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ABC MADRID 04-01-2013 página 56
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  • EdiciónABC, MADRID
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56 CULTURA VIERNES, 4 DE ENERO DE 2013 abc. es cultura ABC El domingo se cumplen veinte años de la muerte del artista ruso, una de las mayores leyendas de la historia de la danza JULIO BRAVO MADRID NUREYEV El bailarín salvaje E l 8 de octubre de 1992 el Ballet de la Ópera de París estrenó en el Palais Garnier una nueva producción de La bayadera firmada por Rudolf Nureyev. Al final de la función, el que fuera la máxima estrella de la danza mundial salió al escenario a saludar en medio de una gran ovación. Consumido y mortecino, correspondió a los saludos y, sentado en un lujoso sillón, recibió de manos del entonces ministro de Cultura francés, Jack Lang, el título de Caballero de la Orden de las Artes y Letras, el máximo galardón cultural del país galo. Aquella aparición supuso el certificado de lo que era un secreto a voces dentro del mundo de la danza: la enfermedad de Nureyev, que, víctima del sida, moriría tan solo cuatro meses después, el 6 de enero de 1993, con apenas cincuenta y cuatro años. El domingo, por tanto, se cumplirán veinte años de la desaparición de una de las mayores leyendas de la danza, un artista fiero y magnético, felino e inaprensible, que transformó el arte de la danza, sobre todo el baile masculino. Nació dos veces Rudolf Nureyev nació el 17 de marzo de 1938, en un vagón del tren que hacía el recorrido entre el lago Baikal e Irkustk, en la extinta Unión Soviética, y volvió a nacer el 17 de junio de 1951, cuando, en una cinematográfica huida en el aeropuerto de París, abandonó la Unión Soviética y pidió asilo político en Occidente. Todo en su vida tuvo tintes novelescos: Los tuvo su propio nacimiento. Los tuvo también su lucha para vencer los recelos de su padre, un severo militar que quería que su hijo siguiera la carrera de las armas o se hiciera ingeniero; sus años de estudiante en la escuela del Kirov, cuando desafiaba la estricta disciplina y cometía pecados tan graves como aprender inglés o asistir a las representaciones de todas las compañías extranjeras que actuaban en su ciudad; una actitud que proseguiría en sus primeros años en la compañía, el Ballet Kirov, donde su talento era tan admirado como temido su carácter. Aquellos primeros años de carrera cimentaron la fama de Rudolf Nureyev, un bailarín que destacaba, más que por su técnica, extraordinaria, por su nervio, su virilidad, su fiereza y su arrogancia. Su indocilidad y su rebeldía le acarrearon muchos problemas; en apenas dos años había alcanzado la categoría de primer bailarín; consciente del poder que le otorgaba su ta- Rudolf Nureyev, en el ballet El corsario uno de sus papeles fetiche, en el Covent Garden de Londres

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