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ABC MADRID 30-12-2012 página 3
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ABC DOMINGO, 30 DE DICIEMBRE DE 2012 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA CÁNTICO A LA ESPERANZA (DE IL PRIGIONIERO A SUOR ANGELICA) POR PEDRO GONZÁLEZ- TREVIJANO Dos composiciones, próximas a la sensación de desesperanza, retraimiento y como consideraba Shakespeare (Measure for desazón que nos asola. La tupida sombra de una larguísima crisis económica, measurre) la medicina de los miserables La esperanza es un compromiso ético que va más de una alienante crisis de valores y principios, de una malhadada crisis allá de una fórmula magistral o de una receta política y de una crisis institucional, que pone en entredicho la unidad de la terapéutica. La esperanza es consustancial a la Nación española, la vertebración del Estado y el respeto a las instituciones ACE unos días acudía al Teatro Real. Se representaban dos obritas de distinto perfil y autoría. La primera, Il prigioniero, de Luigi Dallapiccola, ópera en un prólogo y en un solo acto, basada en La tortura de la esperanza, de Auguste Villiers de L IsleAdam, y en Las leyendas y aventuras heroicas, alegres y gloriosas de Ulenspiegel y de Lamme Goedzak, de Charles De Coster. La segunda, Suor Angelica, de Giacomo Puccini, también en un acto, y con libreto de Giovacchino Forzano. Dos composiciones, próximas a la sensación de desesperanza, retraimiento y desazón que nos asola. La tupida sombra de una larguísima crisis económica, con devastadores efectos sobre el empleo, de una alienante crisis de valores y principios, de una malhadada crisis política- -al hilo de desafiantes desvaríos soberanistas- -y de una crisis institucional, que pone en entredicho la unidad de la Nación española, la vertebración del Estado y el respeto a las instituciones, casaban con nuestro desánimo nacional. Pero las dos no son iguales. Il Prigioniero narra las desgracias de un preso en la cárcel de Zaragoza a finales del siglo XVI; en ella no hay lugar, por más que una falsaria claridad haga pensar puntualmente otra cosa, a la esperanza. Los aires de libertad anunciados desde Flandes son un espejismo. Nuestro prisionero, explicita el Gran Inquisidor, será ejecutado al alba. He aquí los versos de su impotente queja: ¡Se ha hecho la luz! ¡Veo! ¡Veo! la esperanza... la última tortura... la más atroz de cuantas he sufrido... ¡La hoguera! La segunda, ambientada en un monasterio de Italia del siglo XVII, alberga, aunque asemeje una recurrente aflicción, una esperanza cierta. La hermana Angelica, recluida por su familia a causa de una relación ilegítima, conoce la muerte de su hijo. Desolada, toma un bebedizo que le ocasiona la muerte; pero al morir comprende que agoniza en pecado y suplica la misericordia divina, mientras la Madonna desciende acompañada de un niño. He aquí los versos finales: ¡Me he condenado! ¡Me he dado muerte! ¡Yo muero en pecado mortal! ¡Virgen, Virgen, sálvame, sálvame! ¡Por el amor de mi hijo! Yo me sumo, inequívocamente, al canto final de Suor Angelica. Nuestra esperanza no es, como creía Goethe (Prometeus) la imperecedera locura de los locos ya que está solidamente forjada sobre un decidido ánimo de superación. No H existencia. En palabras de Alphonse de Lamartine (Méditations poétiques) si amo- -a lo que yo añadiría, porque vivo- es necesario que tenga esperanza Lope de Vega lo recordaba también (El perro del hortelano) La esperanza es a las potencias del alma como la cuerda al reloj so sí, una esperanza apegada a la realidad. De no ser así, reseñaba Lupercio Leonardo de Argensola (A la esperanza) el bien de la esperanza sólo quedó en el suelo cuando todos huyeron para el cielo Una esperanza asentada en el ineludible esfuerzo común y en el desprendido trabajo colectivo. Lo apuntaba Cervantes: La mayor ofensa a Dios es no esperar (El rufián dichoso) pero así como la luz resplandece más en las tinieblas, así la esperanza más firme en los trabajos (Persiles y Segismunda) Los españoles no esperamos con las manos caídas. No esperamos con el diletantismo de los desocupados. No esperamos el fortuito devenir de las ensoñaciones. No esperamos la JAVIER MUÑOZ vida regalada del apático dejar hacer. Por el contrario, estamos dispuestos a calzarnos el yelmo y tomar la espada. Estamos nos paraliza el comprensible temor al fracaso. dispuestos a materializar los retos de superaNo nos retrae la inevitable incertidumbre. No ción. Estamos dispuestos a rearmarnos y rehanos atemoriza el inevitable escepticismo. No nos cernos. Estamos dispuestos a creer en el presenencadena la melancólica constatación de lo fu- te e impulsar el futuro. Como el poeta, queremos gaz. No nos detiene la experiencia vital de nues- hacer patria. Una patria que cada uno hace con tras limitaciones. Todos los hombres- -decía lo que tiene a mano: la sumisa herramienta, los Goethe (Werther) -ven burladas sus esperan- vivos materiales de su quehacer, un vaho de fazas, y son engañados en lo que desean pero tiga una ilusión de amor, y, en fin, la rosa de la aún así, el viaje a Ítaca es tan pertinente y sana- esperanza, aún en la sonrisa (Poesía de cada dor como la llegada a la anhelada y segura tie- día, de Leopoldo de Luis) Una actitud que perrra de promisión. La portentosa tarea por de- mite distinguir así entre las gratuitas quimeras lante no pude ser una excusa paralizante o una y las justas expectativas. Segunda: por razones pragmáticas. La desescobarde exculpación. peranza conduce a la melancolía, y ésta a la mueros españoles nos rebelamos contra el te. Aunque sólo fuera por motivaciones pragmáabatimiento. No vivimos en el Infierno ticas, habríamos de retomar el canto de la luz. de Dante- Abandonad toda esperan- Ernst Jünger lo sentenciaba hace años en las páza, vosotros que aquí entráis (Divina ginas de este periódico: En todos los casos la Comedia) ni debemos dejarnos deslizar por esperanza lleva más lejos que el miedo Pero habría aún otra razón menos tangible, las simas del pesimismo- Algo había muerto en cada uno de nosotros, y lo que había muer- pero pertinente, para esgrimir la esperanza: por to era la esperanza -de Oscar Wilde (The Ba- razones estéticas. En palabras del exagerado, llad f Reading Gaol) Hay razones para abrazar pero no menos lúcido, Gabriele d Annunzio una esperanza nacional. Don Juan Carlos des- (Laud) El ropaje de toda gran belleza es la esgranaba en el mensaje de Navidad la nueva hoja peranza Yo, desde luego, estoy dispuesto a ende ruta: unidad, confianza, generosidad, respe- tonar el taumatúrgico canto de esperanza nacional. to mutuo y lealtad recíproca. Primero: por razones éticas. La esperanza no PEDRO GONZÁLEZ- TREVIJANO es sólo la cura para los momentos de congoja RECTOR DE LA UNIVERSIDAD REY JUAN CARLOS personal y colectiva. La esperanza no es sólo, E L

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