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ABC MADRID 17-02-2013 página 14
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  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN AD LIBITUM PUEBLA DOMINGO, 17 DE FEBRERO DE 2013 abc. es opinion ABC MANUEL MARTÍN FERRAND MENOS ES NADA Como asegura Baura, todos cuantos exhiben manías de grandeza suelen padecer el síndrome de la pequeñez L A reforma de la administración local perpetrada- -dicho sea con precisión- -en el último Consejo de Ministros es una entelequia. Sus promotores, como en los juegos de la Señorita Pepis han ideado un estuche que nos entretiene y conlleva el mérito se señalar un problema pendiente y difícil que Mariano Rajoy nunca acometerá por los riesgos que arrastra. Algo que, al parecer, regocija a Cristóbal Montoro. Jaime del Burgo también llegó a ministro de Hacienda; pero antes, en su condición de secretario de Estado de Fomento, ya tenía el mérito de la delicada invención de la provincia, algo afrancesado, como corresponde a su autor, de esencia liberal y útil para nuestra convivencia, con varias constituciones por medio, desde 1833. El cómo arracimar las provincias para regionalizar el Estado es otra cuestión que no cabe en esta columna, aunque habrá que debatirlo si alguien se atreve a repasar el Título VIII de la Constitución vigente. Los municipios son las células del cuerpo provincial, como explicaba uno de mis profesores del bachillerato. Ya entonces el docente presumía, en el ejercicio de las manías de grandeza esenciales en el Régimen de Franco, de que éramos el país con más ayuntamientos de Europa. A mayores, para pavonearse de su nacencia charra, insistía en que Salamanca era la provincia con mayor número de ayuntamientos de España. Algo que, buscando su posible utilidad, solo servía para dificultar las oposiciones de quienes, antes, aspiraban a integrarse en el cuerpo de Correos y Telégrafos y beneficiar a los feriantes que, de pueblo en pueblo, acudían a las fiestas patronales de los ocho mil y pico ayuntamientos- ¡siguen creciendo! -que contienen nuestras provincias. Lejos de acometer una verdadera reforma de la administración local, el Gobierno de Rajoy, más grande en sus silencios y disimulos que en sus obras y decisiones, ha decidido dejar sin retribución al 82 por cientos de los concejales. Esa es la nuez de su reforma. Lo sensato, aunque más complejo, hubiera sido recortar el número de municipios como lo han venido haciendo, desde la popularización de la comunicación telefónica a nuestros días, todos los países de Europa, de Alemania a Italia o del Reino Unido a Holanda. Como asegura Baura, todos cuantos exhiben manías de grandeza suelen padecer el síndrome de la pequeñez. Los 86.460 concejales electos- -dentro de poco, 12.188 de pago- -forman parte de la tropa de casi 400.000 personas que, en diversos cargos, instituciones, empresas públicas o consejerías forman parte del cuerpo político nacional. Javier de Burgos, hace casi tres siglos, estaba en el progreso. Desgraciadamente no se puede decir lo mismo de Rajoy, Montoro y demás autores de una reforma que se dice administrativa y es solo salarial. PROVERBIOS MORALES JON JUARISTI METEORITOS Se está convirtiendo a los políticos, sin hacer distinciones, en los chivos expiatorios de la crisis económica U N aerolito se ha lanzado en plancha sobre Cheliabinsk, a mil y pico kilómetros de Moscú, cerca de los Urales, hiriendo a miles de personas y destruyendo tejados, ventanas, isbas y samovares. Mientras escribo esto, un asteroide del tamaño del Ministerio de Agricultura y Pesca pasa rozando la ionosfera antes de perderse en el infinito o estrellarse en Parla, pues, como dice el refrán, al que nace para martillo del cielo le caen los clavos (o al revés) Se ha recordado con insistencia en las últimas semanas que los dinosaurios se extinguieron a causa de un acontecimiento semejante, una de las muchas ideas falsas que la divulgación científica ha impuesto como si se tratase de verdades comprobadas. Pero en fin, estas cosas entretienen y animan, como el fin del mundo según el calendario maya o los alegres pronósticos de San Malaquías, que también han salido a relucir con motivo de la dimisión de Benedicto XVI. Lo que sí está demostrado es que nada viene mejor para la angustia existencial que las catástrofes domésticas, como que se rompan las cañerías o te roben la cartera. Y como el personal ha ido acumulando mucha bilis negra, nada mejor que un apocalipsis para relajarse. El único inconveniente de las terapias de choque (de choque sideral, se entiende) es que, si no se cumplen las expectativas, la depresión regresa multiplicada al cubo, como en aquellos romanos o bizanti- nos de Cavafys cuando los esperados bárbaros no llegaban. Y la depresión no se cura de cualquier modo. Las catástrofes alejan la depresión: nadie tan eufórico como Robinson Crusoe después del naufragio. Lo malo es que no se acaba de naufragar, aunque por cada vía de agua que tapa el Gobierno se abra una más gorda sin darle respiro. Como decía aquel orador del XIX, la nave del Estado navega sobre un volcán y con la mecha encendida, pero no se va a pique, lo que, sorprendentemente, suscita más impaciencia que alivio, y, sobre todo, mucha mala uva. Porque no cabe hacerse ilusiones. Una gran parte de la población está deseando la catástrofe y la bronca. Se la ha calentado a tope, irresponsablemente. Es difícil calcular las proporciones, pero en la irritación ciudadana concurren la corrupción y la agitación deliberada contra los políticos, que se han convertido, sin distinciones, en los malos de la película. O sea, en los más probables chivos expiatorios de la crisis. Que se permita a unos demagogos incendiarios, a quienes nadie ha elegido como representantes del dudoso colectivo que afirman representar, expresarse sin bozal en la sede parlamentaria y amenazar desde una tribuna pública a los diputados allí presentes, además de una vergüenza que se nos debía haber ahorrado, constituye un síntoma de la perplejidad y el desconcierto de una clase política que se siente odiada (y lo es, sobre todo por los peores) Reaccionar desde el puro moralismo, como se está haciendo, es una pésima salida. Porque frente a la corrupción, la solución no está en la transparencia. La trasparencia, Dios, la trasparencia: la transparencia compulsiva- -una de las muchas tonterías de Rousseau- -destruye la libertad con una contundencia de meteorito. En un medio trabajado sistemáticamente por el resentimiento y el revanchismo, agrava la envidia e incita al crimen. La tentación de calmar a las fieras echándoles carnaza es muy fuerte, pero no se apaciguarán con la exhibición de las declaraciones fiscales de los políticos, al contrario. La ejemplaridad pública no consiste en eso: el buen político no es el que mete las narices en la cuenta bancaria del adversario, sino el que, consciente de sus debilidades, sabe vigilarse a sí mismo.

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