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ABC MADRID 29-07-2012 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN AD LIBITUM PUEBLA DOMINGO, 29 DE JULIO DE 2012 abc. es opinion ABC MANUEL MARTÍN FERRAND ORGULLO NACIONAL Los españoles, cuando son generosos, desdeñan el pasado y, si tienen disposición rencorosa, lo maldicen UNQUE solo vivió treinta años, Joaquín Bartrina fue uno de los pioneros de la vanguardia literaria en catalán y en castellano. Hacía muchos años que no se me cruzaba por la memoria, pero frente a la televisión, durante la brillante e ingeniosa inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres, Bartrina me recordó unos versos suyos que hacen al caso: Oyendo hablar un hombre, fácil es saber dónde vio la luz del sol. Si alaba Inglaterra, será inglés; si os habla mal de Prusia, es un francés y si habla mal de España... es español Son versos anteriores al furor nacionalista de Sabino Arana o de las Bases de Manresa de 1892, pero siguen teniendo- -Prusia al margen- -la precisión de un reloj suizo. Aquí cada generación parece empecinada en ponérselo difícil a las que vendrán después y por ello, que ya es bastante, los españoles en presencia, cuando son generosos, desdeñan el pasado y, si tienen disposición rencorosa- -algo nada infrecuente- lo maldicen y proscriben. Lo cierto es que solo prospera, y como rareza, un sentimiento de orgullo nacional y de presunción de las muchas gestas y muchísimos protagonistas que convirtieron un cruce de caminos- -gran laboratorio de mestizajes- -en una gran Nación de la que germinaron otras muchas e igualmente grandes. Alberto Ruiz- Gallardón, a quien el ejercicio ministerial parece haberle pavonado el brillo que lucía como presidente autonómico y alcalde, se afana ahora en una revisión del Código Penal que pueda dañar a los españoles de dentro de veinte años como nos daña hoy, desde hace otros veinte, el que reformó Juan Alberto Belloch con más fervor social y partidista que sabiduría jurídica. Si cada ministro que llega al Palacio de la Marquesa de Sonora lo hace con manías de grandeza e intención de pasar a la Historia como sabio legislador, mal vamos. El Código Civil Francés aunque sometido a numerosas reformas puntuales, lleva en vigor más de dos siglos y escritores tan sutiles y precisos como Stendhal presumían de que como ejercicio de estilo cada mañana, antes de ponerse a escribir su propia obra, leían un artículo del Código que Napoleón valoraba como la mejor y más trascendente de sus obras, más útil que todas sus gestas militares. Un Código kleenex, de usar y tirar, como parece desear Gallardón para regular la acción penal de nuestro tiempo, es un disparate, trátese del aborto, de las penas para los asesinos terroristas o del castigo para los políticos trapisondistas en lo contable. Carecerá de sentido si no es una obra de consenso entre los partidos elaborada con el sosiego suficiente para que las futuras generaciones- -las que pagarán la Deuda del Estado- -puedan decirse: que majos eran nuestros abuelos. Quizás empiecen a sentir el orgullo de ser españoles. A PROVERBIOS MORALES JON JUARISTI RESIDENCIAS La recuperación de la democracia en el País Vasco exige una lealtad sin trampas a la letra del Estatuto N octubre de 1925, Miguel de Unamuno, desde Hendaya, inició los trámites para vender su casa familiar de Bilbao. En el exilio que le había impuesto su oposición a la Dictadura de Primo de Rivera- -en rigor, un exilio elegido por él mismo desde que, año y medio atrás, el dictador le levantara el confinamiento en Fuerteventura- el escritor necesitaba dinero para paliar sus propias estrecheces y las de la familia que había dejado en Salamanca, cuya Universidad había dejado de pagarle el sueldo de catedrático. Pidió a un amigo bilbaíno, el abogado Ramón de Madariaga, que se encargase de asesorar a los suyos en todo lo referente al papeleo que llevaría la enajenación de la vivienda, el viejo piso de la calle de la Cruz. Vendido éste, se quitó de encima el peso de la patria de campanario, lo que mejoró su salud. Ramón de Madariaga fue uno de los personajes más destacados de la generación vasca del fin de siglo. Coetáneo de Unamuno, estudió Derecho en Londres y ejerció como delegado de la Lloyd s en España. Dirigió durante muchos años el pequeño partido republicano federal en Bilbao y, tras la caída de la Dictadura, auspició la creación de Acción Nacionalista Vasca, uno de cuyos fundadores fue su hijo mayor, Nicolás, asimismo abogado y de formación oxoniense. Un hijo de este último, Julen Madariaga, que también estudió Derecho en Oxford, fundó ETA en 1959. En 1930 la Sociedad de Estudios Vascos encar- E gó a Ramón de Madariaga la redacción de un Estatuto de Autonomía para la región, que sería la base de los subsecuentes Estatutos vascos, el frustrado de las Gestoras, y el que la II República terminó concediendo a Euskadi en octubre de 1936, ya en plena guerra civil. En su proyecto inicial, Madariaga trató de suavizar, moderándolas y admitiéndolas en parte, las exigencias de los nacionalistas, que pretendían imponer a los inmigrantes un plazo desmesurado de residencia en el territorio vasco antes de concederles el derecho al voto. En el Estatuto de 1936, como en el actualmente vigente, tal derecho se hizo derivar del mero avecindamiento, sin plazos de ningún tipo. El nacionalismo vasco no se resignó a esta solución y todavía en vísperas del Estado de las Autonomías especulaba con la posibilidad de introducir restricciones estatutarias a los derechos de la población inmigrada, pero, afortunadamente, prevaleció el criterio administrativo de la residencia frente a cualquier apelación, por mitigada que fuera, a un ius sanguinis. Sería una triste paradoja que algo parecido se nos colara ahora con el pretexto de resarcir a los vascos que tuvieron que abandonar su tierra amenazados por ETA, entre los que me cuento. La recuperación en el País Vasco de una democracia gravemente deteriorada por el terrorismo exige el respeto estricto a la letra del Estatuto, y en particular a su artículo 7, que establece la residencia como requisito a la vez suficiente y necesario para la participación en las elecciones autonómicas. Muchos de los que se fueron por motivos de seguridad o, simplemente, por repugnancia ante la degradación moral de la vida en común, mantuvieron su vecindad administrativa en la región vasca. En su caso, no existe impedimento alguno para el ejercicio del voto autonómico. Otros nos avecindamos en las comunidades anfitrionas, que son las nuestras desde entonces. Si alguno se muere de nostalgia por votar en su belén originario, la solución es fácil: que se empadrone de nuevo en aquella abundancia de madariagas. Los que, como Unamuno en su día, optamos en el nuestro por la ancha Castilla, votemos en nuestras autonomías respectivas, y que nadie maree la perdiz.

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