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ABC MADRID 19-08-2013 página 13
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES, 19 DE AGOSTO DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 13 POSTALES UNA RAYA EN EL AGUA JOSÉ MARÍA CARRASCAL INVIERNO ÁRABE Sólo desde la ignorancia o el cinismo puede proponerse un compromiso entre el islamismo y la democracia occidental P ERO ¿qué nos creíamos, que con derribar a sus dictadores los países islámicos iban a convertirse en democracias occidentales? Eso es no conocer el islamismo ni la democracia. Eso es creerse las propias mentiras y las ajenas. El islamismo no es sólo una religión. Es una forma de vida y de Estado. Mahoma no fue sólo un profeta. A diferencia de otros fundadores de religiones, fue también un estadista, que unió a las tribus de la Península Arábiga y creó un imperio desde el Atlántico al Pacífico: la nación del Islam Como el Corán no es sólo un libro sagrado. Es también un Código Civil, Penal, Sanitario, Social. De ahí su éxito en sociedades sin estructura, como las africanas. Occidente ha desarrollado fórmulas políticas mucho más sofisticadas que el Estado teocrático islámico, introduciendo los derechos humanos, la responsabilidad individual, el equilibrio de poderes, la democracia en suma. Pero eso, tan claro para nosotros, no es tan claro para los islamistas, muchos de los cuales prefieren su democracia la islámica. Con lo que tenemos planteado el conflicto. El paso de un Estado confesional a uno laico costó a Europa las guerras de religión del siglo XVII, que la dejaron asolada, hasta que el agotamiento de ambos bandos les obligó a pactar una tregua, quedándose cada cual con su parte, si bien la idea de separar Iglesia y Estado prevaleció y ha terminado imponiéndose. La situación en el mundo islámico es hoy parecida, con una importante diferencia: la Europa del siglo XVII había emergido al mundo moderno con importantes avances en las artes y las ciencias que empujaban a la transformación. En el mundo islámico, esa transformación sólo encuentra eco en una minoría urbana y en parte de los jóvenes, no todos, mientras la gran masa de la población, rural, prefiere seguir con la vieja ley y el viejo orden. Únanle el mal recuerdo que ha dejado allí el colonialismo y la discriminación que sus emigrantes han sufrido en Europa y tendrán los recelos que despierta entre ellos nuestra democracia. El único poder capaz de oponerse allí al de las mezquitas es el Ejército. Fue el que, en 1920, laicificó Turquía a la fuerza. Que hoy Turquía vuelva a islamizarse advierte de lo difícil del empeño. Lo intentó el Sha en Irán, Sadam Husein en Irak, Mubarak en Egipto, Gadafi en Libia, Ben Alí en Túnez, fracasando todos. Claro que la corrupción de los altos mandos militares contribuyó al fracaso. Sólo en Argelia se mantienen. En Egipto, las espadas siguen en alto, nunca mejor dicho. Pero el mayor obstáculo es el dilema en que nos encontramos, nosotros y ellos: no se puede pedir a un islamista que acepte un Estado laico, ni a un laico aceptar un Estado islamista. Sin embargo, seguimos pidiéndoles que negocien, que alcancen un compromiso. Pero con los dogmas no hay compromisos. O dictadura militar o dictadura islámica. Todo lo demás son ganas de engañar y de engañarse. ¿Quién se impondrá? Pues tendrán que ser ellos y sólo ellos, quienes salgan de ese callejón, rompiendo sus paredes o quedándose entre ellas. A la corta, los generales, que tienen las balas. A medio plazo, los islamistas, que tienen los mártires. A la larga, por determinismo histórico, la democracia. Pero antes tendrá, tendría, que haber un invierno árabe. O, más bien, un infierno. IGNACIO CAMACHO AGUAFIESTAS En una fiesta pueden divertirse y bailar juntos ricos y pobres, izquierdas y derechas, pero no víctimas y verdugos O es la txupinera, no: es el ambiente, la atmósfera, el contexto. Lo doloroso del enésimo incidente de las fiestas bilbaínas no es que sus promotores hayan elegido a una simpatizante etarra para un papel simbólico de relieve, sino la naturalidad con que una significativa, quizá mayoritaria parte de la sociedad vasca ha asumido esa elección mientras se escandaliza de que un representante del Gobierno la haya impugnado ante la justicia en defensa de la memoria de las víctimas. Las comparsas, las peñas y demás agrupaciones festeras siempre han estado allí dominadas por el mundo batasuno; poco tiene de extraño que ahora que ese mundo disfruta de alta representación institucional, porque un Estado cobarde se lo ha permitido, se sienta legitimado para convertir a una de las suyas en personaje cenital de la Semana Grande. El problema está en el pragmático conformismo de un cuerpo social dispuesto a aceptar la normalidad de ese protagonismo sin reparar en sus rasgos hirientes para la minoría del sufrimiento. En el modo con que tantos ciudadanos interiorizan el final de la violencia como un acomodaticio pacto de olvido. En ese marco de falsa reconciliación, el político que ha denunciado el nombramiento y el juez que le ha dado razón al amparo de la ley de protección de víctimas han quedado como enojosos aguafiestas, malhumorados cenizos incapaces de comprender el tiempo nuevo de Euskadi. Un tiempo en el que una activista proetarra puede asumir sin problemas la representación emblemática de una celebración comunitaria, pasando por encima del dolor de quienes tienen poco que celebrar porque los colegas de la tal txupinera irrumpieron en sus vidas para mutilarlas de afecto y de esperanza. Pero eso, aunque ocurrió ayer mismo, como quien dice, fue hace mucho, claro, en otra etapa, en el tiempo antiguo Y quienes se empeñan en sostener el relato de la memoria y la dignidad son sólo ceñudos cascarrabias impregnados de la cultura del pesimismo histórico. Ahora se diría no sólo que esa ficticia paz la ¿se acuerdan? carece de vencedores y vencidos, sino que los vencidos reales son los deudos de los muertos que quedaron atrás sin derecho al respeto de su sacrificio. Pájaros de mal agüero que sabotean con su tristeza el derecho a la alegría de una sociedad voluntariamente amnésica. La pregonera oficial de la Aste Nagusia, capitana más o menos heroica del Athletic Club, criticó en su arenga a esos espíritus sombríos y rencorosos que se oponen a que la fiesta una por igual en su feliz júbilo a los vascos de todas las ideologías y tendencias. Pero la violencia y la muerte no son una tendencia. Y en una fiesta pueden y deben divertirse juntos ricos y pobres, izquierdas y derechas, abertzales y españolistas, hombres y mujeres, rubios y morenos. Lo que no pueden de ninguna manera es bailar juntos las víctimas y sus verdugos. N JM NIETO Fe de ratas

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