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ABC MADRID 05-09-2010 página 68
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  • EdiciónABC, MADRID
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68 TRIBUNA DOMINGO, 5 DE SEPTIEMBRE DE 2010 abc. es ABC TRIBUNA ABIERTA CEUTA Y MELILLA: DEL OLVIDO A LA CESIÓN C POR MANUEL RAMÍREZ ADA vez que se produce algún acontecimiento a través del cual el incansable Rey de Marruecos, sin cuyo previo consentimiento nada ocurre en aquel país, manifiesta su hostilidad a nuestras españolas ciudades de Ceuta o Melilla, nos solemos quedar con la queja por lo ocurrido y nos solemos olvidar de la realidad que ambas soberanías patrias vienen experimentando desde hace muchos años. O dicho de forma más directa y sin duda algo molesta para algunos: no toda la culpa la tiene Marruecos. Hay que profundizar bastante más. Pero antes de entrar en esto, permítaseme un breve recordatorio histórico, por cierto no del todo conocido por nuestros peninsulares. Con rotundidad. Nunca Ceuta ni Melilla pertenecieron al Estado o Reino de Marruecos. Sería acaso suficiente con la afirmación de que éste no existía por la tardanza de su constitución como tal. Pero vamos más allá. La ciudad de Ceuta estuvo enclavada en lo que fue la Mauritania Tingitania del Imperio romano, pasando luego a formar parte de la monarquía visigótica española. En 1415 fue conquistada por los portugueses y a Portugal perteneció hasta la realización de la unidad peninsular por Felipe II. ¡Ya han pasado siglos que bien merecen ser celebrados pronto, guste o no guste a quien sea! Cuando se produce la secesión de Portugal, Ceuta optó, mediante plebiscito de sus moradores, por pertenecer a España. Y, por ello, une a sus títulos de Noble y Leal, el de Fidelísima, que ostenta con orgullo en su escudo. A partir de entonces y conteniendo siempre algunos embates de cábilas vecinas que de ello no pasaban, la ciudad conoce un fuerte proceso de recepción de peninsulares, sobre todo andaluces que pronto otorgan a sus habitantes, costumbres y formas de ser una fisonomía andaluza que se prolonga siglos después. De Andalucía es su forma de hablar, su hermosa Semana Santa, su celebración del Corpus, su feria, los actos en la festividad de su Patrona, la Virgen de África, su Navidad, sus puertos pesqueros y hasta su constante dilema entre el levante y el poniente. Desde las cercanías de su Monte Hacho (a la vez presidio militar y Regimiento de Artillería) BERRIDI se puede contemplar el más bello cuadro luminoso que particularmente he conocido. Y todo ello con la convivencia de algunas minorías no cristianas durante tiempo aceptando algo sin la menor de las dudas: la indiscutible españolidad de la ciudad. Sin ningún tipo de concesiones. No creo que exista en la Península ninguna otra ciudad que se haya sentido tan española. Hasta sus entrañas. Su hermana (siempre se han tenido por tales) Melilla, denominada Russadir por los fenicios, no era sino un puñado de ruinas cuando en septiembre de 1497 ¡por favor, retenga el lector las fechas! las huestes andaluzas del duque de Medina Sidonia, conducidas por el comendador Pedro de Estopiñán, toman la ciudad que construye con el trabajo de los españoles y se integra plenamente a la Corona en 1556. En su suelo no se encuentra en esos momentos ni un solo vestigio del Islam. Si recurrimos a la mera comparación, Melilla se incorpora a Castilla dieciocho años antes de que lo hiciera el Reino de Navarra, ciento sesenta y dos años de que el Rosellón fuera francés y doscientos sesenta años antes de que se constituyeran los Estados Unidos de América. ¡Ahí es nada! Y desde siempre orgullosa de su españolidad. ¿Dónde está el problema? Pues el problema y los problemas para ambas ciudades comienzan una vez producido el final del Pro- tectorado que España tenía en el norte de África, si bien nunca se confundieron los cargos de Alto Comisario, por un lado, y gobernador General de Ceuta y Melilla. Estaba bien claro a pesar del maleficio que para una y otra supuso la triste figura del general García Valiño. Su sucesor, el teniente general Alfredo Galera Paniagua, auténtico caballero en su persona y en su gestión, logra replegar las fuerzas militares en ambas ciudades y las dos conocen lustros de quietud, belleza y alegría. Algo faltó de apoyo y presencia por parte de Franco ¡curiosamente nunca volvió a ellas! y las visitas se limitaban a los ministros del Ejército, con alguna excepción como la construcción de viviendas que llevara a cabo el buen ministro de la Vivienda, Utrera Molina, en el campamento de la Legión. Al aprobarse la actual Constitución, no se quiso integrarlas en la Comunidad de Andalucía, a pesar de la chapuza parlamentaria que se hizo con Almería. Tampoco se optó por algo así como una Comunidad Autónoma Ceuta- Melilla, que sin duda hubiera sido mejor que la actual condición de Ciudades Autónomas Pero, bueno, es lo de menos. Lo de más es que, se reconozca o no, comenzaron las cesiones. No de la soberanía, claro. Pero sí de la paulatina, creciente y preocupante pacífica invasión de musulmanes. Centenares. Miles. Sin freno alguno. Pasaban la frontera ceutí, por ejemplo, mujeres árabes embarazadas para dar a luz en un hospital de Ceuta y, naturalmente, sus hijos recibían ya el estatus de residentes en esta ciudad. A ello, inmigración continua, pateras a troche y moche. ¡Y nadie movía un dedo! Al contrario, concesiones que nunca se debían haber hecho. Como no se hace en Gibraltar, por ejemplo. Ni en ningún lugar del mundo en que se reciba la nada oculta manifestación de que el vecino amenaza. Esto viene de lejos y resucita de vez en cuando. Naturalmente, cada vez que Marruecos así lo quiere o tolera. ¿Podemos olvidar los problemas con las vallas y a quién hubo que acudir? ¿Es que no hemos leído las amenazas de algo que se llama nada menos que Comité para la liberación de Ceuta y Melilla ¿Cuáles serán sus próximas agresiones a una indiscutible soberanía española? Para colmo, desaparece la máxima instancia Militar y hasta se traslada a la Península buena parte de la tropa, incluida la Legión. Ya hay barrios plenamente D musulmanes sin control alguno en los que se ha llegado a apedrear una procesión en Semana Santa. Es decir, sin dejar de ser culpable, no es Marruecos el único culpable. También quienes no alzan con fuerza el grito de la españolidad indiscutible y están optando por ceder o encogerse de hombros. Como si no pasara nada. Y pasa mucho. Más de la cuenta. Aquí está el problema. En la incertidumbre sobre el futuro. Y, por supuesto, en la muy legítima nostalgia de un pasado muy diferente. A no pocos ciudadanos, la actual Ceuta o la actual Melilla ya no les gusta Algo muy penoso. Sobre todo cuando, como muy bien ha distinguido ese buen jurista y viejo amigo, Francisco Olivencia, una cosa es vivir en Ceuta y otra bien distinta es vivir Ceuta Los muchos universitarios que, por razones profesionales, tuvimos que irnos a la Península nunca hemos abandonado la felicidad del antaño. Un día, con gran esfuerzo, tuvimos que librarnos de lo que otra gran cabeza, la del profesor Juan Díaz ¡por fin ahora se acuerdan de su persona y de su obra! llamaba el ancla Lo que nos retenía y sujetaba con fuerza desde el fondo de los mares que el gran poeta Alonso Alcalde versificara tan brillantemente. ebo suponer que las autoridades locales de ambas ciudades hacen lo que pueden. Pero la responsabilidad mayor no está en ellos. Está en los respectivos gobiernos centrales. Lo que no resulta admisible es que el ministro Chaves, titular de lo que antes se denominaba el ramo ordene guardar silencio a la autoridad melillense que ha dicho verdades como templos, con perdón. Sería mucho mejor que se dignara visitar detenidamente ambas ciudades y conocer de primera mano sus problemas. Entre otras razones, para eso cobra. Y al margen de autoridades del nivel que sea, lo que se impone es que los ciudadanos que allí viven, tras largos años de olvido, se lancen con esfuerzo a no consentir ni una cesión más y a refregar ante las caras de quienes sean, que Ceuta y Melilla han sido, son y quieren seguir siendo españolas en todo y por encima de todo. Sí: una especie de tarea de regeneración en la que espero que cuenten con ayudas peninsulares. Aunque eso moleste al Primo de Rabat. MANUEL RAMÍREZ ES CATEDRÁTICO DE DERECHO POLÍTICO

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