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ABC MADRID 17-09-2013 página 12
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ABC MADRID 17-09-2013 página 12

  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN COSAS MÍAS PUEBLA MARTES, 17 DE SEPTIEMBRE DE 2013 abc. es opinion ABC EDURNE URIARTE MOVIMIENTO ANTIESPAÑOL La izquierda sigue dominada por su viejo problema de identificación del españolismo con el franquismo OR qué es silenciosa esa mayoría catalana que se siente española y no quiere la independencia? Por mera cuestión de imagen. Resumida en las últimas horas por Albert Boadella y José Bono con una obviedad que aún no hemos repetido suficientemente. Que proclamar la españolidad sigue mereciendo el calificativo de facha Y en tal diagnóstico estriba la respuesta al conflicto nacionalista. En la batalla de las ideas, que es la batalla de las palabras. Tal batalla de las palabras tiene dos partes y, por el momento, nos hemos ocupado sólo de una, y mal. La referida a la identificación de español y facha. Mal, porque los intelectuales catalanes de sentimientos españoles están callados como muertos, salvo alguna honrosa excepción, lo que demuestra que los intelectuales son, por supuesto, tan cobardes como todo el mundo. Porque el PP catalán no acaba de tener un líder suficientemente bueno para representar y explicar todo esto con la eficacia con que sí lo hace Albert Rivera, de Ciutadans, por ejemplo. Porque el socialismo catalán ha desaparecido a la espera de que alguien lo resucite. Porque la izquierda del resto de España sigue dominada por los restos del antifranquismo y su viejo problema de identificación del españolismo con el franquismo. Y porque queda algún conservador con ganas de ser aceptado y encumbrado por todos los anteriores, léase, Margallo. Pero si esa batalla va mal, la otra no va, sencillamente. La de llamar al independentismo por su nombre, lo que constituye una primera y elemental medida para desmontarlo. Como se hace con todos los extremismos dudosamente democráticos. Se trata del mismo problema que tenemos con la extrema izquierda, pero elevado al cubo. Lo de la extrema izquierda consiste, por ejemplo, en que la portavoz socialista, Soraya Rodríguez, haya presentado, la semana pasada, una pregunta para el ministro del Interior sobre el aumento, dice, de la extrema derecha en España. Cuando esta misma política ha apoyado a los movimientos de extrema izquierda, como el de Ada Colau, sin expresar, claro está, su preocupación al ministro del Interior. Y tiene, sin embargo, la desfachatez de preocuparse por la extrema derecha mientras sostiene a la extrema izquierda. Contradicción que resuelve camuflando a la extrema izquierda bajo denominaciones presentables. Que es lo que hacen con el independentismo quienes lo justifican. En lugar de llamarlo por sus nombres, movimiento antiespañol, por ejemplo, o lo que en cualquier otro país llamarían populista, xenófobo y extremista. Por la mentira en torno a la discriminación, por el rechazo y expulsión de todo lo español, por el separatismo, por la exigencia de privilegios económicos, por la ilegalidad. Hay que llamarlo por su nombre, aunque Jordi Évole, ese chico que tanto se preocupó por entender a los proetarras, se ponga de los nervios tras leer el editorial de este periódico contra la sedición independentista. ¿P LLUVIA ÁCIDA DAVID GISTAU EL REPLIEGUE Será porque Obama está demasiado obsesionado por cumplir las expectativas de su propio personaje redentor n las War Rooms de Londres, cuyas pequeñeces resultan agobiantes, incluso sin el Blitz fuera, hay un maniquí que representa a Churchill sosteniendo un teléfono en el minúsculo habitáculo en el que se encerraba para hablar con Roosevelt. La imagen bien podría resumir los desesperados esfuerzos que hizo Churchill para convencer a Roosevelt de que entrara en la guerra, acontecimiento que sólo tendría lugar después de Pearl Harbor porque el presidente americano no se sentía capaz de desafiar la vocación aislacionista de su pueblo. Ni siquiera asumiendo el imperativo que obligaba a socorrer a los británicos. A pesar de salidas como las de Cuba y Filipinas, aquellos Estados Unidos, cuyo costumbrismo está descrito en las ilustraciones de Norman Rockwell, todavía se parecían a los que describió Foxá en un artículo titulado El peso de la púrpura que le inspiró un joven americano al que conoció en el hotel Nacional de La Habana. Una nación que aún sentía cercanas las praderas genesíacas en las que todo había empezado, sin un solo atisbo de ruina o de vejez. Pero que, al mismo tiempo, acechada ya por la idea del destino manifiesto intuía una responsabilidad a la que era reticente. La Segunda Guerra Mundial albergó el viaje completo de madurez de esa nación. Por una parte, la certeza moral de que la guerra librada era justa E alumbró en las playas del desembarco una generación que siempre fue percibida como la mejor. Por otra, el ensayo de Norman Mailer acerca del hipster revela que la bomba atómica impuso una primera ansiedad apocalíptica. Es probable que, con Obama, los Estados Unidos hayan entrado en una nueva edad, ciertamente avejentada, en la que se cierre un círculo que incluye el agotamiento del destino manifiesto y el regreso al aislacionismo. No me refiero ya a la ridícula conducta de Obama acerca de Siria, a ese liderazgo dubitativo que consiente la conjetura de que en el escenario mundial se ha perdido para siempre una fuerza disuasoria. Será porque las guerras de Bush agredieron la legitimidad de las intervenciones. Será porque Obama está demasiado obsesionado por cumplir las expectativas de su propio personaje redentor. O será, simplemente, porque la muerte de Bin Laden fue entendida como el epílogo del drama que comenzó con las Torres Gemelas, después del cual sólo queda hartura. Pero el caso es que Obama es el primer presidente, demócrata o republicano, que lanza el mensaje de que los Estados Unidos renuncian a cargar con el peso de la púrpura y con la responsabilidad que abrumaba al joven de Foxá. Es el presidente que ha dejado descolgado el teléfono al cual llamaba Churchill desde las War Rooms. Supone todo un indicio de que ha comenzado a extinguirse un personaje colectivo que marcó el siglo XX. Y ni siquiera creo que Obama sea el causante de esta extinción, sino, acaso, el primero que comprendió que es inevitable. Para el anti- americanismo patológico, para los resentidos que, según Tom Wolfe, jamás perdonaron a los Estados Unidos que contribuyeran a derrotar a las dos grandes plagas totalitarias que amenazaron con secuestrar Europa, este ocaso tiene sabor de revancha. No olvidemos que la inquina es tal que a Bin Laden se le llegó a interpretar, no como la vanguardia de la tercera plaga, sino como a un Che con el que se descargaban todas las venganzas. Pero a los que no están cegados por el odio debería preocuparlos quién ocupará el vacío hegemónico, quién encarnará a Leviatán. No veo ningún candidato con el que pudieran encontrar acomodo los principios que nos hemos dado.

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