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ABC MADRID 21-06-2013 página 14
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  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN LLUVIA ÁCIDA PUEBLA VIERNES, 21 DE JUNIO DE 2013 abc. es opinion ABC DAVID GISTAU TONY Ayer, al morírsenos Tony, por fin pudimos cerrar la historia cuyo desenlace la familia en la hamburguesería David Chase dejó abierto C UANDO le propusieron el personaje de Tony Soprano, James Gandolfini pensó que estaba consiguiendo trabajo para apenas unos meses, porque era imposible que a la gente le interesara la vida de unos tíos feos y gordos de Nueva Jersey que se citaban en una carnicería. Es probable que su pesimismo se debiera a que él iba a sostener el protagonismo después de una carrera restringida a los papeles secundarios de matón. Atrapado en un corpachón de casi 140 kilos y cargado de hombros como jamás lo están los galanes que forran carpetas escolares, Gandolfini podría haber definido su reducción a un solo cliché con las palabras de Jessica Rabbit: Es que me dibujaron así Al final, la vida en eterna inminencia de colapso de ese tío gordo de Nueva Jersey fascinó a millones de espectadores desde el mismo instante en que supimos que la culpa de que acabara visitando a una psiquiatra la tuvieron los patos que se posaron en la piscina y luego volaron para siempre sin reparar en que un jefe de la Mafia había decidido que por lo menos ellos iban a salirle bien. Tal fue la devoción por esa serie maravillosa, por la que nos mantuvimos tantas madrugadas enlazando capítulos, que el actor y el personaje son indisociables. Tanto, que ayer, al morírsenos Tony, por fin pudimos cerrar la historia cuyo desenlace la familia en la hamburguesería, el largo fundido en negro David Chase dejó abierto: Tony cumplió la promesa que había hecho a Carm a la vuelta de una negociación con la Camorra de llevarla a Italia, y allí, justo antes de una lógica peregrinación a Sicilia, murió de infarto por sus muchos excesos con el sexo, el trago, la violencia y la comida, y con su historial de ansiedad y ataques de pánico. La noticia la recibió Silvio Dante por teléfono, junto a la barra del Bada Bing, y las strippers dejaron de bailar después de adivinar por su expresión que ocurrió algo terrible. Más allá del paralelismo narrativo entre ambas familias, la profesional y la personal, y de sus fracasos con ambas, la historia de Tony es la de un tipo metido en la crisis de la media edad, que defiende códigos anacrónicos y añora la época dorada de la Mafia, la de las Cinco Familias, mientras él dirige una residual, de chándal y bate, desbaratada por las leyes RICO. Por eso, a Tony y sus chicos les gusta tanto El padrino se ven como podrían haber sido, de no nacer demasiado tarde. Esa decadencia está magníficamente contada cuando intentan cobrar un pizzo a un remedo de Starbucks, y el encargado les da un formulario para que lo envíen por triplicado a la central de Seattle. Sobre Tony gravita siempre una tristeza de final de especie, de último ejemplar vivo que sabe que lo es. Y, encima, los patos echan a volar, dejándolo sin nada puro y desvalido que poder proteger. MONTECASSINO HERMANN DE FRENTE ANTE LA HISTORIA El comunismo avanzaba. Jamás retrocedía. Aquello era verdad aceptada también en Occidente L siglo XX ha sido el más voraz e insaciable devorador de víctimas del odio y del crimen de todos los tiempos. Con las primeras guerras totales de la historia y sus cumbres únicas de crueldad y horror en el exterminio. Ha sido un gran triturador de vidas. Y prestidigitador de biografías. Millones y millones de biografías quebradas en los infiernos de la guerra a muerte entre las ideas. Y los supervivientes. Hombres y mujeres que, muchas veces de forma milagrosa y contra todo pronóstico, lograron prolongar su propia biografía, aunque zarandeada por sucesos históricos fuera de su control. Algunos supieron después estar a la altura cuando el momento lo exigió. De frente ante la historia. Cumpliendo así su deuda con quienes no sobrevivieron. Así habrán entendido otros conmigo la vida de Gyula Horn, una biografía inverosímil. Porque Horn fue un funcionario comunista que llegaría a gran político y más allá, a gran estadista en conquista y defensa de la libertad. En una de esas grandes y fascinantes trayectorias que dio la vieja Mitteleuropa en el virulento siglo XX. Cuando terminó sus estudios en la URSS, acababa de morir Stalin. Él emprendía sus primeros pasos como funcionario con su ingreso en el partido. Dos años más tarde, un levantamiento popular puso al borde del colapso al régimen. Pero Horn no se desvió y cuando entraron los tanques soviéticos y E Janos Kadar asumió la jefatura, el joven funcionario apoyo la represión desde los pufajkas unos grupos de apoyo a las tropas rusas. Y prosiguió su lento ascenso por el aparato de un régimen comunista que, recuérdenlo, era un nivel superior y por ello irreversible de desarrollo humano El comunismo avanzaba. Jamás retrocedía. Aquello era verdad aceptada también en Occidente. Conocí a Horn en 1986. Era secretario de Estado. Ya estaba Gorbachov en el Kremlin. Y tenía dos entusiastas seguidores en Budapest, uno imprudente, Imre Pozsgay, y otro prudente, Gyula Horn. Era ágil, inteligente y decidido como ningún otro. Horn ya había llegado por entonces a la convicción- -me lo diría años más tarde también Wojciech Jaruzelski- -de que el régimen era irreparable y debía ser liquidado. Nadie sabía cómo hacer aquello sin guerra. No había precedentes. Horn sabía que había planes para la represión. Y maduros. En aquellos años buscó complicidades. Las tuvo fuertes en Polonia. En la RDA, Checoslovaquia y Rumanía no tenía sino enemigos. La crisis se agudizaba en todos estos países. Los nervios se disparaban. El 11 de junio de 1989, los tanques del Ejército chino aplastaron el movimiento estudiantil en la plaza Tiannamen. Ese era el modelo que querían aplicar Berlín, Praga y Bucarest. Horn sabía que había que crear hechos consumados para impedir que los involucionistas imitaran a los chinos. Así el 29 de junio, en un acto solemne e histórico, convocó al ministro de Exteriores austriaco, Alois Mock, y juntos cortaron ante la prensa mundial el alambre de espino en la frontera común. Aquel fue el mensaje. Comenzó el éxodo de los alemanes orientales hacia Hungría. El telón de acero ya tenía un agujero. Todo el Este se puso en ebullición. Y la revolución se hizo imparable. Un año después no existía ninguno de aquellos regímenes. Más tarde Horn fue primer ministro. Ganó con mayoría absoluta en 1994, pero incluyó en el Gobierno a los liberales, perdedores, para hacer las primeras grandes reformas en Hungría. Pero el momento por el que siempre será recordado este gran hombre que ha sido Gyula Horn fue cuando burló al peor legado de la historia europea del siglo XX, rompió el muro de la cárcel europea desde dentro y dejó que se inundara de libertad.

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