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ABC MADRID 21-02-2013 página 15
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ABC MADRID 21-02-2013 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC JUEVES, 21 DE FEBRERO DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 15 UNA RAYA EN EL AGUA EL CONTRAPUNTO ISABEL SAN SEBASTIÁN CUESTIÓN DE CONFIANZA El líder de la oposición no es consciente de que su discurso apocalíptico ya no cuela P USO el dedo en la llaga Alfredo Pérez Rubalcaba al comenzar su intervención en el debate sobre el estado de la Nación subrayando que buena parte de la ciudadanía ha perdido la confianza en sus representantes políticos. Esa es la triste realidad que preside hoy la vida democrática española y mucho me temo que si alguien esperaba que la sesión parlamentaria de ayer contribuyera a aliviar este déficit, se equivocó de medio a medio. Confianza es la palabra clave. Es el eje sobre el que ha de pivotar una relación sana entre gobernantes y gobernados, la base sobre la que se asienta ese contrato implícito, aunque sagrado, que suscriben los electores cuando acuden a votar a unas siglas, el oxígeno que respira este sistema, asfixiado hasta la agonía por los efluvios tóxicos de la corrupción, las mentiras y las promesas incumplidas que constituyen el pan nuestro de cada día en esta maltrecha España. Presume Mariano Rajoy de haber conseguido recuperar, con su acción de Gobierno, la confianza perdida de inversores, mercados y socios europeos. Puede hacerlo. Tiene motivos para la satisfacción, una vez superada la prueba de fuego de evitar una intervención, inminente hace poco menos de un año, que habría supuesto el fin de la soberanía española y unos durísimos recortes sociales. Pero no sólo de pan vive el hombre, ni siquiera cuando éste escasea tanto como ahora. No basta con generar confianza fuera de nuestras fronteras. Es aquí, en casa, donde hay que ganarse ese cheque en blanco sin el cual no hay democracia que valga. Somos nosotros, los españoles, quienes debemos ser convencidos de que nuestro dinero, nuestras ilusiones, nuestros sacrificios no son malversados por unos desaprensivos que, lejos de cobrar de nuestros impuestos para servirnos, se sirven de nosotros para enriquecerse con negocios turbios y opacos al fisco. Es nuestra fe la que han destruido sus desmanes. Por eso cada vez nos representan menos y nos resultan más lejanos y grotescos sus alegatos desde la tribuna. No niego al PP legitimidad democrática para gobernar ni me sumo al coro de golpistas encubiertos que pretenden sustituir el gobierno de la mayoría por el de las masas en la calle. Constato, eso sí, que un porcentaje considerable de quienes otorgaron al PP los 187 escaños de la mayoría absoluta se sienten engañados, y otro tanto ocurre con este PSOE errático y demagógico, que ha perdido la representación de la oposición, desbordado por movimientos ajenos al marco constitucional de los partidos políticos, imprevisibles e incontrolables, a quienes alimenta de manera irresponsable y que ya le están sacando los ojos, como tuvo ocasión de comprobar hace poco Juan Fernando López Aguilar. Ver a Rajoy y Rubalcaba lanzarse reproches con saña, apelando uno a la prolongada biografía de su rival, cuajada de fracasos y faisanes y refiriéndose el otro al caso Bárcenas, sin hacer mención de la podredumbre que encierran los ERE de la Junta de Andalucía, por los que no han pagado ni Chaves ni Griñán, conduce a la desesperanza, amén de la melancolía. ¿Tan ciegos están? ¿No se da cuenta el presidente de que mientras no limpie a fondo su partido, hasta erradicar cualquier vestigio de suciedad pasada, carece de fuerza moral para proponer pactos a futuro? ¿No le chirría la presencia en el banco azul de Ana Mato, implicada hasta el pescuezo en la trama Gurtel, por más que un juez la haya exculpado penalmente? Evidentemente no. Como el líder de la oposición no es consciente de que su discurso apocalíptico ya no cuela, sus mentiras son desenmascaradas por los hechos, y sus propuestas, invalidadas de origen por los ocho años durante los cuales hizo lo contrario de lo que ahora predica. IGNACIO CAMACHO EL PASILLO VACÍO Gélido e impermeable, Rajoy exhibió su carácter pedregoso al pronunciar más de treinta veces la palabra duro AJOY tiene una propiedad constante y característica que ya no se sabe si constituye virtud o defecto y que tal vez pueda parecer las dos cosas al tiempo: es pétreo e inamovible como un peñón, impermeable como una lámina de acero corten, correoso como un filete de cebú. Ayer exhibió a conciencia esa cualidad pedregosa en un discurso contundente durante el que pronunció más de treinta veces la palabra duro En uno de sus momentos más delicados como gobernante se aferró a lo más persistente de sí mismo. No hizo una sola concesión a la autocrítica; se presentó como la única alternativa a la quiebra, el rescate y el caos, exhibió plena seguridad en su hoja de ruta, ninguneó con audacia- -y descaro- -los problemas de corrupción en el PP y sacudió a Rubalcaba como si no le conviniese conservarlo de alternativa. Se mostró categórico y autoconvencido, aunque sus propuestas de regeneración quedaron frías y poco convincentes, como desganadas. Gélido emocionalmente, encajador imperturbable, estanco a todo lo que no sea su propio designio. No parecía un presidente acorralado; ni siquiera por la realidad, que desde luego lo desgasta más que la oposición. Enfrente, Rubalcaba fue de más a menos. Su primera intervención resultó eficaz, si acaso algo tremendista, en la descripción de una España dual, empobrecida, sufriente. Sus golpes sobre Bárcenas fueron inteligentes, incisivos y rotundos, pero resbalaron contra la piel de rinoceronte de un adversario que ni siquiera se dio por aludido. El líder socialista, más empático y mejor actor que el jefe del Gobierno, hizo el discurso que esperaban sus partidarios, pensando en la voz de la calle o de su parte de calle, y lo hizo bien, pero luego tropezó con su principal enemigo, que es él mismo o, más bien, su pasado reciente y su trayectoria. Si Rajoy tiene un problema de credibilidad inmediata, Rubalcaba lo arrastra desde tiempo atrás y no pudo eludirlo. En las réplicas perdió fuelle y consistencia aunque trató de mostrar una mano tendida a sabiendas de que la situación es tan grave que de él se esperan algo más que críticas. Al final se hizo evidente que cometió un error de precipitación táctica la semana pasada cuando pidió a destiempo la dimisión del presidente. Se puso el listón a una altura infranqueable y contradictoria con sus responsables demandas de acuerdo. Ambos son parlamentarios excelentes, pero el guión del debate está demasiado visto: un Gobierno autocomplaciente y una oposición apocalíptica. Su dialéctica es una representación para adeptos en la que se queda fuera la España que circula a la intemperie por medio de la calle. Esa España exige y necesita consensos de Estado cuya concreción institucional jamás rebasa la retórica de las buenas disposiciones. Nuestra política ha renunciado al hábito de cruzar el pasillo de las ideologías y eso no es una costumbre abandonada sino una oportunidad perdida. R MÁXIMO

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