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ABC MADRID 12-08-2011 página 3
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ABC MADRID 12-08-2011 página 3

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ABC VIERNES, 12 DE AGOSTO DE 2011 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O L U C A D E T E N A VANDALISMO POR FLORENTINO PORTERO Desde la posguerra mundial, los sucesivos Gobiernos británicos se han desvivido por lograr que el sistema educativo fuera capaz de formar e integrar a jóvenes de entornos culturales y sociales diversos. No era fácil conseguirlo. El éxito ha sido parcial L Reino Unido ha estado siempre en la vanguardia de Europa. Fue una de las primeras naciones en constituir un estado moderno, allí se desarrollaron sucesivas revoluciones industriales que provocaron importantes transformaciones sociales, fue la avanzadilla del colonialismo, del imperialismo y del neocolonialismo, y vio como todo ello trasformaba su propia identidad nacional. Hoy sigue por delante ensayando un modelo multicultural con resultados contradictorios. Vanguardia implica cambio y modernización, procesos que ponen a prueba la estabilidad. A cualquier persona que se haya acercado a la historia británica, términos como mob (muchedumbre, turba, populacho) o riot (disturbio) le resultarán familiares, y es que desde el siglo XVIII las revueltas son una constante, aunque sus razones varíen de una ocasión a otra. Sin embargo, hay elementos que se mantienen; el más evidente es la sensación compartida por sus ejecutores de estar fuera del sistema, de encontrarse bajo un Estado que en su evolución permanente va dejando a un lado sectores sociales que no han querido, no han sabido o no han podido integrarse. Los disturbios que se expanden en estos días por las grandes ciudades británicas tienen como característica el protagonismo de adolescentes y jóvenes que están creciendo en el seno de familias de bajo nivel económico y cultural y que viven en barrios deprimidos de la periferia. No estamos, por lo tanto, ante una revuelta organizada que responda a una agenda política fácilmente comprensible, sino más bien ante un estallido social procedente de sectores marginales. El Reino Unido no es sólo una nación de vanguardia, es también un país muy apegado a sus tradiciones. Puede parecer contradictorio, pero la sabiduría en combinar en sus justas dosis cambio y tradición ha sido una de las claves de su formidable historia. Los británicos respetan sus viejas instituciones políticas y sociales, como la Monarquía o la aristocracia, pero no por ello renuncian a la movilidad social característica de las democracias avanzadas y las economías abiertas. En el Reino Unido de nuestros días, como en el resto de las sociedades más avanzadas, la clave de la integración reside en la educación. El paso por la escuela, el colegio y la universidad pueden hacer de un joven un ciudadano responsable y un trabajador útil. Si un gobierno, como es el caso de España, decide utilizar estas instituciones para hacer ingeniería social, conseguirá, como podemos constatar en nuestro entorno inmediato, desnortar a una generación que ni sabe muy bien qué supone vivir en democracia ni acaba de entender el mercado de trabajo. El nivel baja, la productividad cae y los mejores se van. Desde la posguerra mundial, los sucesivos Gobiernos británicos se han desvivido por lograr que el sistema educativo fuera capaz de formar e integrar a jóvenes de entornos culturales y sociales diversos, y todo ello en un mercado laboral en cambio. No era fácil conseguirlo. En gran medida ha sido un éxito, como demuestra la amalgama de colores, acentos, culturas y religiones presentes entre los profesionales que conforman la elite. Pero el éxito ha sido parcial. En una sociedad culturalmente homogénea no todos se integran, siempre hay un cupo de gente que, por distintas razones, se sitúa fuera del sistema. Cuando, en el caso contrario, la sociedad ha recogido personas de muy distinta procedencia, el riesgo de que la bolsa de los no integrados crezca es mayor, porque las dificultades son más grandes. Paradójicamente, el estado de bienestar ensayado en el Reino Unido desde el fin de la II Guerra Mundial facilitó que mucha gente no sintiera necesidad de integrarse plenamente, porque con las ayudas recibidas podían sobrevivir. Esta falta de voluntad se convirtió en un serio obstáculo para que las escuelas pudieran cumplir su cometido. En el Reino Unido, como en otros estados occidentales, la geografía urbana se convirtió en el elemento determinante. Bolsas de niños desmotivados lastran el rendimiento de una clase, lo que lleva a los padres más responsables a cambiar a su hijo de colegio cuando no a mudarse a otro barrio donde el centro escolar funcione mejor. La salida de los mejores hunde aún más a la escuela que, en un proceso de continuo deterioro, empuja a más familias a abandonar el barrio. La escuela deja entonces de ser un instrumento de integración y promoción para convertirse en una trampa para sus propios alumnos. Cuando más necesaria resulta la educación por las crecientes exigencias del mercado de trabajo, mayor índice de fracasos cosecha. Un joven que crece en esos barrios tiene serias dificultades para acceder a la Universidad o a un oficio. Si a esta situación añadimos que probablemente su entorno familiar no es el mejor, que ambos padres pasan tiempo fuera de los domicilios en trabajos mal remunerados, que hay una sensación de fracaso colectivo, que los valores tradicionales han desaparecido... podemos comprender el caldo de cultivo de los comportamientos que están detrás de los disturbios y saqueos que padecen buen número de ciudades británicas. El Gobierno está llevando a cabo nuevos recortes en prestaciones sociales para tratar de contener el déficit de las cuentas públicas. No es algo nuevo. Ya la premier Thatcher dejó bien claro que el modelo de sociedad de bienestar establecida a partir de 1945 era inviable. Esta situación no hace sino arrinconar aún más a estos sectores que se han quedado fuera del sistema y que no se sienten parte de la comunidad. o más llamativo de los actuales disturbios es la edad de sus ejecutores, así como su falta de valores. Nos encontramos frente a un estallido de rabia de jóvenes amorales y egoístas que no tienen reparo en apalear a un niño, saquear la tienda de electrodomésticos de la esquina o quemar un almacén. No les importa la suerte de sus propietarios... porque no se sienten parte de esa comunidad. Conocen a esa gente de toda la vida, han crecido con sus hijos... pero les da igual. Para ellos no hay un proyecto de vida en común, no hay intereses ni valores que compartir, son vidas aisladas que sobreviven de la rapiña y que gozan con la destrucción del mundo que les vio crecer pero que ellos no sienten suyo. La sociedad británica ha reaccionado enérgicamente, exigiendo contundencia al Gobierno y prestándose a limpiar o a vigilar su vecindario. El espíritu comunitario sigue vivo y rechaza comportamientos que ni son tolerables ni justificables, aunque podamos comprender sus causas. Posiblemente la sociedad saldrá fortalecida de esta experiencia, pero los años de crisis que todavía tenemos por delante no facilitarán, sino todo lo contrario, la paulatina integración de estos sectores de la juventud inglesa. Podemos pensar que es un problema exclusivo del Reino Unido, el resultado de su historia y de sus políticas. En parte es verdad, pero sólo en parte. La combinación de cambio social y económico, integración, multiculturalismo y crisis del estado de bienestar es un problema que afecta a toda Europa, la insular y la continental. Cada país tiene sus propias características, de ahí que estos conflictos no se manifiesten de la misma manera... pero en el fondo el problema es el mismo, uno de esos temas de nuestro tiempo que van a caracterizar las próximas décadas. FLORENTINO PORTERO ES PROFESOR DE HISTORIA DE LA UNED E L

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