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ABC MADRID 30-03-2011 página 15
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ABC MADRID 30-03-2011 página 15

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC MIÉRCOLES, 30 DE MARZO DE 2011 abc. es opinion OPINIÓN 15 EL RECUADRO ANTONIO BURGOS BORRACHOS GUARROS El éxito de las botellonas suele medirse por lo que cuesta limpiar lo que han ensuciado estas hordas L LEGAN convocados por las redes sociales, el trasmallo que tiene apresado en su copo a medio mundo, y que lo mismo convocan a la revolución en Túnez que citan a la mayor borrachera colectiva que vieron los siglos. La cosa va del libro mayor de las imbecilidades: los récords Guinnes. Cada primavera las redes sociales andan pidiendo escaleras para que tal ciudad supere a la otra en borrachos del Macrobotellón. Es como la Olimpiada Matemática, pero con cubatas y calimochos, a ver quién reúne en un descampado a un mayor número de jóvenes aficionados a ponerse como una cuba en el menor tiempo posible y al menor costo. El año pasado se trataba de ganarle a Granada, que había reunido en su Botellona de Primavera no sé cuántos miles de hígados apuntados a la cirrosis. Este año no sé si habrá ganado Granada, si Málaga o si Sevilla. Y supongo que al norte de Despeñaperros también se habrá entablado esta primaveral Championlí de la juvenil borrachería callejera y colectiva, el tristísimo espectáculo de las chavalas completamente ciegas de alcohol manoseadas por los donjuanes beodos, las ambulancias con sus sirenas llevándose a los héroes del coma etílico. En Sevilla, además, ha habido el habitual fin de fiesta: la absurda muerte de un muchacho, apuñalado. La madre ha contado: Me pidió diez euros y me dijo que se iba con los amigos. A las 10 de la noche me llamaron del hospital para decirme que estaba muerto Tan borrachos estaban los testigos interrogados por la Policía que no recuerdan nada. Y además de borrachos, guarros. Los practicantes del deporte de la botellona no conocen por lo visto el uso de las papeleras. Van tirando al suelo las botellas conforme se las beben, los plásticos de los espumosos con los que mezclan el alcohol, los vasos desechables, las bolsas de las tiendas de conveniencia en las que traen los cubitos de hielo. Es tan alto el nivel cívico de estos chavales, que cada botellona acaba en estercolero. Y son tan ecologistas que todo cuanto arrojan es plástico puro. El éxito de las botellonas suele medirse por lo que cuesta a los ayuntamientos limpiar lo que han ensuciado estas hordas guarrísimas: en Granada se han tenido que gastar 7.000 euros en limpiar tanta cochambre mezclada, obviamente, con las vomiteras de los campeones del cubata; en Sevilla han sido 15.000 los euros que ha costado al ayuntamiento. Operación que me recuerda lo que le pasó a aquel veraneante que, temprano en la playa, observaba cómo las máquinas de limpieza retiraban las basuras de la arena. Se le acercó un turista sueco que hablaba bastante bien el español y le dijo: -Se ve que España es un país rico que puede limpiar todos los días lo que ensucia la gente. En Suecia, como no somos tan ricos, nadie tira un papel al suelo, porque no podemos gastarnos ese dinero en limpiar las basuras. Mirando cómo quedan los descampados de las tristes botellonas que reciben a la primavera, el sueco de la playa deduciría que España está que lo tira de esplendor económico. ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Qué educación está recibiendo esta chavalería que como no se emborrache dice que no se divierte? ¿Por qué tanta cruzada contra el tabaco y tanta permisividad para estas etílicas Ciudades sin Ley de las botellonas? Estamos creando una generación de alcohólicos... con los pulmones sanísimos por las leyes antitabaco. UNA RAYA EN EL AGUA IGNACIO CAMACHO EL ESCAQUEO NACIONAL El absentismo también es un fraude a los que trabajan, a los parados y a los autónomos sin amparo para sus bajas E MÁXIMO N España hay casi cinco millones de personas sin trabajo y otro millón que no va a trabajar. Con esa cifra de absentismo, de la que alrededor de un 40 por 100 no está justificado, se puede levantar una llamativa estadística pero no se puede construir un país competitivo. La vieja costumbre nacional del escaqueo no sólo incrementa la leyenda, a menudo inflada, de la falta de productividad de los españoles, sino que siembra un irritante triple agravio: por un lado hacia los que cumplen con sus obligaciones laborales; por otro hacia los que no las pueden cumplir porque carecen de empleo donde hacerlo; y por último respecto a los más de tres millones de autónomos, condenados a depender estrictamente de sí mismos y para los que cada día de enfermedad, de avería o de contratiempo supone un descalabro en su cuenta de ingresos. Se trata de una lacra social inaceptable en cualquier sociedad moralmente solidaria, pero en esta época de aprietos cobra además una importancia neurálgica porque está en juego una reforma de la estructura de los salarios que pretende vincularlos a su eficacia productiva. Se sabe que durante la crisis han disminuido las bajas en el sector privado por el temor al señalamiento en despidos y expedientes de regulación- -de los de verdad, no de los trucados por la Junta de Andalucía- pero en la Administración continúa faltando a su puesto un 20 por 100 del personal; la cifra convierte al sector público en una sima improductiva, sobredimensionada en efectivos y desastrosa en resultados. En conjunto, la bolsa de inasistencia disfraza la verdadera ratio de productividad individual, ya que el trabajo de los ausentes carga sobre las espaldas de los cumplidores; los españoles trabajamos más de lo que parece, en horas y en esfuerzo, y nuestros índices de eficiencia no desmerecen demasiado de la media europea, pero el ejército de defraudadores tira a la baja de las estadísticas. Claro que eso a los empresarios les consuela poco: ellos han de pagar los costes de los que acuden y de los que no. Y como están muy cabreados al respecto ya tienen al presidente medio convencido; va a haber ajuste salarial primero y después ya veremos si aumentan los controles a esta vergonzosa falta de compromiso. Con todo, tal vez lo peor no sea el fraude real, favorecido por un sistema de vigilancia muy poco riguroso, sino la falta de sentido de culpabilidad y la complaciente anuencia social de la que se beneficia, fruto de una relajada ética del trabajo que tiene despenalizada la pereza y el hábito absentista. Una sociedad con un veinte por ciento de desempleo en la que escurrir el bulto se considera un mérito o un derecho es una sociedad enferma. Y de una enfermedad moral que no ampara ninguna baja justificada.

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