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ABC MADRID 05-10-2013 página 14
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ABC MADRID 05-10-2013 página 14

  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES PUEBLA SÁBADO, 5 DE OCTUBRE DE 2013 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO EL ESTADO Y TÚ Las autoridades de Madrid van a examinar a los músicos callejeros. ¿No hay nada mejor que hacer? bamos en el metro. Aún zumbaba el calor en Madrid. Viajábamos como salchichas enlatadas. Pero ya se sabe que toda situación mala es susceptible de empeorar. En la parada de Ventas subió al vagón un cuarentón fornido, armado con un altavoz portátil. Micro en mano, saludó al pasaje con exquisita flema: Buenas tardes, señoras y señores. Y gracias por su ayuda Acto seguido, enchufó la música del playback y se arrancó con El día que me quieras El acento del intérprete parecía más del Este que argentino. Su recreación del clásico resultó más próxima al bolerazo cremoso de Luis Miguel que al elegante original de Gardel. Pero el tío no se desempeñaba mal (comparado con la versión que en su día perpetró Calamaro, el del metro se merecía un Grammy) El problema era el volumen, que dificultaba hablar, y el chirrido cruel de los acoples. Demasiada tralla. Cambiamos de vagón en la siguiente parada, no fuese a ser que se animase con Alfonsina y el mar que dura seis minutos... Por fortuna las autoridades velan por nosotros. Las de Madrid han anunciado que examinarán a los músicos callejeros, a fin de certificar que alcanzan el mínimo de calidad para actuar. Los intérpretes serán evaluados por un tribunal. Es de imaginar que la oposición irá en serio, con jueces de fuste: -Ana Botella: Buenas tardes, caballero. Y usted, ¿qué toca exactamente? -Músico callejero: Sé silbar entera la Misa en Si Menor de Bach. -Ana Botella: Vaya. ¿En inglés? -Músico callejero: No, señora, la silbo en latín. -Ana Botella: Wonderful. -Ignacio González: ¿Y no sabe usted hacer algo tipo show de casino de Las Vegas? Ya sabe que andamos con lo de Adelson... -Músico callejero: Hombre, de chaval me sabía la sintonía de Bonanza -Risto Mejide: ¡Bonanza! Eso es prehistoria, tío. Estás eliminado. Eres un despojo estético. -Ana e Ignacio: Risto, por favor, ¡estamos en directo en Telemadrid! Pasión por entrometer al Estado en todas las esferas de la vida. Si el maquinista de un tren comete un clamoroso fallo humano, buscamos al culpable en moquetas lejanas, porque el Estado debe garantizarnos la seguridad universal. Pretendemos que el Estado se encargue de la educación de unos niños que ven a sus padres una hora al día. El Estado ha de salvar a los bancos y devolver su dinero a los particulares que arriesgaron en productos dudosos (voluntariamente y algunos ufanándose de lo mucho que ganaban) El Estado tiene que financiar a Toxo y Méndez, quemar millones en las naderías de cineastas insufribles, sufragar las verbenas estivales de Bisbal y Papito... Una sociedad civil infantilizada. Desprecio del esfuerzo. Acoso a las libertades personales. Infravaloración de la iniciativa. Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de lo que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos Lo advertía el viejo Ortega en 1929. Y ahí estamos: examinando a los músicos callejeros. Í LLUVIA ÁCIDA DAVID GISTAU EL ÁTICO Jamás me gustó esa experimentación social de la nueva hornada popular en el País Vasco que pasaba por salir de potes con abertzales O me gustan los partidos políticos, su paradigma sectario, su gregarismo, el modo en que alienan personas para amoldarlas a la consigna, la retórica pomposa con la que disfrazan ambiciones particulares. La militancia impone incluso un neolenguaje de laboratorio, comunal, que transforma a los seres humanos en contestadores automáticos. Con todo, a este disgusto siempre le admití una excepción, la que me obligó a admirar a quienes ingresaran en un partido constitucionalista en el País Vasco. La elección de sacrificar una existencia normal, de aceptar el miedo cotidiano e incluso la posibilidad del asesinato por unos valores que en cualquier otro lugar languidecen por rutinarios, ubicaban al militante en un plano distinto en el que se volvían reconocibles el coraje y el mérito. Hace algunas semanas, coincidí con Borja Sémper en el programa de Carlos Alsina, al que había ido para presentar su libro. Sémper, que me pareció un hombre vocacional y sincero, a veces demasiado atento a que sus palabras no chocaran demasiado con la disciplina de partido, se emocionó de un modo imperceptible para el oyente cuando Alsina lo obligó a recordar que su toma de conciencia definitiva estuvo vinculada al asesinato de Gregorio Ordóñez, que había sido algo así como su figura tutelar. Me pareció un motivo trágico, pero limpio, moral, para llevar el carné de un partido en la cartera. N En la conversación, con todo el respeto obligado por el hecho de no haber conocido jamás los rigores de su exposición personal, sí le señalé una discrepancia. Jamás me gustó esa experimentación social de la nueva hornada popular en el País Vasco que pasaba por salir de potes con abertzales y de presumir, como hizo el alcalde Maroto, de tener una peluquera simpatizante de Batasuna. Había un anhelo de integración precipitado, un premio demasiado elevado para quien tan sólo había hecho el pequeño favor de perdonarnos la vida a todos, sin renunciar al prestigio del terror, sin renegar de un historial criminal cuyos mecanismos mentales exclusivos permanecían intactos, por más que no fluyeran ya al gatillo o al botón de la bomba. El propio Sémper se esforzaba por disociar Bildu y ETA con un entusiasmo más justificado por la esperanza que por la experiencia. Antaño, comparé esa fiesta de la normalización, que hacía pasar por aguafiestas radicales a los constitucionalistas más pendientes de quién les cortaba el pelo, con la crónica de Tom Wolfe en el ático de Leonard Bernstein donde la burguesía progresista de Manhattan invitó a canapés a los buenos salvajes de los Panteras Negras mientras éstos les explicaban que en cuanto pudieran los matarían a todos. Borja Sémper ha protagonizado intervenciones muy meritorias en el Parlamento vasco, donde hace dos días pasó un mal rato, abandonado incluso por la cobardía, o la complicidad, de la presidencia. No es sólo que las camisetas azules de Herrira constituyan otro automatismo más de los muchos que refutan que Bildu y ETA sean disociables. Es que, además, el insulto de ¡Fascista! revela que permanece inalterable el hábito del matonismo, de la cosificación del otro, aunque ya no trascienda lo civil. Para quien tanto, y con tanto desgaste personal, se ha esforzado por acreditar la normalidad de Bildu, ha de ser espantosamente frustrante comprobar que no existe reciprocidad, y que el odio y la querencia a ETA son los de siempre. Por episodios como éste, como por la persistencia de un relato atroz, ha de enterarse Sémper de a quién invitó, no ya a canapés, sino a potes, en el ático desde el cual oteaba el futuro.

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