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ABC MADRID 25-02-2013 página 41
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES, 25 DE FEBRERO DE 2013 abc. es deportes ABCdelDEPORTE 41 Final Copa de la Liga inglesa LA BOTA DE PANENKA DAVID ÁLVAREZ LA ILUSIÓN DE MICHU Tardío en su llegada a Primera, ayer alcanzó en Wembley el triunfo con el que nunca dejó de soñar E Michu celebra su gol en la final de la Copa de la Liga, el segundo de los cinco del Swansea EFE La Armada del Swansea desarbola al Bradford Rangel, Hernández y Michu, que marcó, ganan la final de la Copa de la Liga (0- 5) IÑIGO GURRUCHAGA LONDRES Si eres de Bradford y sabes que tu equipo será siempre conocido por el incendio de la grada de madera en tu viejo estadio, que se llevó a 56 hinchas. Si eres del City y ya te van ganando 4- 0 la primera vez que tu club pisa Wembley, en el minuto 75 te pones en pie, cantas Soy del City hasta la muerte y coreas a los del Swansea: ¿Quiénes sois vosotros? Habían llegado de Gales y de Yorkshire para llenar Wembley siguiendo a la mandarina mecánica de Michael Laudrup, que hace diez años estuvo a punto de caer de la Liga profesional y juega ahora un fútbol inteligente y bello aunque un tanto diminuto, o a los iluminados de Bradford, imbatidos en sus últimas ocho tandas de penaltis y primer equipo de la cuarta división en llegar a esta final. Pero la Copa de la Football League ya no es lo que era. La Premier se separó de las otras tres divisiones. La UEFA extendió la Liga de Campeones para aumentar la caja. Y la Copa de la FA es la Copa. Esta competición sobrevive en un calendario muy apretado y permite ahora el desdén de los grandes y más milagros; una final entre el Swansea y el Bradford, por ejemplo. Quedaba la relativa belleza de los cantos elegíacos de los hinchas del Bradford pero el partido ya se desangraba tras el minuto 15. Hasta entonces, el Swansea había impuesto en consecutivas oleadas de pases y aceleración final su mejor técnica, su mayor velocidad en el entendimiento del juego y en el movimiento sin balón. El Bradford reculaba ante el vaivén rival y contenía las olas con una línea bastante alta. Parecía una mera cuestión de tiempo. El gol llegó en el primer contrataque, que guió Routledge rápido hasta el borde del área, donde pasó a Michu, que lanzó raso. Rechazó Duke estirado en el suelo y remató Dyer a la red. Nada importante cambió. Los treinta mil de Bradford se excitaron ante una falta que iban a lanzar los suyos al área desde muy lejos. A Laudrup sólo podía preocuparle que Ki Sung- Yeung hi- ciera otra falta tan innecesaria como la que le valió la tarjeta amarilla. El gol de Michu, en el 40, fue frío y muy bueno. Tiene el aire lánguido frecuente en los largos y suele deambular al paso por detrás de las defensas, pero marcó con un zapatazo que cogió dormido a su marcador; le metió el balón entre las piernas y al portero lo burló por el ángulo grande. Se había visto todo el fútbol que allí podía verse y el Swansea marcó además el tercero nada más comenzar la segunda parte. Otro juego Hay gente a la que le gustan las ceremonias estridentes de entrega de copas. Hay quien disfruta con el anecdotario de la vida en el césped, como la indignación total de Dyer porque no le dejaron tirar el penalti del cuarto gol galés y su posterior reconciliación con el lanzador, De Guzmán. Se abrazaron como hermanos ya ambos de regreso hacia el centro del campo. Uno puede entretenerse con eso o sentir algún pálpito porque nunca antes un equipo con tres españoles ganó una final del fútbol inglés en Wembley. Pero fútbol de verdad, fútbol del bueno, fue el que hizo el Wigan de Roberto Martínez en Reading el sábado, domando y señoreando un partido entre iguales, con clase, firmeza, inteligencia, sin miedo ninguno al borde del descenso. Y allí también hacía un frío mortal y allí había también una bandera española entre los cuatrocientos de Wigan. Milagro Laudrup El Swansea, ahora triunfante, hace diez años estuvo a punto de caerse de la Liga profesional Pequeña trifulca Dyer se enfadó porque no le dejaron tirar un penalti con el que habría podido marcar su tercer gol n una de mis primeras tardes en un estadio de fútbol, cuando iban cuatro o cinco minutos de partido, entró un tipo que llegaba tarde. Al llegar a mi altura se detuvo a coger aire por el sofocón: ¡Árbitro, hijoputa! dijo y se giró: ¿Cómo vamos? 0- 0 todavía. Pues por si acaso Al entrar al campo, me coincidían la fascinación del aroma de hierba recién cortada y la extrañeza por tanta gente enfadada. Con el árbitro, con un pase impreciso de los suyos, con las aglomeraciones de gente al final en las salidas. A eso de antes, se le han unido últimamente los que rabian con que el de al lado no viva el partido del mismo modo. Si a uno no se le pasa el fútbol en los estadios, quizá ya no se le vaya nunca. Cuando pienso en la extraña carrera de Michu, que ayer levantó en Wembley la Copa de la Liga inglesa, todavía me lo parece más al recordar que aprendió el fútbol entre aquellos grupos de enfadados del mismo estadio de Oviedo, luego sustituido por una especie de desmesurado centollo blanco de Calatrava. Hasta los 25 años no jugó en Primera, pese a lo cual y a haber sido cultivado en el pasto de los cabreos, no dejó de soñar con algo grande. Y del modo correcto. Oviedista también de grada rechazó jugar en Primera porque llegaba de Gijón. Esperó y le llegó una segunda oportunidad la temporada pasada, con el Rayo Vallecano recién ascendido. Allí en Vallecas, club administrado judicialmente y que rozó el descenso, seguía soñando a lo grande. Como si nunca hubiera abandonado la infancia. Como si en su día, con el Celta, no hubiera echado fuera un penalti decisivo para subir a Primera. Así llegó al Swansea galés, segunda temporada en la Premier, donde durante semanas aguantó el paso goleador de Van Persie como máximo realizador. Así alcanzó en su primera año en el extranjero una final, en la que marcó un gol exquisito. Somos dueños de nuestro destino escribió ayer varias veces en su Twitter cuando se despertó. Entre eso y el árbitro, hijoputa del que ha llegado tarde, media el mismo abismo que algunos sienten entre ellos y el niño que dicen que les gustó ser.

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