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ABC MADRID 11-03-2013 página 12
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ABC MADRID 11-03-2013 página 12

  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN LA FONTANA DE ORO PUEBLA LUNES, 11 DE MARZO DE 2013 abc. es opinion ABC FÉLIX MADERO JUECES Y PERIODISTAS Los periodistas nos hemos esforzado en deteriorar un oficio que hace poco mereció aplausos L comienzo de la novela de Vargas Llosa Conversación en la Catedral el periodista Santiago Zavala, Zavalita, un genuino trasunto de su destartalado país, se pregunta por el momento en que se jodió el Perú. He leído tantas veces el arranque del libro que memorizo sus frases y por eso imagino el escenario en el que Zavalita y el negro Ambrosio enjaretan cuatro horas de conversación en el infame bar de la Catedral. Pero los buenos arranques de una novela tienen mucho de universal, y porque lo son puede uno preguntarse lo mismo pero en su país. Y España, ¿cuándo se jodió? Dudo que la respuesta la tenga alguien del PP o el PSOE, a fin de cuentas parte activa en la jodienda de una nación que soñó ser lo que nunca sería. España se jodió el día en que empezamos a creer que cumplir las reglas del juego no era asunto importante. Inventamos normas, leyes y reglamentos que olvidamos con desparpajo y rapidez. ¿Un ejemplo? El día en que un acosador sexual condenado daba al PSOE la alcaldía de Ponferrada, la televisión nos regalaba a Elena Valenciano contando lo que han hecho por las trabajadoras. Ay Nevenka, pobre, si no hubieras sido de derechas y tan guapa... El CIS asegura que jueces y periodistas son las profesiones peor valoradas. O sea, que dos colectivos esenciales en democracia no cuentan con la comprensión de seis de cada diez españoles. Pensaba que semejante honor era de los políticos, y por eso creo que las 2.472 encuestas del CIS se las han hecho, una detrás de otra, al portavoz del PP Carlos Floriano, un dirigente amable y sobreentrevistado que debería reflexionar sobre los benéficos efectos que el guardar silencio procura. Los periodistas hemos de asumir que nos hemos esforzado en el deterioro de un oficio que mereció aplausos y reconocimientos. Antes, los que trabajamos en medios respetuosos percibidos como serios por los lectores sean o no nuestros, creíamos que eran los programas basura de la televisión los que desenfocaban nuestra profesión. Hoy ya no vale semejante argumento. Enredados en cuadras que te señalan como de derechas o izquierdas; contentos por ser percibidos así; dispuestos a no querer saber quién paga algunas nóminas; blandos con los bancos y empresas que compran parte del capital de periódicos, radios y televisiones; pastueños y blanditos con los que supuestamente son los nuestros. ¡Maldito verbo suponer! ¿En qué momento se jodió esto? Pues justo en aquel en el que los periodistas dejamos de creer que cumplir las reglas del juego era importante. Tiempo hubo en el que los grandes enseñaban que en la jubilación nuestras carreras quedarían justificadas si los que nos leyeron y escucharon no podían adivinar lo que éramos, tal vez de derechas, tal vez lo contrario. Hoy semejante razonamiento provoca la risa y nos coloca cerca de Zavalita, ese periodista peruano que hablaba en la Catedral con el negro Ambrosio, un tipo especializado en matar chuchos en la perrera municipal. Esa era su compañía. Hermosa metáfora que anuncia un final que ya nadie puede evitar. A EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA EL SÍNDROME DEL BARÓN CORVO En estos días de sede vacante son muchos los ejercicios de teología- ficción que leemos y escuchamos aquí y allá W ILLIAM Frederick Rolfe (1860- 1913) más conocido por los amantes de la literatura como Barón Corvo, fue un escritor inglés, principesco y lunático, quijotesco y truhán, que pasó las de Caín en vida. Aunque criado en una familia anglicana, el Barón Corvo se convirtió siendo muy joven al catolicismo e ingresó en un seminario. Su gusto por los efebos y su temperamento desquiciado acabarían, sin embargo, impidiendo que se ordenara sacerdote; y toda su vida, que fue más bien corta y regada de miserias y escándalos, se la pasó rumiando su rencor. Para ajustar cuentas con las jerarquías eclesiásticas que lo habían condenado al ostracismo, y para desaguar su bilis, el Barón Corvo escribió en 1904 una novela auténtico ejercicio de terapia psiquiátrica rezumante de altanería y sarcasmos, titulada Adriano VII, en la que se imagina entronizado como Papa. La novela, admirable desde el punto de vista literario, es también una lectura recomendabilísima en estos días, pues incluye unos cuantos capítulos regocijantes sobre el desenvolvimiento del cónclave que acaba con la elección del protagonista, antes de centrarse en el papado de ese imaginario Adriano VII, en el que la prosa del Barón Corvo, superdotada para la invectiva, arremete contra todo bicho viviente. Antológico resulta, por ejemplo, su juicio del socialismo, que no es el grito de la pobreza oprimida, sino una suma de denuestos y refunfuños de la mediocridad llena de envidia y descontento, ansiosa de afectar unas apariencias prestadas y no propias, y de sumergirse en un lujo que no se había ganado con su esfuerzo personal En estos días de sede vacante son muchos los ejercicios de teología- ficción que leemos y escuchamos aquí y allá. En casi todos descubrimos una afección que podríamos denominar síndrome del Barón Corvo un fondo patológico que viene a confirmar aquella reflexión irónica de Foxá: Los españoles están condenados a ir siempre detrás de los curas, o con el cirio o con el garrote Aunque quizá Foxá se quedase corto, y lo que le sucede más bien a los españoles es que en el fondo de sus entretelas hubiesen deseado ser curas, como le sucedía al Barón Corvo; y, ya de puestos a ser curas ¡que no hay que conformarse con cualquier cosa! fantasean con la posibilidad de alcanzar el papado. Resulta, en verdad, enternecedor y digno de estudio psiquiátrico, escuchar y leer a opinadores que viven alejados de la Iglesia echar su cuarto a espadas, promoviendo candidatos al papado, enumerando las prendas que deben asistir al nuevo Pontífice, arbitrando métodos para combatir los males que, según su delirante y bilioso juicio, afligen hoy a la Iglesia. A simple vista, tan rocambolesca actitud podría confundirse con la impostación de conocimientos propia del opinador pero estoy seguro de que ninguno de estos opinadores que tan resueltamente pontifican sobre el futuro Papa haría lo mismo si se le inquiriese sobre el futuro Dalai Lama o el futuro imán de La Meca. Hay en ellos, en la pasión discutidora con la que reclaman reformas o execran presuntos vicios de la Iglesia, un fervor con trasfondo traumático que no encontramos ni siquiera entre los aficionados del Barcelona, cuando se ponen a especular sobre el futuro del Real Madrid. En esta apabullante exhibición del síndrome del Barón Corvo uno descubre que España es un país arrebatadamente clerical. De un clericalismo, ciertamente, un poco estrafalario, en el que nadie se conforma con ser cura de aldea y todo quisque anhela la tiara papal. Un clericalismo en el que cada uno sería papa en su casa, volviendo majara al Espíritu Santo.

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