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ABC MADRID 31-08-2013 página 12
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ABC MADRID 31-08-2013 página 12

  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES EXTERIOR SÁBADO, 31 DE AGOSTO DE 2013 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO RAMÓN PÉREZ- MAURA ¿EL MEJOR? PROBABLEMENTE A estas horas, lo imaginamos en amena polémica con Montaigne y Johnson NA convención aceptada es que ABC cuenta, ahora y de siempre, con la mejor sala de columnistas de nuestra prensa. Lo admiten hasta sus más viscerales antagonistas. Esa cosecha de talento emana del aprecio tenaz de la familia Luca de Tena por la alta prosa y la libertad de pensamiento. El prestigio del articulismo de ABC provoca que cuando cenas con amigos que no son del oficio, a veces la conversación derive al análisis de sus columnistas. Las comparaciones son odiosas, pero inevitables (y muy amenas, por puñeteras) Corren dos riojas y la afición empieza a calibrar. Para muchos, el sentido común y la claridad de Carrascal lo convierten en su predilecto. Otros prefieren el gracejo de Burgos, o el surrealismo docto de Ruiz Quintano, o el lirismo algebraico de Jaime González, o la estocada bienhumorada de Álvaro Martínez. Algunos celebran la brisa renovadora de Gistau. Y son fijos entre los favoritos los bruñidos análisis de Camacho; las piezas bravas y hermenéuticas de o la finura de Mayte Alcaraz. Pero cuando nos forzaban a elegir un nombre, algunos siempre pronunciábamos el mismo: Martín Ferrand. En la España del siglo XXI hay articulistas excelentes. Pero a muchos se les nota demasiado la gimnasia, la forzada tramoya del artículo. Nada de eso sucedía en Manuel Martín Ferrand. Sus columnas fluían solas, bañadas en una elegancia atemporal y culta. Eran afluentes de un gran río, antiguo y caudaloso, el de los ensayistas clásicos. El cauce por el que navegaron Montaigne o Samuel Johnson, a quienes en esta hora gris imaginamos charlando animadamente con Manolo, compitiendo a la caza de la cita más sagaz al calor de un buen espirituoso. Los artículos de Martín Ferrand combinaban el gran estilo con las tesis más honorables. Todo aliñado con la chispa de la sorna gallega. ¿Cómo no concordar con su diagnóstico cuando con aquella aguda mirada entornada chequeaba el estado de la Nación? Clamaba por una educación mejor, lo único que abre un futuro. Deploraba el intervencionismo, como liberal que era (él sí) Y en su áspera discrepancia con el Gobierno no latía más que una demanda de mayor ambición, propia del regeneracionista sincero. Hoy será tópico recordar todo lo que inventó M. M. F. de las tertulias de radio a la primera televisión privada. Poseía lo que debería ser el activo imprescindible de un alto ejecutivo: ¡ideas! (España arrancará cuando sus multinacionales entiendan que la creatividad, y no los contables, son el oro de un país) Su catarata de aportaciones manaba de una inteligencia de alto voltaje, que brillaba en todos los órdenes. Sus amigos estarán añorando el anecdotario enciclopédico con que amenizaba su romance perpetuo con las dichas de la gula. O el genio travieso con que inventaba citas. O su memorión de cuento borgiano. Atrapado en una terrible agonía, siguió escribiendo en ABC hasta hace una semana. Seguro que conocía la cita de su venerado Samuel Johnson: Sepa usted, señor, que un hombre que no tiene un miedo cerval a la muerte es un cretino Pero su estoicismo frente al dolor, su dandismo ante la parca, fue su última lección de hidalguía. Como en la película de Bergman, disputó una partida de ajedrez con la muerte, ganando la gracia de un artículo más. Hasta el jaque. Honor y aplauso para Martín Ferrand, que entendió hasta el final que hay pocos privilegios equiparables a escribir en un gran periódico. De frente y sin miedo. Negro sobre blanco. PRODUCTIVIDAD INVEROSÍMIL Las ideas salían de su cabeza de forma constante UE el 15 de julio de 2002. Marruecos mantenía ocupado el islote de Perejil y en España se desarrollaba el debate sobre el estado de la Nación. Onda Cero había encargado a Manuel Martín Ferrand dirigir un programa monográfico sobre lo que ocurría en el Parlamento y él convocó para que le acompañáramos con nuestras opiniones a Pablo Sebastián, José María García- Hoz y quien esto suscribe. La cosa fue razonablemente bien. Eran días en los que la cuenta de pérdidas y ganancias de los medios discurrían por caminos alejados a los de hoy y bajo la severa autoridad de don Manuel aprovechamos el mediodía para hacer una generosa colación en Combarro En aquella época Onda Cero tenía sus estudios en el centro de la capital y todavía no se había trasladado a las inmediaciones de Burgos (Herrera dixit) Escuchar a Manuel discutir con el maître las materias con las que nos iba a agasajar era un placer casi superior a disfrutar de ellas en nuestro paladar. La tarde ante el micrófono fue larguísima. Tras las intervenciones de Aznar por la mañana y Zapatero por la tarde, el menguante interés de los de- U F más oradores invitaba a Martín Ferrand a espolear a sus contertulios para que mantuvieran vivo el debate y atento al oyente. Eran casi las ocho de la tarde cuando Martín Ferrand pidió que le trajesen un bolígrafo y papel. Mientras atendía al debate, daba paso a la publicidad y discutía las afirmaciones que se hacía en la carrera de San Jerónimo, empezó a escribir en esos folios una prosa que parecía requerir escasa reflexión. Las ideas salían de su cabeza de forma constante y casi, casi redactaba sin mirar las palabras que su mano dejaba reflejadas en el papel. Su ejercicio se prolongó poco más de treinta minutos, pasados los cuales pidió que su texto fuera remitido por fax a su secretaria. Poco después volvían los folios con el comprobante del envío y Martín Ferrand lo dejó allí sin mirarlo. Aquel programa se prolongó hasta casi la medianoche, para cuando las viandas de Combarro llevaban largas horas digeridas. Olvidadas casi. Por alguna razón me quedé rezagado y vi sus folios encabezados por el título Intercambio de asesores Pensé qué cosas hace Manolo durante un debate y no presté más atención al texto. Cuando al día siguiente desayunaba leyendo ABC, llegué a la página 8 y descubrí, atónito, el artículo de Martín Ferrand: Intercambio de asesores en el que glosaba con acierto indiscutible el debate del día anterior. Son infinitas las muestras que ha dado Manuel Martín Ferrand de su maestría profesional en radio, televisión y prensa escrita. Hay otros que podían competir con él en cada una de las materias, mas no creo que haya nadie que pudiera hacerlo en todas con el saber que tenía Manolo. Y de lo que estoy seguro es de que nadie podía hacer, como yo le ví hacer a él, la dirección de un programa de radio en directo, sin pauta, y escribir a la vez un artículo magistral sobre aquello a lo que estaba asistiendo en ese momento. Maestro. ambos habíamos cambiado, cuando te nombré lo de la galleta caíste en la cuenta y nos dimos un abrazo que, desafortunadamente, fue el último. Luego me inquietaron tus ausencias en la columna de la página impar del ABC. Me reconfortaron las reapariciones y hoy te escribo, desde mis seis infartos y doce stents con un desconsuelo que no puedo describir. Ya sabes que los amigos no son esos con los que nos tomamos todos los días el aperitivo. Los amigos son aquellos que, aun sin verse en años, se echan de menos de vez en cuando. Y sobre todo cuando te dicen que debo borrar de mi agenda ese nombre que ya casi ni se puede leer. Mi padre, un gran pedagogo y gran conocedor de la vida, decía: Mala época de tu vida aquella en la que tienes que borrar nombres queridos de tu agenda Desde el recuerdo del año 1959, mi más sincera demostración de afecto y cariño hacia mi amigo Manolo. ANDRÉS ORTEGA MONGE MADRID CARTAS AL DIRECTOR Querido amigo Manolo Estamos en 1959, ambos matriculados en el Selectivo de Ciencias, obligatorio para acceder a cualquier carrera de esa rama universitaria, y por mera coincidencia nuestros apellidos nos unían en las clases prácticas iniciamos una relación amistosa que duró hasta que, por fin, lograste estudiar lo que realmente era tu vocación: el periodismo. Estabas matriculado en ese curso, porque al ser nieto del doctor Ferrand, descubridor de la vacuna contra el cólera y otras muchas cosas que están en cualquier tratado de Medicina, y al ser tu padre también médico, tu deberías continuar la tradición familiar. Pero no era esa tu vocación. Tu no querías ser médico, pese a la carga de historia de tu segundo apellido, pero entonces éramos muy obedientes a nuestros mayores, y seguiste haciendo aquello que te mandaban. No obstante, rompías esa disciplina, mandando artículos a un concurso de redacción que tenía El Alcázar de entonces, y ganaste el premio semanal, y luego el mensual, mínimamente retribuido. Hasta que un día, todavía en primero de Medicina, me confiaste tu secreto. Sin que nadie, y menos tu familia, lo supiese, te presentaste a los exámenes de ingreso en la Escuela de Periodismo que dirigía Emilio Romero. Orgullosamente, y con razón, me relataste el examen de ingreso. El tema de redacción que os pusieron fue el pan Según me dijiste, te sentiste frustrado, pues esperabas algo de más enjundia y del nivel de tu capacidad de redacción. Tu réplica fue una redacción de tres folios con el título: La galleta: la aristocracia del pan con tanto éxito que llamó la atención del tribunal de examen, y te aprobaron con el número uno. Y ahí se acabó tu trayectoria profesional como futuro médico y comenzó esa, que ya todos conocen, de eximio periodista, creador de empresas periodísticas, comentarista de TVE, aún en el paseo de La Habana, director del Nuevo Diario de Barcelona, creador de Antena 3 (radio y televisión) y más y más, que llenarían varias páginas de ABC, tu periódico de los últimos tropecientos años. Nos volvimos a encontrar hace unos años, en circunstancias poco corrientes, y aunque Pueden dirigir sus cartas y preguntas al Director por correo: C Juan Ignacio Luca de Tena 7. 28027 Madrid, por fax: 91 320 33 56 o por correo electrónico: cartas abc. es. ABC se reserva el derecho de extractar o reducir los textos de las cartas cuyas dimensiones sobrepasen el espacio destinado a ellas.

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