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ABC MADRID 05-05-2012 página 12
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  • EdiciónABC, MADRID
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12 OPINIÓN AD LIBITUM PUEBLA SÁBADO, 5 DE MAYO DE 2012 abc. es opinion ABC MANUEL MARTÍN FERRAND EL SIETE POR CIENTO Lo de Valencia no admite la justificación de la herencia recibida el máximo argumento defensivo de Rajoy L OS gurús de la economía predican, desde hace años, que cuando el precio de la deuda soberana alcanza un 7 por ciento de interés es que el Estado ha llegado a un punto de no retorno y deben comenzar las labores de rescate que, por experiencia propia, conocen bien en Grecia, Portugal e Irlanda. Por eso asusta, acongoja, saber que la Comunidad Valenciana, para enfrentarse a unos vencimientos inminentes, ha colocado entre inversores institucionales, por valor de 500 millones, a ese fatídico 7 por ciento que marca la frontera entre la dificultad y la catástrofe. Ese podría ser un timbre de alarma que impulse la reacción del Gobierno de Mariano Rajoy y sea Valencia la primera Autonomía intervenida por el Estado. Los interventores que, a decir de los nacionalistas catalanes, equivalen en nuestro tiempo a los carros de combate de las ocupaciones antañonas. Al parecer, y en un rasgo de justicia poética, el Gobierno de Alberto Fabra realizó la operación a través de Bankia, la calamidad que preside Rodrigo Rato y así se juntaron, en negra alegoría y sin salir del ámbito de poder del PP, el hambre con las ganas de comer. Quiero decir que lo de Valencia es muy grave y no admite la justificación de la herencia recibida el máximo argumento defensivo de Mariano Rajoy. Ya nos dirán desde La Moncloa, si es que alguna vez se enfrentan a la responsabilidad política de informar a los ciudadanos, cuál es la trascendencia y qué efectos podrían derivarse de ese fatídico 7 por ciento que marca un punto de inflexión en una de las diecisiete porciones del Estado, una de las que presumen de buena administración y correcto control del gasto. Algo que niegan los hechos. En Madrid, después de un puente y en vísperas de otro, todo parece irreal. Vivimos como si estuviéramos en Jauja cuando, de verdad, nos hemos instalado en Babia y, dentro del plan de reformas y recortes que, en fascículos coleccionables, Rajoy anuncia para todos los viernes del año, siguen sin verse soluciones que, bien sea incrementando los impuestos o reduciendo el gasto, apunten un equilibrio de las cuentas del Estado. En ejercicio esquizofrénico, las Autonomías no controladas por el PP oponen resistencia a los tibios recortes a los que invita el Gobierno; pero, como en Valencia, en las del PP no se resisten aunque siguen siendo igual de pródigas que las otras. Hemos entrado en una espiral que, para celebrar que el Barça perdió la Liga, se tolera y protege un acto de gamberrismo en el que Iker Casillas se encarama en la chepa de la diosa Cibeles- -pobrecita- -y el Real Madrid derrocha la energía que no tuvo para aspirar a la Champions League. HAY MOTIVO TOMÁS CUESTA DE LE PEN DEPENDE Lo imposible en la Francia de hoy es que el presidente saliente, Nicolas Sarkozy, gane las elecciones T ANTAS veces se ha dicho que Monsieur Sarkozy es un Napoleón de vía estrecha que, si no yerran los agüeros, lo de mañana va a ser Waterloo y Monsieur Hollande, Wellington. Pero hoy no es mañana y quienes titubean todavía conjugan el futuro en presente. La suerte no está echada, no se ha acabado el cuento, el colorín, colorado se lo pondrá el recuento. Todo es posible en Francia aseguraba Talleyrand, falsificando el desapego, para que restallase, acto seguido, la agudeza: Todo es posible en Francia, especialmente lo imposible, por supuesto Y es que Talleyrand- -al cabo de la permanente supervivencia en la función de Estado que va desde su aprendizaje en 1780 hasta su muerte en 1838- -era un profesional de la política: pasaban las monarquías, la revoluciones, las repúblicas, los imperios, las restauraciones; Talleyrand permanecía. Lo imposible en la Francia de hoy es- -eso dicta toda la prensa, francesa como europea- -que el presidente saliente, Nicolas Sarkozy, gane las elecciones. Así que, en lógica talleyrandiana, debería ser especialmente posible que las gane. Sopesemos la coyuntura abierta entre la primera y la segunda vuelta de las presidenciales. En la historia de la Quinta República, nunca un presidente candidato había quedado en el segundo puesto de la primera vuelta. Es un dato histórico poco agradable para Sarkozy, pero la historia no vota. Lo esencial, dada la diferencia mínima de votos entre él y el candidato socialista, es hacer recuento de la distribución de los votantes que dieron su papeleta a las otras opciones políticas en la primera vuelta. Pocas dudas hay de que el voto del Frente de Izquierda de Mélanchon- -amalgama de viejos comunistas y ecologistas nonatos- -irá masivamente a la urna de François Hollande. En un movimiento que es difícil de analizar desde las convenciones españolas, François Bayrou, político conservador de trayectoria zigzagueante y hoy al frente del Movimiento Democrático (Modem) ha anunciado públicamente su voto a favor de François Hollande. De un modo no carente de ambigüedad, todo hay que decirlo: Bayrou votará personalmente al candidato socialista, o, más bien, votará en contra de un Sarkozy al que ve ahora como demasiado escorado a la derecha; pero no pedirá explícitamente la misma acción a los votantes de su partido. Es un matiz que mueve en el ciudadano medio un cierto desasosiego: la impresión de que Bayrou personaliza fuertemente, más guiado por sus desencuentros personales con el presidente que por perspectivas políticas fríamente descriptibles. La impresión general es que eso está generando un fuerte desagrado entre su propia clientela. No es probable que un porcentaje alto de ella sea arrastrado a seguir el ejemplo de un jefe que muestra una imagen demasiado extravagante ante un envite decisivo. Será importante, sin embargo, para otra cosa: para que pueda Hollande exorcizar la común certeza de que su triunfo sobre Sarkozy va a depender, en lo esencial, de la- -sólo en apariencia paradójica- -absorción del voto del Frente Nacional de Marine Le Pen por el Partido Socialista en la segunda vuelta. Y esos son, en las vísperas de la elección presidencial más reñida, los términos de la partida. Todo depende de Le Pen. A Talleyrand le haría gracia.

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