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ABC MADRID 14-06-2011 página 14
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  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN AD LIBITUM PUEBLA MARTES, 14 DE JUNIO DE 2011 abc. es opinion ABC MANUEL MARTÍN FERRAND LA SANTA COMPAÑA El Tribunal Constitucional también anda en crisis. ¿Hay algo que no lo esté dentro del zapaterismo? E NTRE el más allá y el más acá, certificados médicos al margen, suele mediar la distancia que separa la realidad de la ficción. De ahí la gloria pasada y el respeto presente a la Santa Compaña, en la que confiamos los gallegos y mucha otra gente de buena voluntad y escasos prejuicios. Personalmente siempre vila desfilar en noches cerradas y húmedas, entre la espesa niebla de los montes lucenses y, en lo que se me alcanza, los cofrades de tan benéfica agrupación siempre van de blanco impoluto, como celestial; pero asegura Álvaro Cunqueiro, maestro en ésta y otras especialidades fantásticas, que son muchas la ocasiones en que los cofrades van de negro y destaca sobre sus hábitos el encendido cirio de su generalizada bondad. Quizás se trate de que el maestro Cunqueiro confundiera en alguna ocasión a la Santa Compaña con el Consejo General de Poder Judicial que, como los mirlos, tiene disciplinados a sus integrantes y les uniforma con ropones como el azabache y el pico de oro para que canten anticipándose al alba y con retraso sobre la Historia. De un tiempo a esta parte la cúpula judicial anda revuelta. No le faltan razones. En aras de su modernización- -horrible eufemismo que suele acarrear la intención de un recorte efectivo de poderes clásicos- el Gobierno, siempre atento a lo accesorio, viene enfrentando a los jueces con los fiscales. Y viceversa. Pretende José Luis Rodríguez Zapatero, o lo que queda de él en tanto que presidente del Gobierno, cruzar las funciones de los unos con las de los otros, como si esto fuera el condado de Nottingham Shire o el estado de Illinois. Eso, difícil en el arranque de una legislatura, es un imposible en el final de otra que, por si fuera poco, puede acortarse sobre el calendario previsto. En consecuencia, se ve en los brumosos amaneceres de una primavera que se acaba la negra procesión de quienes, sin serlo, evocan la imagen que de la Santa Compaña nos dejó el gran maestro de Mondoñedo. El Tribunal Constitucional, tan innecesario como imprescindible es el Supremo, también anda en crisis. ¿Hay algo que no lo esté dentro del zapaterismo? Quizás por la similitud de los ropajes y en expresión de su descontento algunos de sus magistrados conjugaron ayer el exótico verbo dimitir de tal modo que el vicepresidente Eugeni Gay y los magistrados Elisa Pérez Vera y Javier Delgado centraron su criterio y voluntad en el presente de indicativo de tan poco utilizado verbo y han dimitido. ¿Conclusión? No la hay de momento. Lo de los jueces y fiscales es asunto complejo y lo de los magistrados del TC, continuará. Los culebrones siempre terminan de ese modo. HAY MOTIVO TOMÁS CUESTA JUSTICIA PATÉTICA Sostener a estas alturas que la justicia es igual para todos no es una broma de mal gusto. Ni siquiera es una broma Q UE el Tribunal Constitucional se descomponga ahora, precisamente ahora, cuando se ha demostrado que la solemne institución es la suprema instancia de las componendas, podría interpretarse, en el mejor de los supuestos, como un nítido ejemplo de justicia poética. Podría, en condicional, porque ya no se puede. Después de que el monstruo que pusieron en suerte se cobrara en las urnas el salario del miedo nos encontramos ante un nuevo caso de justicia patética. Sea por un súbito arrepentimiento ante la irrupción de Bildu, sea para apañar una nueva mayoría o sea porque aún queda el trágala de Sortu para las elecciones autonómicas, la renuncia de tres magistrados del Constitucional es la última, que no definitiva, evidencia de la disciplina política del poder judicial. Y la penúltima prueba de un descrédito que arranca con el embotellamiento estatutario, quilombo socialista que ha quedado en imposición sutil y versallesca ante las escandalosas dimensiones del enjuague bildunero. Señalados por los más que previsibles bro- tes de cólera proetarra, la mayoría de los magistrados del TC son la carne de cañón del ministro de Interior, el comando de operaciones especiales del Gobierno, un grupo de hombres sin piedad ni atributos que cumplen órdenes. De ahí la estupefacción de Pascual Sala, el presidente del Tribunal, ante las críticas jurídicas a la sentencia de Bildu. Como si los hubiera puesto el ayuntamiento para hacer cumplir la ley en lugar de para interpretarla a conveniencia y capricho de sus patrocinadores. En ese contexto, hasta los votos particulares acaban por convertirse en parte del truco, una coartada de pluralidad y sana discrepancia, por mucho que también constituyan actas notariales de la ignominia. Tal vez la cuesta abajo se aceleró antes de que De la Vega abroncara en público a la entonces presidenta del Constitucional María Antonia Casas, pero la plasticidad del instante (durante el desfile del 12 de Octubre) aportaba sobrados indicios sobre las relaciones de poder y un punto de partida para el análisis forense de la segunda muerte de Montesquieu. El fallo sobre Bildu confirmó el desmoronamiento de la independencia judicial, con lo que tal lunes como ayer nos fue dado ver otro acontecimiento jurídico inédito, el segundo eclipse judicial en 24 horas; que prosperara en el Supremo el recurso contra cinco magistrados, cinco, de Baltasar Garzón en relación a su ajuste de cuentas con el mismísimo Franco. Sostener a estas alturas que la justicia es igual para todos no es una broma de mal gusto. Ni siquiera es una broma. La estructura institucional podría colapsar con tan sólo un soplido mientras Rubalcaba protege a los indignados e insiste en que la policía está para evitar problemas, pero en el sentido de ni olerlos. Con los restos de ese naufragio se construyen los campamentos al sol, el último hervor de unas asambleas a la que el Gobierno presta más atención que a una reunión de magistrados nombrados, naturalmente, a dedo.

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