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ABC MADRID 08-06-2013 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN LLUVIA ÁCIDA PUEBLA SÁBADO, 8 DE JUNIO DE 2013 abc. es opinion ABC DAVID GISTAU CANCIÓN DE DESAMOR El eterno romántico que es Dyango ha encontrado en la independencia una pasión juvenil, flamante, a la que entregarse. Casi lo envidio T RAIGO malas noticias. Hemos perdido a Dyango. No digo físicamente, como se pierde una maleta en un aeropuerto. Me refiero a que, cuando se instale en Aragón el check- point custodiado por guardias canteranos, Dyango nos desdeñará y se quedará del otro lado. Se llevará consigo la galanura pasada por el Grecian que es lo que queda de aquella estirpe de crooners sepultados con flores sobre el escenario del Florida Park que puso a latir tantos corazones de guata. Pura educación sentimental. ¿Será posible seguir amando en Castilla, después de Dyango? Esto no habría ocurrido si se le hubiera pedido paciencia para convertirlo en el Tom Jones de los casinos de Eurovegas, donde habría podido cantar a un tigre albino, como el de Sigfrid, o invitar a Sabina a fundar un nuevo rat- pack del que siempre habríamos lamentado que no lo completara El Fary. Pero Dyango, que antaño perteneció a aquella comunidad de los trescientos millones en la que los pechos eran cántaros de miel, ahora, impelido por una epifanía, elige reducirse a lo que Umbral habría llamado una dimensión terruñera. Cuando leí la noticia, lo que me inquietó fue el relato de su viaje interior. Dyango se despertó una mañana e, igual que se puede notar dolor en una rodilla, él sintió que de repente era independentista. Se hizo mientras dormía, como si el independentismo fuera un ictus del que se percibieran síntomas al salir de la cama. Tal vez vuelva a sentirse español si se le inyecta anticoagulante, como a aquel personaje de Woody Allen que era republicano en una familia de liberales de la costa Este por culpa de un coágulo cerebral. Ahora, tengo pavor a la noche. Temo entregarme al sueño y descubrir por la mañana que una metamorfosis me ha convertido en un peronista de Tucumán. En realidad, la conversión de Dyango tiene el espíritu de sus canciones, pues la ha explicado en términos de desamor. Todo en él es sentimental, y ahora se le apagó un sentimiento de pertenencia como si se lo hubiera agostado un matrimonio demasiado largo. Dyango y España tuvieron sus momentos felices, sus ratos de inspiración en festivales como el de la OTI. Pero ahora hace mucho que no se tocan, y el eterno romántico que es Dyango ha encontrado en la independencia una pasión juvenil, flamante, a la que entregarse. Lo comprendo. Casi lo envidio. Esa segunda camiseta del Barcelona es flamígera, irresistible. Completa el relato del destino manifiesto con el que una parte de Cataluña ha inventado un estímulo que trasciende nuestra melancolía y que para Dyango tiene mirada oferente de mujer. A este lado, todo es decepción y fatiga. Ni alguien que quiera cantarnos, tenemos ya, pues hasta Escobar se dice harto de que le pidan el porrompompero. VIDAS EJEMPLARES LUIS VENTOSO SIEMPRE CEÑUDOS El humor, uno de los más felices atributos de la inteligencia, ha sido desterrado de nuestra política E Manuel Fraga destacaba su memoria de 16 gigas, su vitalismo hiperactivo y su carácter abrupto, que a veces se traducía en desplantes que dejaban seco al prójimo. Pero había una faceta reconfortante que sofocaba el volcán: un sentido del humor omnipresente, que constituía su segunda naturaleza. Fraga era patológicamente incapaz de perdonar una buena anécdota o una frase ocurrente. En cierta ocasión me enviaron a pasar un día entero con él para un reportaje. La cosa arrancó a las seis y media de la mañana, desayunando juntos en aquella suerte de pequeña Casa Blanca minimalista que había levantado en una colina de Santiago (una dacha de estilo zen, a la que Fraga añadió sus trofeos cinegéticos disecados, que pegaban tanto allí como Leo Messi en una biblioteca) Tras comer unas galletas no muy actuales, ver el parte del tiempo y despanzurrar la prensa del día, subimos a los coches oficiales para inaugurar todo tipo de cosas y zampar pinchos por media Galicia. Los políticos de verdad saben que el voto se gana así, puerta a puerta, cara a cara. A las diez y pico ya andábamos por una montaña helada de la sierra lucense para inaugurar una carretera. Corría un ventarrón gélido y orvallaba. Allí no se aguantaba. Tras un refrigerio en la carpa inaugural, Fraga salió balanceándose ligero para cortar la cinta. La nutrida comitiva local trotaba tras sus talones. El paisano que debía darle la bandeja donde reposaba la tijera llevaba aparcado un buen rato a la intemperie. El tío estaba casi azul, do- D blado para protegerse del viento, con la bandeja sostenida entre sus ingles. Llegó el presidente y el hombre le tendió los trastos. Fraga soltó una carcajada: Mi querido amigo, ¡veo que saca la bandeja de los cojones! La risa de todos, incluida la del interpelado, rompió el frío matinal. Nunca ha habido políticos tan acartonados, innecesariamente solemnes y carentes de sentido del humor como los que hoy tenemos en España. Los guiños cómicos son casi una norma de cortesía en las grandes democracias anglosajonas. Ronald Reagan era amigo de Bob Hope, aquel cómico de quijada ancha que cuando cumplió cien años aún se permitió un chiste: Soy tan viejo que han cancelado mi grupo sanguíneo Reagan aprendió. Su definición de lo que es una crisis supone una lección de humor vitriólico: La recesión se produce cuando un vecino pierde su trabajo. La depresión, cuando lo pierde uno mismo. Y la recuperación, cuando el que pierde su trabajo es Jimmy Carter Al otro lado del charco, guarda fama Churchill. Una diputada de la oposición le lanzó esta estocada: Si su excelencia fuese mi marido, pondría veneno en su café Churchill pensó un segundo y embistió: Y si yo fuese su marido, me tomaba ese café ya Entre los presidentes de Estados Unidos la autoparodia cómica es una liturgia obligada, que brilla en la cena anual con los corresponsales. Clinton se mofó de su condición de pato cojo en un vídeo en el que hacía la colada de la Casa Blanca. George W. Bush sorprendió subiendo al estrado a su doble, en un número hilarante. Sin llegar a eso, los políticos españoles no se permiten ni un gesto de relajo o simpatía. Rajoy, que tiene en privado un magnífico sentido del humor, se lo ha guardado en la cartera de los ajustes. Valenciano y Soraya Rodríguez viven en la irritación perpetua, como si les hubiesen echado vinagre en los choco- crispis matinales. Cayo Lara magnifica dislates con la parquedad de un pregonero crecido. Artur imposta un soniquete profético, acorde al glorioso movimiento de liberación, aunque el resultado se le queda un poco tombolero. Tal vez tanto envaramiento no sea más que un telón para encubrir inseguridades personales. Ritualizamos minucias y condenamos el humor, uno de los más felices atributos de la inteligencia.

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