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ABC MADRID 19-06-2013 página 14
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  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN POSTALES PUEBLA MIÉRCOLES, 19 DE JUNIO DE 2013 abc. es opinion ABC JOSÉ MARÍA CARRASCAL CUMBRES BORRASCOSAS La proporción entre seguridad e intimidad tendrán que decidirla los ciudadanos. Pero espiar a los huéspedes es una golfería ENUDA cumbre están teniendo los ocho más poderosos del mundo en el Ulstern tras saber que los servicios de información ingleses y norteamericanos espiaron las comunicaciones de los asistentes a la cumbre de los veinte emergentes de Londres en 2009! ¿Cómo van a comunicarse con sus asesores sabiendo que les están escuchando los anfitriones, que no han dado señales de haber cambiado de hábitos? ¿Por lenguaje de signos? ¿Por notas manuscritas? ¿O devolviéndoles la broma diciendo lo contrario que piensan hacer, para a su vez engañarles? De momento, lo que hacen es callar como muertos, sobre todo los más directos implicados, Cameron y Obama, que no han dicho palabra sobre el asunto, ni parecen interesados en hacerlo. Asunto grave, serio, sucio, miserable. Pero que no debe confundirse con los barridos telefónicos y electrónicos que los norteamericanos vienen haciendo, según reveló el E. Snowden a The Guardian. La filtración es del mismo, el ex operario de la CIA al mismo periódico, pero conviene distinguir aquellas escuchas destinadas a evitar atentados terroristas de la cumbre del G- 20, del espionaje a aliados, socios y amigos, llegados para discutir y acordar acciones que concernían a todos, y negociar con ventaja sobre ellos. Una trampa, como la del tahúr que juega con cartas marcadas. Pero así son los ingleses. Sus intereses están por encima de la ética, la moral y zarandajas por el estilo. Inventores del fair- play, en política, lo que practican es el dirty trick, el juego sucio. Sin distinciones entre conservadores y laboristas ni disculparse. Y la primera pregunta: ¿sirven de algo estas cumbres, si el anfitrión hace trampas? La segunda, ya jocosa: ¿qué se escuchó a Zapatero en la de 2009, a la que asistió? La repuesta: nada, porque no abrió la boca. Pero volviendo a lo serio: una cosa es restringir derechos ciudadanos para conseguir la mayor seguridad posible recuérdese que gracias a las cámaras callejeras se identificó a los perpetradores del atentado de Boston y otra muy distinta, espiar a los invitados para tener ventajas sobre ellos. Lo primero tendrán que decidirlo los ciudadanos de un país con sus gobernantes, según la seguridad y de privacidad que deseen. Lo segundo, sencillamente, es una golfería. Nada de extraño las caras de Putin y Obama en las fotos del encuentro bilateral que sostuvieron. Como temiendo que el otro fuera a robarle la cartera. Seguro que el ruso, que por cierto fue espía, no va a soltar prenda en toda la cumbre, lo que significa que no habrá acuerdo sobre uno de los temas más importantes a tratar: Siria. Y si los demás asistentes tuvieran un mínimo de pundonor, decidirían no volver a reunirse en territorio británico. Aunque admito que me gustaría que nuestros gobernantes tuvieran algo de ese pragmatismo inglés hasta que haya un gobierno mundial. ¡M CAMBIO DE GUARDIA GABRIEL ALBIAC ARENDT No hay monstruos. Sólo hay hombres que matan, predadores hablantes, dice Freud. Burócratas eficientes del homicidio, anota Hannah Arendt la espera de la película que le dedica Margarethe von Trotta pasado mañana, creo, es el estreno tomo de su anaquel los libros de Hannah Arendt. Siempre los he tenido a mano en mi biblioteca. Desde aquel Eichmann en Jerusalén que me marcó siendo muy joven, Arendt ha estado entre mis interlocutores más constantes. Puede que sea porque, igual que le sucediera a ella, me emociona a mí Walter Benjamin más que ningún otro pensador del siglo veinte. Y la historia de Hannah Arendt, buscando en Portbou, años después, la improbable tumba y los perdidos papeles de su amigo suicida, está entre las declaraciones de amistad esa forma superior del amor más conmovedoras del atroz siglo que fue el nuestro. Von Trotta ha tomado como epicentro de su relato la primavera de 1961, durante la cual cubre Hannah Arendt para el New Yorker el juicio en Jerusalén de Adolf Eichmann. Con una lucidez desgarradora. Con un empecinamiento en la búsqueda de la verdad que la emparenta con aquel otro judío, desarraigado y distante, que apostó toda su vida a la tarea de no reír, no lamentar, no burlarse ni detestar; entender sólo Como Baruch de Spinoza en el Ámsterdam del siglo XVII, Hannah Arendt supo siempre que lo verdaderamente trágico exige la mirada más fría. Y la aún más glacial A escritura. Que lo sentimental es siempre obsceno. Que el énfasis envilece a la tragedia. Y, ante los ojos de esa judía alemana abocada a vivir en largo exilio, han pasado las cosas más extremas. Una juventud dorada, junto al filósofo mayor y el más infame del siglo. Arendt aprendió todo del supremo maestro. También lo amó: esas cosas pasan. Se salvó de ser exterminada por los discípulos del maestro Heidegger, que borraron al pueblo judío de la faz de Europa, porque supo escapar a tiempo. Vino el exilio en Francia, la amistad de un desesperado Walter Benjamin, empeñado en acabar sus fichas en la Biblioteca Nacional de París antes de que los nazis entraran. La huida, nuevamente. Y, al final de ella, los Estados Unidos y una vida nueva. Leemos en Arendt la voz de un clasicismo absoluto. El que viene de no ceder jamás a afectos ni pasiones. El que exige que quien escribe tan sólo a su rigor deba atarse. Y yo no sé no he visto aún la película de Margarethe Von Trotta si es acertado hacer girar su vida y obra en torno a un solo libro: el que recoge las crónicas de Jerusalén para el New Yorker. En el juicio del año 1961 contra el último de los dirigentes nazis que planificaron el exterminio total de los judíos en Europa, Hannah Arendt concita todos las claves de su obra. Que es, ante todo, una meditación sobre el mal, porque lo es y la de más fuste sobre el totalitarismo. Y el mal, como el Estado total que cristaliza paralelamente en la URSS y la Alemania de entreguerras, fue la obra, no de monstruos, sino de funcionarios: burócratas eficientes. A eso remite el final del penúltimo capítulo del libro sobre Eichmann, el que narra la gris retórica nacionalista del personaje ante el patíbulo: Fue como si en aquellos últimos minutos concluye resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible trivialidad del mal, ante la cual las palabras y el pensamiento son impotentes. No, Eichmann no era un monstruo. No hay monstruos. Sólo hay hombres, hombres que matan: predadores hablantes, dice Freud. Burócratas eficientes del homicidio, anota Hannah Arendt. Y lo trágico humano cabe en esto: Eichmann puede ser cualquiera.

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