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ABC MADRID 18-03-2013 página 13
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES, 18 DE MARZO DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 13 EL CONTRAPUNTO UNA RAYA EN EL AGUA ISABEL SAN SEBASTIÁN PAROT Y LAS PROMESAS INCUMPLIDAS La doctrina Parot fue el remiendo, no la solución. El problema seguirá estando ahí, diga lo que diga Estrasburgo H IZO falta mucho tiempo y aún mayor determinación para poner fin a la práctica impunidad de la que gozaban en España los terroristas y otros asesinos múltiples de similar calaña. Hasta 2006, al amparo de una jurisprudencia imbuida de buenismo auténticos depredadores de rostro humano, condenados a centenares o millares de años de cárcel, cumplían un máximo de quince, lo que en muchos casos no equivalía ni siquiera a uno de privación de libertad por cada vida segada. Fueron los gobiernos de Aznar quienes hallaron el modo de terminar con este escarnio, aplicando los beneficios penitenciarios al total de la pena impuesta y no al periodo máximo de estancia en prisión (30 años) Del mismo modo encontraron fórmulas legales para liquidar a todo el entramado político, empresarial y socio- cultural que alimentaba a ese monstruo de múltiples tentáculos llamado ETA, mucho más complejo y peligroso que un grupo de pistoleros. Porque cuando se quiere se puede. Fue la voluntad política de un Partido Popular firme en sus convicciones la que logró que las víctimas obtuvieran al fin justicia y los criminales pagaran por sus crímenes. La que hizo prevalecer el sentido común por encima de los complejos históricos. La que impuso cordura y proporcionalidad a una lucha lastrada hasta entonces por el pensamiento débil de un legislador y unos jueces obsesionados por salvaguardar los derechos de los delincuentes hasta el extremo de ignorar los de sus víctimas. Hoy, todo ese capital moral corre el riego de desvanecerse. Pasado mañana la Gran Sala del Tribunal de Estrasburgo fallará un recurso del Gobierno español contra una sentencia del mismo órgano, favorable a la etarra Inés del Río, que supondría la voladura definitiva de esta doctrina Parot de la que nos hemos valido durante unos años a modo de parapeto contra la iniquidad. Un parche, un remiendo de emergencia puesto por un Ejecutivo con coraje en una legislación terriblemente laxa, cuya desaparición, de producirse, supondrá la excarcelación de un centenar de auténticos monstruos sanguinarios no arrepentidos, no rehabilitados y desde luego no dispuestos a reconocer ni reparar el daño causado. Bestias terroristas pero también violadores multireincidentes, pedófilos asesinos de niños... gentuza de la peor calaña que andará suelta por las calles y transmitirá el mensaje de que cometer esas atrocidades en este país sale muy barato. Y es que a pesar de las promesas electorales, a pesar de las palabras destinadas a ganar votos, este PP, el de ahora, no ha movido un dedo por cambiar la legislación que hace posibles estas situaciones. Fue uno de los caballos de batalla de Gallardón durante la campaña. Se desgañitó asegurando que instauraría la cadena perpetua revisable para determinados delitos, sabiendo perfectamente que existe un verdadero clamor social en demanda de ese compromiso y que el hecho de contraerlo le facilitaría la carrera hacia el Consejo de Ministros. Aseguró igualmente que despolitizaría la justicia y que derogaría la Ley del Aborto. No ha dado un paso en ninguna de las tres direcciones. Ni para salvar vidas de criaturas indefensas en el vientre de sus madres, ni para devolver al Poder Judicial su independencia perdida, ni tampoco para impedir que un degenerado como el profesor de judo recientemente condenado por más de 35 abusos sexuales a menores pueda ser recluido por un periodo superior a veinte años. Todo sigue igual. La doctrina Parot fue el remiendo, no la solución. El problema seguirá estando ahí, diga lo que diga Estrasburgo, mientras nadie tenga el valor de coger ciertos toros por los cuernos. IGNACIO CAMACHO ESTAMPITAS Hay una especie de hilo invisible que cose los rasgos de Roncalli, Wojtyla y Bergoglio en la memoria del catolicismo A prueba del merchandising no engaña porque responde a la ley de la oferta y la demanda. En las tiendas y puestecillos que rodean la Via de la Conziliazione, a donde acaban de llegar las primeras postales del Papa Francisco, siguen triunfando las estampitas y recuerdos de Juan Pablo II a gran distancia de las de su sucesor. Ratzinger ha resultado un Pontífice introvertido de aire intelectual y libresco que no ha atravesado la epidermis social. Los católicos que viajan a Roma suelen ser bastante papistas y predispuestos por tanto a un cierto personalismo agradecido, pero su sensibilidad está inclinada con nitidez hacia el carisma, un término de índole religiosa que alude a la posesión de ciertos dones espirituales. El santo subito lo tenía en grandes proporciones mientras que Benedicto XVI era- -es- -un hombre reflexivo, más de ideas que de sentimientos, poco dado a despertar entusiasmos de masas como los que también promete el recién llegado Bergoglio, cuya acogida plebiscitaria augura grandes sacudidas populares. La jefatura de la Iglesia es, a pesar de su fuerte carga doctrinal, un liderazgo de naturaleza emotiva, de adhesiones sentimentales, y en ese sentido la irrupción de Francisco despierta una expectativa vivificadora tras un Papado cuyo sorprendente final a destiempo ha dejado en la gente una ya indisimulada sensación de fracaso, de misión por cumplir, de transición frustrada. Por ese mismo factor emocional todavía se venden en los tenderetes turísticos productos con la efigie de Juan XXIII, al que Francisco recuerda de modo inevitable y no sólo por su vago parecido físico. No queda, en cambio, ni rastro de Pablo VI, otro Papa de carácter retraído, alérgico a los baños de masas, quizá incluso zarandeado por la tormenta interior de la duda. Hay una línea de trazos quebrados que parece unir a Roncalli, Wojtyla y Bergoglio, una especie de hilo invisible que cose los rasgos de esas tres personalidades en la memoria colectiva del catolicismo. Sencillez, empatía, una cierta bondad paternalista y como parroquial; esa suerte de flor de santidad que la gente tiende a identificar en actitudes humildes, sacrificadas, proactivas y cercanas, en el espíritu de servicio y en la comprensión de una debilidad humana que da sentido a la misericordia. Tanto Montini como Ratzinger fueron eclesiásticos íntegros de fe honda y preocupada, de fuerte vocación teológica, moderno sentido del diálogo e intensa sensibilidad social y moral, pero carecían del halo amparador que un creyente necesita para sentirse consolado. Estaban tan abrumados que les costaba sonreír. Y el imaginario católico desea que el Santo Padre sea un religioso con el que cualquier fiel estaría dispuesto a confesarse. Eso es lo que el entrenado y pícaro olfato de los tenderos romanos ha detectado ya en este recién llegado. Que se van a hartar de vender estampitas de Francesco. L 110 AÑOS DE HUMOR GRÁFICO EN ABC Francisco Sancha (02 01 1927) -Aleluyas del mes de marzo. A veces marzo marcero pone cara de perro faldero

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