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ABC MADRID 08-02-2013 página 15
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ABC MADRID 08-02-2013 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES, 8 DE FEBRERO DE 2013 abc. es opinion OPINIÓN 15 EL BURLADERO UNA RAYA EN EL AGUA CARLOS HERRERA LA BASURA EN SEVILLA ES UNA MARAVILLA De no resolverse la situación, son muchos los que miran a la alcaldía con el deseo de que se sustituya esta plantilla por otra I alguno de ustedes tiene la buena idea de acercarse a Sevilla, cosa que hacen a diario miles de personas de todo tipo de procedencias, se darán de bruces con una ciudad sumida en la basura. Como ocurrió hace poco en Granada o en Jerez, una huelga de los servicios municipales de limpieza ha puesto en un brete insalubre uno de los paisajes más célebres de la España turística, tanto que hasta los capullos del New York Times le han dedicado alguna de las fotos de su célebre portada. Menudo éxito para los convocantes del paro, nada menos que aparecer en un rotativo de referencia en el mundo entero. Ya no se trata de que ABC les dedique alguna de sus llamadas en portada en tirada nacional: estamos hablando de la suerte de recoger la basura de una ciudad de renombre internacional como Sevilla y de la repercusión de que unos estupendos trabajadores decidan echarle un pulso a los ciudadanos de la capital de la alegría. Hasta los americanos se detienen en saber que allí abajo, en el sur de ese peculiar país de las fotos publicadas hace unos meses en los que la gente rebuscaba en los contenedores para poder comer, un conflicto laboral pone en un brete la conveniencia de visitar sus encantos tan conocidos por todos. Les cuento por si no lo saben. La empresa municipal de limpieza es una suerte de empresa privada en la que los propietarios son los ciudadanos. El S mandato de gestión lo tiene el Ayuntamiento, lo cual no impide que sea un paraíso particular. Sus trabajadores gozan de una situación envidiable a ojos de muchos otros y raro es que ningún otro elemento dependiente de la gestión colectiva no quiera gozar de sus condiciones laborales. El convenio firmado por anteriores corporaciones municipales hace que los trabajadores de Lipassam sean una suerte de oasis en el marco laboral actual: gozan de bolsa de trabajo casi familiar y endogámica, sueldos competitivos y complementos laborales peculiarmente llamativos, tales como complementos por el mero hecho de cumplir con su trabajo, entiéndase por ello un plus por no dejar de acudir a su puesto laboral. Cuando todos los colectivos han tenido que ajustarse- -en ámbitos públicos o privados- -a los ajustes salariales que todos conocemos, los trabajadores de marras no han cedido ni un ápice a los recortes que en su día aceptaron mediante acuerdos firmados, dándose la circunstancia de que ni siquiera la oferta municipal de reducir su sueldo en la mitad de la rebaja prevista les sea admisible. La última oferta distaba de sus criterios tan sólo un 1 y aún así han preferido someter a todos los ciudadanos a la tortura de siete mil toneladas de basura acumulada en las calles. Una asamblea a mano alzada hizo que anteayer- -en el momento de redactar estas líneas siguen reunidos y es posible que la huelga sea revocada- -fuera desestimada la generosa oferta municipal. Hoy viernes puede que todo cambie, pero nada hará olvidar las jornadas en las que se ha sometido a los vecinos de la ciudad a la insoportable tensión de ser chuleados y menospreciados por un colectivo privilegiado por unas condiciones laborales que ya quisieran muchos otros. De no resolverse la situación son muchos los que miran a la alcaldía con el deseo sincero de que se sustituya esta plantilla por otra dispuesta a acogerse a las condiciones que el mercado de trabajo impone. La huelga en cuestión es un signo de los tiempos. Yo gestiono un servicio fundamental para los ciudadanos y voy a utilizar a los mismos como rehenes para no renunciar a lo que otros han tenido que renunciar en aras del bien común. Mi cinturón no es el mismo que el de los demás. Es una indecencia y un insulto a la colectividad. Y un rechupete para el New York Times y toda su ralea. IGNACIO CAMACHO LA MECHA Hay en Madrid una atmósfera eléctrica, cargada de intriga y de sospecha que parece contener un barrunto de tormenta BATIDA, cómo va a estar. La sociedad española, digo, que se retrata cada trimestre en el CIS con cara de frustración y desesperanza. La crisis zarandea su presente, disipa su pasado (y sus ahorros) y compromete su futuro sin que la dirigencia pública ofrezca respuestas ni soluciones porque está ocupada en la polémica de un interminable latrocinio. Hay que irse a la página 25 de los periódicos, al minuto 15 de los telediarios, al tercer pantallazo de internet, para encontrar una noticia ajena a la corrupción- -y eso si no se llega a los deportes- un alboroto que produce la sensación, acaso cierta, de vivir en una cleptocracia. El drama del paro, en cambio, no necesita constatación mediática: cada ciudadano lo vive en su hogar, en su entorno, en su familia, parientes o amigos como una aplastante certeza cotidiana. Y entre esa doble realidad vive atrapado un pueblo que no puede sentir sino impotencia. Sin embargo, en el peor momento de nuestra historia reciente, todavía hay casi un 60 por 100 de españoles que se confiesa dispuesto a votar a los dos grandes partidos de Estado. Sin elecciones a la vista; con urnas en el horizonte habría al menos un 10 por ciento más. Quince millones de personas siguen aún fieles a una costumbre electoral enraizada en factores ideológicos, biográficos, inerciales. El bipartidismo ofrece visibles grietas de desgaste pero se sostiene sobre una tradición prejuiciosa que, haciendo del vicio virtud, apuntala una cierta estabilidad política. Tal vez, quién lo iba a decir, el viejo sectarismo español vaya a constituir a la postre un dique contra la peligrosa atomización del desengaño. A menos que... A menos que suceda algo grave. Un chispazo capaz de desencadenar una catarsis. Una implosión que reviente la estructura de las instituciones. Un factor inédito que provoque un corrimiento de tierras. Ésa es la amenaza de la corrupción en un sistema cuya lenta maquinaria judicial anula la certidumbre de seguridad jurídica: que en medio de la oleada de escándalos sin depurar salte un destello que desate una sacudida de hartazgo. Hay precedentes de desplomes imprevisibles, de saltos cualitativos, de convulsos espasmos inopinados con consecuencias refundacionales. Quizá por eso en el ambiente siempre crispado de Madrid se percibe una manifiesta tensión conspirativa. Hay una atmósfera eléctrica, cargada de intriga y de sospecha que parece contener un barrunto de tormenta. La sociedad exánime, la política extraviada, la economía en colapso, la justicia bloqueada, la Corona en apuros... un contexto combustible, un statu quo inflamable al alcance de cualquier pirómano con una tea. Y al fondo, el barcenazo, una mecha suelta bajo la mesa del poder cuya dimensión estratégica, decisiva, depende de un detalle tan elemental como el de que su aparente potencial destructor esté basado en la verdad o en la mentira. A MÁXIMO

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