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ABC MADRID 02-08-2013 página 17
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ABC MADRID 02-08-2013 página 17

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 2 DE AGOSTO DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 17 MONTECASSINO UNA RAYA EN EL AGUA HERMANN CONTRA LA INDOLENCIA Rajoy puede no estar ya en manos de un Bárcenas hundido. Pero quizás sí dependa ahora de la forma de explicarse ante el juez de gentes a las que ha maltratado C ONOZCO a un juez relevante que cosecha aun grandes éxitos con las mujeres. Si, en plena tontería, le pide alguna joven rendida que se apunte su teléfono, él, en el colmo de su fatua autosuficiencia, replica: Dímelo sin más, que soy opositor Entiendo muy bien que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no tenga tiempo para ejercitar la memoria en conquistas promiscuas. Pero siendo tan opositor como ese juez, sí debería ser posible pedirle en ocasiones que memorice dos o tres argumentos. Sobre todo si no se trata de cuestiones anecdóticas, sino de las razones básicas de un debate político a cara de perro. Con su supervivencia en juego. Porque los magníficos momentos que tuvo ayer el presidente, que los tuvo, podrían haber sido arrolladores si no se le hubiera visto leer permanentemente. Cuanto menos bajaba la cara a los papeles, más convincente era y más ánimo transmitía a la bancada popular, tan blandita ella, tan carente de carácter, tan necesitada. Y, ahí está la clave, cuanto más enfadado estaba, menos bajaba la mirada y mejor exponía el mensaje. Rajoy podría memorizar más. Pero no lo hace. Como podría hacer otras muchas cosas para facilitar la vida política de su gente en momentos tan duros. Y para paliar la rabia de la calle y hacer frente al tsunami de demagogia y populismo izquierdista que se vierte a diario por televisiones y radios sobre la población. Pero tampoco lo hace. Y el que así sea hay que atribuirlo ya a una auténtica falla de carácter en el gobernante: la indolencia. Ayer Rajoy volvió a demostrar que herido personalmente reacciona. En su intervención inicial, pero mucho más en su réplica demostró que tiene de sobra la fuerza narrativa para imponerse en el debate político. Sobre todo frente a unos adversarios que al final sólo tienen un principal argumento real contra él, que es precisamente lo que tachan de cobardía. Por si no estaba claro, Rajoy dejó ayer muy claro que él tiene la culpa de semanas y meses pasados de crisis política y zozobra. Porque en su mano estaba haber desactivado esto antes. Y ahora ya puede que no sea suficiente. Porque el señor del Faisán, por ejemplo, ya no tiene nada que hacer, en la poca vida política que le resta, que intentar tumbar a Rajoy. Y porque Rajoy puede no estar ya en manos de un Bárcenas hundido por su albacea. Pero quizás sí dependa ahora de la forma de explicarse ante el juez de gentes a las que ha maltratado. Álvarez Cascos es el primero de ellos. Pero lo peor es que Rajoy ha demostrado que es culpa suya que el PP esté crónicamente a la defensiva. Que es esa indolencia la que ha hecho olvidar principios y valores. Que de su miedo al conflicto se derivan los efectos que deprimen a sus militantes y alejan a sus votantes. Que es culpa suya que la guerra de la comunicación ganen siempre los enemigos de los valores y el electorado del PP. Y con ayuda del Gobierno. Ayer demostró que todo puede ser diferente. Si le importan las cosas y los demás. Que tiene que hablar del Faisán, pero no porque haya sido atacada su persona. Y levantar las alfombras del zapaterismo. Y no maltratar a los suyos. Ni mendigar armonías imposibles con quienes desean su fin. Ni ser injusto a favor de los desleales e incumplidores. No busque paz Rajoy en estos dos años, porque será inútil. No la tendrá, a no ser que se vaya. Si se queda, que batalle. Y no sólo por sí mismo. Sino por quienes le dieron el cargo. IGNACIO CAMACHO DE LA VERDAD Y OTRAS VÍCTIMAS La verdad se ha convertido en víctima de una política sesgada que parece prolongar la guerra por otros medios L JM NIETO Fe de ratas A verdad no es sólo la primera víctima de las guerras, como reza el adagio clásico, sino que se ha convertido en daño colateral de una cierta política que, invirtiendo a Clausewitz, constituye una prolongación del conflicto por otros medios. En el debate de ayer, por ejemplo, la verdad sobre el caso Bárcenas, cualquiera que sea, quedó sepultada entre explicaciones ambiguas y meridianos prejuicios. El relato político, sesgado de suspicacias, dogmas y arbitrariedades, devoró cualquier búsqueda honesta de certidumbres no ya objetivas, sino ni siquiera morales. Rajoy, que entró en la sesión sometido a sospecha irreversible, convirtió su discurso en un alegato sobre la presunción de veracidad a sabiendas de que nadie iba a concedérsela. Estuvo contundente y digno, cargado de seguridad moral, y sostuvo su protesta de honradez sin aflojarse un ápice. Admitió errores de confianza, se enrocó en una defensa de su honestidad que alcanzó momentos vehementes y aún se permitió golpear con guantes de hierro en algún contrataque. Fue muy cauteloso para no pisar superficies resbaladizas; eludió bajar a los detalles y en ningún momento extendió sus certezas más allá de sí mismo, ni sobre otros dirigentes ni sobre el propio partido. Parapetado con habilidad dialéctica en antiguas frases de Rubalcaba, se agarró a la verdad judicial como único contraste posible de su conducta. Dejó resbalar la tromba de reproches por su coraza de autoconvicción y logró salir entero y hasta reforzado de un envite que, de todas formas, no era más que un trámite provisional hasta que Bárcenas otorgue a sus albaceas la próxima entrega de su serial incriminatorio. Porque es Bárcenas, y no la oposición, el verdadero problema del presidente. Bárcenas y sus veinte años de contabilidad turbia. También la inconsistencia de las respuestas que el Gobierno y el PP han ido improvisando mientras crecía el escándalo. Eso, junto al silencio clamoroso de la mayoría de la nomenclatura señalada por el tesorero, es lo que le ha dejado sin la iniciativa y sin el crédito de una opinión pública que ha evacuado anticipada sentencia desfavorable. Rajoy manejó bien el debate y en términos parlamentarios lo ganó porque Rubalcaba- -más eficaz cuando salió cabreado en la réplica- -está encadenado a la hemeroteca, pero de antemano lo tenía perdido en términos de confianza ciudadana porque la gente ha dejado de fiarse de la política. En este clima de recelo todo aserto se vuelve, como en el clásico barroco, si no mentira al menos una verdad sospechosa. En el plano moral le queda al presidente el sólido discurso de la calumnia, que adornó con una sentencia- siempre es sencilla y verosímil -de Bertrand Rusell. Pero la insidia, como canta el bajo de El barbero de Sevilla es un vientecillo de brisa cuyo eco crece y crece hasta terminar en el estruendo de un cañonazo mortal. Fin de la cita.

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