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ABC MADRID 25-06-2013 página 14
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ABC MADRID 25-06-2013 página 14

  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN LLUVIA ÁCIDA PUEBLA MARTES, 25 DE JUNIO DE 2013 abc. es opinion ABC DAVID GISTAU Si el abucheo descomprime furores, considero obligado que Moncloa y Zarzuela impongan el servicio de abucheado de guardia L LEVAR las orejas pegadas durante toda una mañana transcurrida en la calle me ha permitido averiguar que, al menos en dos cafeterías y un vagón de Metro, se atribuye al abucheo una función social, como de terapia colectiva, o nuevo yoga ibérico. Sé que mi encuesta no es muy científica. Y en el Metro, además, la conversación me llegaba fragmentada, porque un trío que salió de casa hasta con maracas tocaba El cóndor pasa Pero me interesó esa apreciación según la cual, bastándole con el abucheo al español medio como catarsis y venganza del destino, el hecho de practicarlo podría dejar a la gente con la relajación adecuada para demorar un día más el incendio del parlamento. Así las cosas, el célebre estallido social no pasaría de ser como aquella ciudad de Madrid en la que a Pascual Duarte lo impresionaba que los hombres intercambiaran, a corta distancia, unos insultos terribles sin llegar jamás a las manos. Broncas de fogueo con las que se declaraba satisfecho el temperamento español. Ya Camba, a quien cito sin haberlo leído, por mera petulancia dinástica, observó que aquí los conductores tocaban mucho y con mucha bronca el klaxon por voluntad de hacerse notar como sujetos libres al margen de la masa. Antes de que me abrumaran con Simon Garfunkel en la Línea 6, tenía una opinión negativa del abucheo sistemático. Sobre todo en recintos culturales, a los que se va a cabecear sin sobresaltos. El abucheo me parecía el resultado de una corriente de opinión, típica de este tiempo, que, mientras demolía el prestigio de cuanto fuera institucional, declaraba que la santa cólera del pueblo español era lo único puro y de altura moral que le quedaba a este país. No entro en la táctica evasiva con la que buena parte de la sociedad, a base de trasladar la culpa, se arrogaba el único derecho a la presunción de inocencia. Me limito a señalar que los comportamientos broncos fueron estimulados por gente muy seria y académica que ahora, asustada, pide las sales por el soponcio de que no se respete, no ya a la reina, es que ni a Beethoven. A esto hay que añadir que la democracia española aún confunde el sentido de la educación con una forma de represión, como si fuera el exabrupto lo que nos hiciera libres. Pero ya no lo veo así. Si el abucheo descomprime furores, considero obligado que Moncloa y Zarzuela impongan el servicio de abucheado de guardia. Como en aquellas viñetas de Forges en las que, previo pago de una moneda, podía uno aliviarse sus miserias cotidianas insultando a un subsecretario cautivo, a un ministro o, por qué no, a una reina. La nuestra, en la vida pública, va a necesitar una doble para las escenas de acción. COSAS MÍAS EDURNE URIARTE EL ODIO HACIA LOS MEJORES Se trate de reformas educativas, sanitarias, o de la Administración Pública, una buena parte del problema es el rechazo a los criterios de excelencia A NTIMADRIDISTAS y anticristianistas de diversas condiciones teorizaron durante meses que las muestras de odio hacia Cristiano Ronaldo en los campos de fútbol españoles eran responsabilidad del propio futbolista, por aquello del soy bueno, rico y guapo por sus gestos de suficiencia, por sus celebraciones. Deben de estar algo descolocados ahora con esos pitidos en Brasil contra la selección española de fútbol, la despreciada, sin que haya habido chulerías especiales de por medio. Quizá porque le pitan, simplemente, por ser la mejor, condición que resulta muy desagradable. Porque su problema, como el de Ronaldo y otros que no han pedido perdón por desear ser los mejores y, además, lograrlo, es que la excelencia es muy peligrosa para la aceptación social. Hasta en el deporte, cuya filosofía es precisamente la competición feroz para el primer lugar. Incluso en el deporte, en el lugar más favorable a la meritocracia, es finísima la línea que separa la admiración del odio, el reconocimiento de la envidia, el respeto del desprecio. Y no por el mal comportamiento del excelente sino por la diferencia que marca con su excelencia respecto de la mediocridad general. Luego, el problema es que vivimos inmersos en discursos basados en la admiración por la exce- lencia y una realidad social que va por otro lado completamente diferente. De hecho, es una de las grandes hipocresías que preside el juego político. Ni siquiera está claro eso de que la sociedad quiera a los mejores en el liderazgo político. Es una minoría la que quiere a los mejores. La mayoría quiere más bien a aquellos que no introduzcan grandes sobresaltos en el reino de la mediocridad dominante. Que se confundan con la masa social y no que lideren los cambios que suponen esfuerzos. Por eso intentan los asesores políticos que sus asesorados sepan confundirse con sus votantes, que se cuiden de demostrar conciencia alguna de tal superioridad. Que se parezcan a los votantes en la línea de aquella frase zapateril de que el PSOE es el partido que más se parece a los españoles La política es un juego mediocridades. Se trata de gustar a la masa, y la masa, como la que pita a los Ronaldos de turno o a la selección en los campos de fútbol, prefiere vivir en el reino del pequeño esfuerzo, de la tranquilidad y de la igualación por abajo. Y en ese contexto son tan difíciles de aplicar las reformas políticas que apelen a la eficacia, al esfuerzo y a la meritocracia, sea en el campo que sea. Es cierto que una buena parte de las reformas de este Gobierno se deben simplemente a la pura necesidad de contención del gasto. Que se trata de números antes que otra cosa, de presupuestos que no llegan, de actividades e inversiones que hay que suprimir. Pero hay también un ingrediente de fe en la meritocracia, mucho más propia de las corrientes ideológicas de la derecha que de la izquierda. Y en España, exclusiva de la derecha y totalmente ajena a la izquierda. Se trate de reformas educativas, sanitarias, laborales o de la Administración Pública, una buena parte del problema es el rechazo a los criterios de excelencia. El apego a los viejos valores del Estado del Bienestar socialista que ha confundido derecho a la igualdad con derecho a la mediocridad. La ley de la masa como camino más directo al éxito en las urnas. Cuando es la propia derecha la que se apunta, algunos dirigentes autonómicos, por ejemplo, se intuye cuán lejos está nuestro país de la cultura del esfuerzo y de la capacidad para la transformación.

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