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ABC MADRID 02-09-2013 página 12
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ABC MADRID 02-09-2013 página 12

  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN LA FONTANA DE ORO PUEBLA LUNES, 2 DE SEPTIEMBRE DE 2013 abc. es opinion ABC FÉLIX MADERO AGUA BENDITA Martín Ferrand huyó del elogio, y mantuvo así el mayor patrimonio de un periodista: la independencia C UANDO era un niño veía a mi abuelo leer todos los días ABC, literalmente lo leía de la primera a la última página y después, con el mundo aprendido, echaba una siestecita. Entonces yo cogía ABC y miraba lo único que a un niño le interesaba, los santos del Real Madrid. Cuando era un niño el periódico lo traía a nuestra casa de Almoradiel un repartidor al que llamaban El Manquillo, y no creo que sea necesario explicar por qué, ¿verdad? Esta imagen, olvidada durante años, se hizo presente el día en que ABC me ofreció firmar la columna que ahora ocupa al lector. Una mezcla de alegría e inquietud por la responsabilidad de colaborar en un periódico donde han firmado y firman los más grandes se apoderó de mí. Y fue en aumento porque mi columna se publicaría los lunes y en el sitio habitual de Manuel Martín Ferrand. No sé qué pesó más en mí, si las siglas de ABC o MMF. Manolo, al que conocí en la radio haciendo Protagonistas al que siempre agradeceré aquel medio folio lleno de inteligencia y gracia de su sección En menos que canta un gallo fue un modelo a seguir aún antes de conocerle. Para aprender de los mejores sólo hay que escucharles, seguirles, leerles. Y la vida me regaló su amistad, y su amistad, algunos consejos impagables propios de un hombre que usaba una categoría por encima de su excelencia periodística: era un señor. Desde luego, como Miguel Ángel Gozalo escribe, era un árbol en medio del bosque. Y eso que yo veo un páramo, un barbecho y poco bosque, querido Miguel Ángel. Su educación no le permitía traspasar los límites de la exageración y menos de la vulgaridad. Huyó del elogio como huyó del abrazo del poderoso, y así mantuvo siempre el único patrimonio de un periodista: su independencia. Como Manuel Chaves Nogales, nuestro Manolo dice adiós a este mundo engañoso y a sus halagos como lo que deseó ser, un periodista poco fiable y nada condescendiente con el poder. Torpes de la política conozco que, en vez de enmendar lo que MMF criticaba, se quejaban por sus críticas inteligentes y desinteresadas. Una mañana, en la radio que compartimos, Manolo me dio a conocer a su abuela Rafaela. La citó, la resucitó en realidad, para recordar lo que le decía: Hermoso, huye de la exageración y la desmesura ¿Sobredosis? Ni de agua bendita. Esa sabiduría fraterna y galaica entroncaba sin que su señora abuela lo supiera con lo que Solón, el gran político griego, hizo esculpir en el pórtico ateniense del templo de Apolo: Meden agan que quiere decir sin excesos. No sería mal consejo para el curso político que comienza. Salir de la crisis, primera y razonable aspiración de Rajoy expresada con firmeza en Soutomaior, debería ser argumento compartido por todos, más allá de los dos portátiles de Bárcenas. No será así. La política se mueve entre la desmesura y el frentismo. Y lejos, muy lejos del templo de Apolo y, por desgracia, de la pluma de Manolo Martín Ferrand. EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA SOSTIENE BAURA Los artículos de Martín Ferrand tenían algo desinfectante y salutífero que ensanchaba las costuras del alma Martín Ferrand, que había sido un gordo ecuménico, los achaques de los últimos años lo volvieron flaco; pero era el único exgordo del mundo al que no se le habían avinagrado el carácter y la escritura. Martín Ferrand era uno de esos escasos hombres con vista de águila: tenía una suerte de comprensión periscópica y radiográfica de las cosas que le permitía analizarlas por arriba, por abajo y por los flancos, pero también en sus entretelas. Nada escapaba a su escrutinio; y a esta visión perspicaz de las cosas sumaba un depósito de sentido común que le permitía contemplarlas sin aciagos apasionamientos banderizos, con una suerte de distancia que no era exactamente desdén, sino algo así como la cortesía del entomólogo. Y a estas virtudes añadía un sentido del humor que sabía ser a un tiempo cálido e hiriente, como un sarcasmo disfrazado de afabilidad. Así es como yo describiría sus artículos, en los que no hacía demasiado alarde cultural, aunque era un hombre habitado de muy populosas culturas, como demostraba en la conversación, copiosa, efervescente, irónica, millonaria de anécdotas y recuerdos. Los últimos años de su vida los pasó amarrado al duro banco de la diálisis; y siempre se refería a las servidumbres y limitaciones que la diálisis había introducido en su vida con sorna, como si hablara de las servidumbres y limitaciones que su- A fría una tía suya, residente en Sebastopol. Cuando hablaba con Martín Ferrand, me sorprendía que siempre estuviese al tanto de todo, en lecturas de temporada y lecturas de siempre; y él, con retranca característica, me decía que eran las ventajas de la diálisis, que dejaba mucho tiempo para leer. Aquel modo tan delicado de restar importancia a sus quebrantos, haciendo de la necesidad virtud, siempre me pareció conmovedor; y también esa manera tan coqueta y tan suya de ocultar sus infinitas erudiciones, o de mostrarlas muy pudorosamente, sólo hasta enseñar la rodilla. Se había inventado un heterónimo, Baura, al que atribuía pensamientos siempre atinados, como de sabio frugal que ha adquirido sus plurales sabidurías en la contemplación de las debilidades humanas; luego, sobre esas citas aforísticas de Baura, Martín Ferrand tejía sus artículos, que eran magnánimos con el débil e implacables con el fuerte. En estos últimos años admiré mucho su admirable distancia y desapego hacia los políticos, tal vez porque vivimos en una época aciaga en la que el periodista se ha resignado a ser lebrel o mastín del político, meneando el rabo o repartiendo dentelladas según le dicte su amo; y, en medio de esta depauperación galopante del oficio, los artículos de Martín Ferrand tenían algo desinfectante y salutífero que ensanchaba las costuras del alma. Creo que esta independencia de Martín Ferrand le restó en este último tramo de su vida adhesiones; pues vivimos en una época muy sórdida, en la que al periodista se le reclaman cetrinos alineamientos que no hacen sino depauperar su oficio y, por extensión, encanallar nuestra vida social. Martín Ferrand, que no desconocía estas calamidades, las sobrevoló sin que le salpicasen siquiera, como el águila sobrevuela la riña de los ratones. Tenía apetito de disfrutar, apetito de saber, apetito de vivir. Sostiene Baura que las personas con buen apetito son las más esperanzadas, porque hasta el final de sus días esperan que un buen plato les sorprenda. Yo espero que a Martín Ferrand le haya sorprendido el menú del banquete celestial; y que no ahorre entusiasmos, a la hora de enjuiciar las habilidades culinarias de los ángeles.

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