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ABC MADRID 10-08-2013 página 14
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  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN AD LIBITUM PUEBLA SÁBADO, 10 DE AGOSTO DE 2013 abc. es opinion ABC MANUEL MARTÍN FERRAND MARINERITOS Quien exhibe su fortaleza física, y más aún si ya no la tiene como antaño, anda lejos del señorío auténtico OS españoles, víctimas propicias para cualquier tipo de engaño y superstición, asumimos hace unos cuantos años que un gentleman es un caballero de exquisita elegancia y educación. Puestos a tomarle prestadas las palabras al inglés, podríamos haberla traducido por pisaverde, por lo del golf. Nuestros hidalgos, por misérrimos que fueren, siempre han almacenado más señorío que esos dandis de guardarropía que gustaba retratar en sus comedias Noël Coward. El gentleman es pura forma: batín de boatiné, bordado con escudo y cigarrillos con boquilla de carey. ¿Podemos asumir un zurcido en el vestuario de un gentleman auténtico? Por el contrario, el remiendo luce como una condecoración en la pechera de un hidalgo, alguien con hondura y predicamento. Si los gentlemen fueran caballeros, auténticos señores, y asomara en ellos algún resto de nobleza espiritual, en lugar de presentar en Gibraltar un pase de modelos de barcos de guerra, los de la Royal Navy, hubieran expuesto en la Roca las primeras ediciones de las obras de William Shakespeare o de, según gustos, Samuel Johnson. El primero fue, si es que fue, un mal actor y el segundo un sutil evangelista. Como nosotros, ambos son la síntesis equilibrada entre el talento, la picardía y la fe. Una frontera demasiado distante para un gentleman. Quien exhibe su fortaleza física, y más aún si ya no la tiene como antaño, anda lejos del señorío auténtico. Incluso del falsificado y únicamente de apariencia. El primer ministro del Reino Unido, David Cameron, es un hombre culto y de buena familia- -desciende de Guillermo IV, llamado el Rey Marinero- pero sus licenciaturas en Oxford no borran en él la sospecha de que ha pasado buena parte de su vida tomando medidas- -tanto de pierna y otros tantos de entrepierna- -en alguna de las mejores sastrerías de Savile Road. De ahí, y por contraste, su amor por los uniformes de marinerito. Al modo de las Vidas paralelas de Plutarco, se podrían escribir, en parejita, las de Cameron y Artur Mas. Los dos parecen igual de repeinados y necesitan hacerse notar. Tanto les dan los redobles de campanario que las salvas de ordenanza y ceremonia. Pompa y circunstancia. El inglés utiliza para su brillo y notoriedad la Armada del Reino unido y el catalán se conforma con hacerle la competencia a la Lotería Nacional, una de las sietes rentas- -rentillas- -con que se financiaba la Hacienda española de mediados del XVIII. Un invento italiano radicalizado de españolidad que, a primera vista, contradice la intención de Mas. Un poco por el nacionalismo español que comporta recurrir a la tradición de hace siglos y un mucho por la alegoría, ¿se puede imaginar la financiación de la independencia de Cataluña con una lotería de cinco euros el décimo? ¡Qué cosas más cutres! L LLUVIA ÁCIDA DAVID GISTAU YO PONDRÉ EL PEÑÓN Este dolor inmenso de los patriotas con Gibraltar no superará la primera jornada de Liga H AN pasado sólo ocho días desde que Rajoy acudió al Senado para someterse a una comparecencia a vida o muerte en la que la oposición se disponía a arrojarlo al pilón. Han pasado sólo cuatro días desde que Margallo recompuso la jerarquía de nuestras preocupaciones subordinando todas ellas al forúnculo de Gibraltar. Que al parecer, aunque algunos no nos hubiéramos enterado, es el auténtico Delenda est que los españoles nos vamos transmitiendo de una generación a otra hasta que surja la que por fin repare la honra mancillada. Polvo, sudor y hierro, queden para Churchill las lágrimas. Mientras se otean velas en el horizonte y nosotros hemos de superar esa sugestión paranoica por la cual recelamos del turista inglés que pide helado en short y sandalias como si fuera un agente del MI 6 infiltrado para allanar el camino a los gurkhas el cambio argumental de nuestra vida pública es tal que no queda más remedio que rendir admiración al presidente del Gobierno. Y a su ministro Margallo, a quien ha correspondido decir lo mismo que Hearst a aquel ilustrador, Remington, que no acertaba a ver en los españoles de Cuba las alimañas detestables sobre las cuales azuzar un odio: Yo pondré la guerra Hace sólo una semana, Rajoy era un presidente quebradizo cuya carrera política duraría lo que tardara en filtrar una información el cautivo de Soto del Real. Cada primera edición podía contener la saeta definitiva de la fatwa Hace sólo una semana, nos entreteníamos con conjeturas acerca de quién sería el elegido para terminar como presidente la legislatura. Y miren hoy. Para recuperar el protagonismo perdido, Bárcenas tendría que filtrar una fotografía de Rajoy ahogando gatitos para que Cospedal, a la manera de Cruella De Vill, se hiciera un abrigo con sus pieles. Hoy, sin que falte ni la presencia ornamental de una flota que pide permiso, Rajoy se ha convertido en un presidente comandante en jefe que agarra por las solapas a viejos imperios, cataliza las pasiones de quienes ansían pretextos patrióticos para sentirse parte de una nación menos deprimida y derrotada- -este verano, no hay gol de Iniesta- y despacha crisis con líderes mundiales mediante esas conversaciones telefónicas con traductor que a los devotos de El ala oeste nos huelen a poder y a Situation Room. No está nada mal. Bravo. Rajoy salió de la comparecencia en el Senado más airoso de lo que nadie predijo, más allá de que siguiera pareciendo débil por el solo hecho de que se lo percibiera a merced de Bárcenas. Lo que nadie podía imaginar es que, mientras en las portadas se ponían a flamear banderas, su liderazgo fuera a ser reconstituido por una tensión diplomática con una de las grandes naciones del mundo. Dicen los ingleses que a Rajoy se le está poniendo cara de Kirchner. Qué va. Y, aún menos, de Galtieri. Se le está poniendo cara de primer ministro, que sustituye la habitual de Luis sé fuerte. Este dolor inmenso de los patriotas con Gibraltar no superará la primera jornada de Liga. Gibraltar volverá a ser lo que hace una semana: una cosa que está allí, protuberante. Nadie se acordará siquiera de vigilar nuestros intereses y nadie, cuando desaparezcan las colas, se preguntará si no se suponía que era esencial reprimir el contrabando. Poco importará porque, para entonces, Gibraltar habrá cumplido ya con el cometido que le fue encomendado este verano. Y podremos soltar a los turistas ingleses que mantenemos prisioneros en el granero.

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