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ABC MADRID 11-07-2013 página 3
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ABC JUEVES, 11 DE JULIO DE 2013 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA EL SUICIDIO DEL CINE POR JUAN MANUEL DE PRADA En este proceso de aniquilación de lo más específicamente humano parece haberse adentrado también el cine, en un afán desnortado por combatir su agonía; pero lo que, en volandas del consumo rápido, parece el antídoto que garantiza su supervivencia no es sino el veneno que acelera su suicidio ñación nietzcheana que pregonaba la muerte de Dios y postulaba la emergencia del superhombre (y es que el nihilismo siempre acaba, resacoso y exhausto, en la guardería, pretendiendo escapar del manicomio) Si, por ejemplo, nos asomamos a la más reciente adaptación de El gran Gatsby, dirigida por el efectista Baz Luhrman, descubriremos que todas las delicadezas y ambigüedades de la obra de Scott Fitzgerald se han esfumado como por arte de ensalmo; y, vaciada de su magia originaria, la historia (por completo fiambre) tiene que rellenar su hueco con un sucedáneo execrable, que aquí adopta los ropajes de un huero y mareante virtuosismo formal, con movimientos de cámara histéricos, estridencias compositivas, acopio de efectos digitales a granel y otros aspavientos discotequeros que no hacen sino distraer su gigantesca, empalagosa, infinita inanidad. Y que dejan al espectador estragado, aturdido por el carrusel de falsos prodigios que ha golpeado sus retinas durante las dos horas de proyección, sin acertar nunca a conmoverlo, sin estimular nunca su inteligencia. STAMOS asistiendo, lenta pero inexorablemente, a la agonía de la que, tal vez, haya sido la más vigorosa forma de expresión artística del último siglo (y, sin duda alguna, la más popular y multitudinaria) y lo más trágico es que dicha agonía, en su fase postrera, está adquiriendo los rasgos propios de un suicidio. No se trata, ciertamente, de un fenómeno nuevo: casi todas las creaciones humanas, llegadas a su decrepitud, perecen poseídas por un sordo frenesí autodestructivo, como hastiadas de sí mismas; y aunque a simple vista parezca que mueren por culpa de agentes externos hostiles, resulta siempre que ellas mismas se han administrado el veneno que acelera su aniquilación, pensando que se trataba del antídoto que garantizaba su supervivencia. Así le está ocurriendo al cine: hostigado- -como otras formas de expresión artística- -por la piratería, incapaz de atraer a las generaciones más jóvenes, que se han engolosinado con otras formas de ocio- -casi siempre asociadas a los nuevos avances tecnológicos- -y que casi podría decirse que se hallan inmunizadas contra la fascinación ritual que para sus padres y abuelos tenían las salas oscuras, el cine se ha lanzado a una carrera desnaturalizadora que lo conduce directamente al precipicio, en un afán desnortado por recuperar el cetro del entretenimiento, que empuñó durante décadas. Durante las últimas semanas, me he dedicado- -por curiosidad científica que, poco a poco, se ha ido convirtiendo en oprobiosa penitencia- -a ver películas que comúnmente no se hallan entre mis preferencias. Películas de altísimo presupuesto que se estrenan en medio de ruidosas campañas promocionales; películas en las que una desquiciada industria cinematográfica ha cifrado sus posibilidades de salvación; películas que, invariablemente, prometen al espectador dosis desorbitantes de trepidación que pongan a prueba su capacidad de pasmo. El hombre de acero, nueva recreación de las hazañas de Supermán dirigida por el inepto Zack Snyder, constituye un exponente destacado de este cine al que me refiero: por un lado, aspira a embaucar a los más veteranos con una historia que, inevitablemente, les resultará familiar a poco que frecuentaran los tebeos en la niñez; por otro, predispone a su favor a los más jóvenes, que esperan hallar en ella nuevos finisterres de espectacularidad Lo cierto es que El hombre de acero (como, por lo demás, ocurre con otras películas de reciente estreno, cortadas casi todas por el mismo patrón) resulta a la postre un chasco de magnitudes pavorosas; y no porque E iríase que el cine, en su alocada propensión suicida, hubiese resuelto dirigirse a un público de autómatas a quienes ya no es necesario perNIETO suadir, ni siquiera conmover; autómatas incapacitados para cualquier esfuerzo intelectivo o reacción emotiva a los que conviene sea mal cine, sino simplemente porque no es cine, administrar un pienso de excitaciones visuales salvo que por cine entendamos la mera proyec- sin cuento. Así fue el cine en sus orígenes: una ción de imágenes en movimiento. Pero el cine sucesión acumulativa de trucos y tramoyas que- -siquiera desde que dejó de ser un espectáculo provocaba en un espectador fácilmente imprede barraca de feria- -aspiró a narrar una histo- sionable reacciones elementales de pasmo y esria, a modelar unos personajes, a elucidar- -del tupefacción; pero, para sobrevivir y hacerse adulmodo más ameno y cautivador posible- -algún to, hubo de renegar de aquella propensión priaspecto paradójico o conflictivo de la naturale- mera, empleando sus recursos en el za humana; nada de esto hallamos en estas pe- alumbramiento de la naturaleza humana. En su lículas: la narración (perdón por la hipérbole) es agonía, el cine ha ingresado en una fase regresiempre confusa, premiosa, sobresaltada de in- siva que tal vez se corresponda con un deploracongruencias e inverosimilitudes que desazo- ble empequeñecimiento humano, muy propio nan el espectador menos exigente (en El hom- de una época en la que el bombardeo de estímubre de acero, además, acompañada de un uso los visuales está cegando nuestras vías de conochapucerísimo del flash- back) los personajes cimiento y la tecnología nos ha hecho rehenes resultan estereotipados y aplastantemente pre- de ansiedades y pulsiones que demandan una visibles, meros monigotes sin alma que se limi- satisfacción inmediata. Una época donde el huetan a amueblar las secuencias; y en ellas ningún co dejado por el derrumbe de lo más específicaaspecto de la naturaleza humana es elucidado, mente humano- -la articulación del espíritu a por la sencilla razón de que la naturaleza huma- través del pensamiento- -necesita ser rellenana en ellas no comparece, aplastada por una exhi- do por una plétora de impresiones que exciten bición inmoderada de apabullantes virtuosis- los sentidos hasta embotarlos, como el pellejo mos técnicos. A la postre, tales películas se que- de un animal disecado necesita un relleno de dan reducidas a pura excitación visual, borra y serrín que le transmita un espejismo de abrumadora excitación visual (acompañada, por vida. En este proceso de aniquilación de lo más supuesto, por un horrísono mejunje acústico) específicamente humano parece haberse adenque provoca una inmediata sensación de hartaz- trado también el cine, en un afán desnortado go en cualquier espectador cuyas meninges no por combatir su agonía; pero lo que, en volanhayan sido completamente arrasadas por los vi- das del consumo rápido, parece el antídoto que deojuegos. garantiza su supervivencia no es sino el veneno No ocurre esto tan sólo en las películas llama- que acelera su suicidio. das de superhéroes que son algo así como el vómito terminal e infantiloide de aquella ensoJUAN MANUEL DE PRADA ES ESCRITOR D

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