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ABC MADRID 04-10-2013 página 15
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ABC MADRID 04-10-2013 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 4 DE OCTUBRE DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 15 EL BURLADERO UNA RAYA EN EL AGUA CARLOS HERRERA EL PILAR Y LA BOMBA Un grupo de exaltados de extrema derecha son un grave atentado a la convivencia que lo son pero un grupo de artificieros dispuestos a reventar feligreses y feligresías, no M ATEO Morral fue un niño pijo de Sabadell, hijo del textil, ilustrado y viajado, bibliotecario y políglota, que de tournée por Alemania siempre Alemania conoció el anarquismo tan de uso corriente en los albores del siglo XX. Su hazaña consistió en matar a dos docenas de civiles mediante el lanzamiento de una bomba camuflada en un ramo de flores al paso del carruaje de los recién casados Reyes de España Alfonso XIII y Victoria Eugenia. El ramo tropezó, al parecer, con los cables del tranvía y, en lugar de alcanzar a los recién casados, acabó con la vida de quienes andaban por ahí aplaudiendo a los contrayentes (menudo estreno tuvo, por cierto, la Soberana) Como siempre suele pasar con las acciones de los anarquistas, el resultado de la acción fue también anárquico. Morral se suicidó al poco, después de llevarse por delante la vida del guardia que lo detuvo en una venta, pero dejó su nombre para el ideario de las diversas causas anarquistas que le han sucedido en España. Dígase que en el Madrid republicano que a algunos les parece tan heroico, las autoridades bautizaron con su nombre la que hoy y entonces es conocida como calle Mayor. Algo así ha ocurrido hoy en día con el inspirador de crímenes terroristas en Cataluña Jaume Martínez Vendrell. Tal individuo fue el inductor de los asesinatos del industrial Bultó y del exalcalde Viola a finales de los setenta, practicados mediante la aplicación en su torso de una bomba activada a distancia que, literalmente, les despedazó. A tal sujeto, ya felizmente fallecido, ha tiempo le dedicó el ayuntamiento de su ciudad natal, Santa Coloma de Cervelló, una calle en su memoria, aclarando en la placa que su nombre se correspondía con el título de patriota catalá La historia se repite, como vemos. Un difuso grupo de hijos de tal tradición, autobautizados con el nombre del mendaz activista que quiso acabar con la vida de los Reyes, se ha hecho responsable de la colocación de artefactos explosivos en la catedral de la Almudena desactivado por la Policía y en la Basílica de El Pilar de Zaragoza. El artilugio instalado en los bancos de la iglesia aragonesa sí explotó, causando heridas de menos consideración a una transeúnte y no pocos destrozos materiales que, a día de hoy, están felizmente subsanados. La Policía está detrás de los autores y, a buen seguro, no tardará en dar con ellos y ponerlos a buen recaudo. No suelen ser muy listos, dejan pistas y les puede el prurito de reconocerse héroes, que es lo peor que puede hacer un activista cutre del terror. Si ningún juez se pone exquisito y les deja en la calle con cualquier excusa legalista, de aquí a unas horas dormirán al abrigo del hierro de las rejas. Pero no es ese el problema. La pretensión de estos violentos enemigos de cualquier tipo de civilización, anarquistas orgullosos de su limitación mental, es que nadie que acuda a un templo se sienta seguro cuando se disponga a ejercer su particular práctica espiritual. Para ese colectivo jaleado por indecentes concursantes en redes sociales la religión y su relación con la Monarquía pásmense son las causantes de los males de nuestro tiempo. No conviene perder el tiempo en rebatir semejantes estupideces, pero sí es bueno anotar la falta de reacción, aunque fuera con distinta intensidad, que mostraron determinadas fuerzas políticas con la actuación abominable de un comando de energúmenos en la sede Blanquerna de la Generalitat catalana en Madrid el pasado 11 de septiembre. En este caso ni una palabra. Ni una sola petición de comisión correspondiente en el Congreso. Nada. Y ahí reside el problema. Un grupo de exaltados de extrema derecha son un grave atentado a la convivencia que lo son pero un grupo de artificieros dispuestos a reventar feligreses y feligresías, no. Es lo que hay... IGNACIO CAMACHO TEMBLORES Una tierra que tiembla herida por el pinchazo de un gigante industrial: fascinante metáfora de ecologismo primario T JM NIETO Fe de ratas IEMBLA la tierra fangosa del Delta del Ebro, ese Yocknapatawpha mediterráneo al que le falta un Faulkner que lo consagre como territorio mítico, y el Gobierno contiene el aliento a sabiendas de que lo peor que le puede suceder es encontrarse con un Prestige que le dé la puntilla. Y en las lindes de Cataluña, la zona sensible de esta legislatura. En esta oportunidad la Generalitat le ha echado un capote apuntando a los tiempos de Zapatero como la época liminar en que alguien minusvaloró el impacto del proyecto Castor; por segunda vez en pocos meses la primera fue tras la tragedia del tren de Santiago, diseñado en época socialista la bala envenenada de la catástrofe le ha pasado rozando al Gabinete Rajoy. Ante una sociedad que rechaza el factor aleatorio de la calamidad el poder es responsable hasta de la lluvia o del trueno, pero por ahora el marianismo se está librando de ese siniestro intangible que puede gafar un mandato. En el caso de los terremotos de Vinaroz hay además motivo para quejarse por la alta probabilidad de que los temblores procedan de una intervención industrial descuidada con las consecuencias ambientales. Sismicidad inducida apuntan los geólogos con un neologismo tan efectivo como deplorable. Una secuencia de fácil asimilación en el imaginario simbólico de los miedos colectivos: la aguja que inyecta gas en el fondo marino provoca convulsiones telúricas en la costa. La queja de la tierra herida por el pinchazo de un gigante del capitalismo tecnológico. He aquí un frame poderosísimo, una eficaz y fascinante metáfora de ecologismo primario. Con el presidente inoportunamente retratado en Fukushima, las sacudidas de Castellón han encendido la alerta sísmica en La Moncloa, donde la tenaz Soraya no gana para sobresaltos. La vicetodo tiene el suficiente instinto para detectar el peligro de un asunto así, con todos los ingredientes potenciales de un problema de escala: alarma social, prácticas industriales de riesgo, conflicto territorial en ciernes y el factor pánico de la naturaleza desatada. El clásico episodio que a poco que se minimice se acaba convirtiendo en un gigantesco y desestabilizador escándalo. Hace tiempo, en realidad, que el Ejecutivo siente mucho recelo de los imponderables. De la marea negra gallega aprendió Rajoy hasta qué punto ciertos climas de zozobra social desgastan más que los escándalos de la alta política. Se puede minimizar la importancia de un Bárcenas, pero no la repercusión emocional de un accidente. Y menos en la eléctrica atmósfera de sensibilidad que domina a una opinión pública irritada y susceptible. Hasta ahora ha ido sorteando escollos con una mezcla de previsión, vigilancia y suerte. Pero esos tres factores no siempre coinciden, y éste es un Gobierno que no puede hacer lo que el de la Comunidad Valenciana ha aconsejado en caso de terremoto a sus habitantes: meterse debajo de la cama (sic) y esperar a que pase.

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