DE 2013 abc. es ENFOQUE 5 La anécdota de la rueda de prensa del Consejo de Ministros la protagonizó Soraya Sáenz de Santamaría, presa de un súbito, comprensible y muy natural ataque de risa EFE Retrato al natural El virus de la sonrisa JAIME GONZÁLEZ La imagen se prestaba al equívoco: Soraya Sáenz de Santamaría aparecía en pantalla desternillada de risa; a su lado, Cristóbal Montoro era igual que un autómata de Jacques de Vaucanson, aquel prestigioso relojero que en los comienzos del siglo XVIII inventó El Flautista la primera máquina que imitaba la figura y los movimientos de un ser animado. Con el sonido del televisor quitado, la vicepresidenta daba toda la impresión de estar riéndose a la cara del ministro de Hacienda, que movía frenéticamente la boca y las manos como si le acabaran de dar cuerda. Debajo, sobreimpresionado, un rótulo: Rueda de prensa para informar de las medidas acordadas Cualquiera que no conociera la intrahistoria de la escena se habría preguntado qué es lo que acababa de adoptar el Consejo de Ministros para desatar las carcajadas de la número dos del Gobierno. Los más desconfiados correrían a informarse: visto bueno al nuevo plan de pago a proveedores, funcionamiento del Registro Público Concursal y aprobación del uso de aceiteras irrellenables en la hostelería. Nada susceptible de chanza. Entonces, ¿por qué las risas? La razón es sencilla: Montoro se había convertido en el autómata de Jacques de Vaucanson para liberar en la medida de lo posible a Soraya Sáenz de Santamaría del peso de una comparecencia a la que acudía noqueada por un inoportuno virus que le había contagiado su hijo. Y la imagen de la vicepresidenta no era otra cosa que una carcajada agradecida a su esmerado compañero por la espléndida representación de El Flautista La anécdota me sirve para elevar a categoría la humanización de la política y para reinvidicar el uso de la risa como remedio natural contra el estreñimiento y las asperezas en la piel de nuestros representantes públicos. Azotados por el reproche y la crítica, no han encontrado mejor mecanismo de defensa que endurecer el semblante por miedo a que la sociedad malinterprete sus gestos y confunda una simple sonrisa con un acto de agravio o de falta de respeto al sufrimiento de un país machacado por la crisis. Reconforta que, de vez en cuando, se quiten la máscara de plástico para mostrarse de carne y hueso ante el público. La anécdota de Soraya desternillada y Montoro en el papel de El Flautista puede llegar a tener más valor que la aprobación del uso de aceiteras irrellenables en la hostelería. Y, sin duda, resulta mucho más divertida que el funcionamiento del Registro Público Concursal.