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ABC MADRID 06-04-2013 página 13
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC SÁBADO, 6 DE ABRIL DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA CRISTIADA For Greater Glory no oculta que la Cristiada fue una guerra religiosa, desatada por odio a la fe católica E estrena, al fin, en los cines españoles For Greater Glory, la película sobre la Guerra Cristera o Cristiada (1926- 1929) desatada en México después de que el gobierno del laicista Plutarco Elías Calles cometiera los más inicuos atropellos contra los católicos, incluidas matanzas de sacerdotes y fieles. La película, de factura técnica más que notable, incorpora un elenco de campanillas (con nombres tan vistosos como los de Andy García, Eva Longoria, Peter O Toole o Rubén Blades) y denota un esfuerzo de producción en verdad llamativo. Se trata de una obra de declarada militancia católica; pero muy alejada del temible tono empalagoso cuando no aciagamente buenista que suele lastrar las películas que se presentan bajo este marbete. For Greater Glory es una película épica el modo clásico, llena de lances heroicos y pasajes conmovedores, muy alejada del cine de acción de los últimos años, donde las pirotecnias y aspavientos propios del género enmascaran argumentos vacuos y personajes sin encarnadura. En For Greater Glory no faltan, desde luego, las secuencias trepidantes, los tiroteos y escaramuzas bélicas; pero, al hilo de tales secuencias, se nos plantean conflictos humanos vigorosos y desgarradores y se nos presenta una panoplia de personajes de lo más variopinto. Desde el beato Anacleto González Flores, un líder católico que acaudilló la resistencia pacífica S contra Calles antes de ser martirizado, al aventurero Victoriano Ramírez, alias el Catorce cuyas hazañas sanguinarias lo envolverían en una aureola de leyenda. Desde el niño José Sánchez del Río, también beatificado por la Iglesia, quien fuera martirizado del modo más sañudo, al cura cristero José Reyes Vega, responsable de ordenar incendiar un tren sin evacuar antes a los pasajeros. Y, por encima de todos, el general Enrique Gorostieta, comandante del ejército cristero, un hombre más bien descreído que acabaría convirtiéndose, impresionado por la fe de sus soldados. For Greater Glory, que se permite ciertas licencias en la reconstrucción biográfica de sus protagonistas (así, por ejemplo, en la relación entrañable que se entabla entre el general Gorostieta y el niño José Sánchez del Río, que tal vez ni siquiera llegaran a conocerse) no escamotea sin embargo los aspectos de su personalidad más vidriosos o problemáticos, que deja al juicio del espectador; tampoco, oculta, por cierto, las disensiones en el seno del bando cristero, y aun de la propia jerarquía católica. Pero si hay algo que For Greater Glory no oculta es que la Cristiada fue, en su esencia y por encima de otras circunstancias políticas o económicas, una guerra religiosa, desatada por odio a la fe católica. El ¡Viva Cristo Rey! que los cristeros lanzan, a modo de proclama inquebrantable, antes de entrar en la batalla, y que sus mártires repiten ante sus ejecutores, después de haberlos perdonado, así nos lo recuerda constantemente. En España también tuvimos otra guerra en la que muchos inocentes murieron lanzando ese grito, pero ninguna película los conmemora. En este sentido, For Greater Glory resultará para muchos espectadores españoles una película incómoda; no sólo para los laicistas satisfechos de su hegemonía, sino también para los tibios, los políticamente correctos y demás faunas gallináceas autóctonas. Al resto, la película no les defraudará: disfrutarán de casi dos horas y media de un cine épico y vibrante que ya no se estila; y saldrán de la sala oscura conteniendo a duras penas la emoción que les anuda la garganta y preguntándose por qué una película así es inconcebible en España. Si alguno llegara a responder esta pregunta, ya no dejaría de llorar. IGNACIO CAMACHO LA MARCA ESPAÑA Corrupción, pobreza rampante, descrédito institucional y un sistema en crisis. El problema de la marca España es España SPAÑA es un viejo país zarandeado por los estereotipos desde el tiempo de la leyenda negra. El mundo anglosajón, que es el gran creador contemporáneo de reputaciones y famas, suspira por la imaginería folclórica y actualiza a menudo un paradigma iconográfico trivial que empieza en el bandolerismo romántico, sigue por los toros, la gitanería lorquiana, los tricornios y la guerra civil y acaba en los indignados quemando contenedores como nueva versión posmoderna de las rebeliones jornaleras y los anarquistas de la Semana Trágica. Fuera de su nación todo el mundo es un tópico con patas pero la singularidad española en el mundo la otorga su aureola de tragedia, un dramatismo histórico que no han logrado borrar treinta años de ejemplaridad democrática. El prestigio de la llamada marca España es un loable empeño del Gobierno que ha centrado de hecho su estrategia en política exterior; un intenso esfuerzo diplomático y comercial para levantar la vapuleada cotización de la imagen colectiva. Sin embargo, hay en el Gabinete marianista una tendencia algo perezosa a valorar desde la óptica reputacional cualquier problema interno, como si de nuestra agitada vida cotidiana sólo importase su repercusión en la influyente prensa foránea. La corrupción que se nos come por los pies es mala para la marca España, claro, pero aún es peor para la integridad y la confianza del sistema político. El marchamo del perfil deforme, parcial y oblicuo de la realidad española sirve lo mismo para las protestas callejeras que para las huelgas del metro, para el desgarro escénico de los desahucios que para esos mendigos hurgabasuras que tan fotogénicos quedan en la portada de The New York Times. Sólo que todo eso manifiesta los problemas de una sociedad en pleno conflicto y su posible manipulación periodística no es más que una derivada colateral de la inestabilidad de un proyecto en crisis. Limitarlo todo a una preocupación por los daños en el cristal del espejo de la fama constituye un reduccionismo algo estrecho, a veces irritante para los sujetos de una tensión social creciente, amenazadora y grave que se está apoderando del ambiente interno. Doméstico, que dirían los anglófilos. La última de esas respuestas comodín ha sido la del ministro García Margallo a propósito de la imputación de la Infanta. El evidente perjuicio para el prestigio nacional es la más leve de las consecuencias de un asunto que con razón o sin ella pone en jaque a la Corona y culmina la escalada de desprestigio de todas nuestras instituciones. Tenemos una política corrupta, una región en pleno proceso separatista, una justicia sorprendente, una quiebra financiera, una pobreza rampante, una clase dirigente en manifiesto descrédito. Ahora, también, una monarquía acosada y en general un sistema en colapso. Y seis millones de parados. El verdadero problema de la marca España... es España. E 110 AÑOS DE HUMOR GRÁFICO EN ABC Mingote (7 5 2010) En la muerte de Don Guillermo Luca de Tena

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