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ABC MADRID 14-07-2010 página 14
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  • EdiciónABC, MADRID
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14 OPINIÓN AD LIBITUM MARTÍNMORALES MIÉRCOLES, 14 DE JULIO DE 2010 abc. es opinion ABC M. MARTÍN FERRAND EL HOMBRE TRANQUILO Frente al Debate sobre el estado de la Nación, el tiempo no está para tranquilidades P ARA las gentes de mi generación, y para los aficionados al cine de cualquier edad, El hombre tranquilo es, por antonomasia, el que acuñó la genialidad creadora e irlandesa de John Ford: John Wayne embutido en el papel de Sean Thomton, el boxeador que vuelve a casa y, sin perder la calma, deja el pueblo, Innisfree, como un solar para bien conquistar a Mary Kate Danher (Maureen O Hara) Esteban González Pons, en sus funciones de heraldo del PP y mentor de Mariano Rajoy, trató ayer de cambiar tan tradicional esquema y, con el ímpetu que aporta la necesidad propagandística, dijo que el líder de la oposición es tranquilo, moderado y sensato como Vicente del Bosque Debe de ser muy duro hablar cuando no se tiene nada que decir; pero, en eso de la hagiografía, los del PP tendrían mucho que aprender de los del PSOE que, inmutables y como quien recita la incuestionable verdad de la tabla de multiplicar, presentan a José Luis Rodríguez Zapatero como si de verdad fuera un hombre de Estado y no se le advirtiera el pelo de la sañuda dehesa izquierdista en la que trata de lucirse. Hoy, frente al Debate sobre el estado de la Nación, uno de los pocos días del año en que el Congreso acredita su grandeza democrática, el tiempo no está para tranquilidades. La situación exige una mínima crispación capaz de espolear a cuantos ostentan poder para que aviven el ingenio y operen en consecuencia. Una España paupérrima y endeudada, a más de políticamente convulsa, no puede permitirle al líder de la oposición más sosiego que el de la buena educación y al responsable de los males presentes y del Gobierno un derroche de energía creadora y de olvido electorero. Dice González Pons, y en eso no se equivoca, que España necesita un liderazgo claro Por lo que sabemos y nos van confirmando los hechos, Zapatero no quiere convertir en profundas reformas las mínimas reformistas- -laboral, financiera y de pensiones- -con las que trata de echarle medias suelas a unos zapatos, los de su programa, que están hechos unos zorros y ya no son del número que calza la Nación. Podría ayudarle a hacer lo que debe una rotunda propuesta programática del PP que, aunque no esté el horno nacionalista para bollos de unidad, arrastre una mínima corriente de simpatía entre los partidos periféricos; pero tampoco entra en lo previsible que el domador de gaviotas abandone el carril de espera que le dibuja Pedro Arriola y tome arriesgadas iniciativas. Eso solo sería conveniente si el tiempo y los aplazamientos no tuvieran un coste social mensurable en parados y otro político previsible en millones de euros. CAMBIO DE GUARDIA GABRIEL ALBIAC JUGAR A SER FELIZ Me aburre el fútbol. Pero no era fútbol, esto. Era la rara afirmación de que se puede ser feliz. Con poca cosa E L juego nos exime de estar muertos. El salón es el mismo de cada dos semanas. Y las cinco personas asistentes al privadísimo seminario en casa de José María Marco, las mismas. Igual, la lucidez misteriosa que rige aquel destello pascaliano, en el origen de nuestros encuentros: ser mortal es ser muriente y, de algún modo, ya muerto y sólo en el juego nos eximimos de eso, cuya presencia continua nos aniquilaría. El juego. Sería ocioso, de no estar la desdicha en nuestra esencia. Para el animal que sufre y muere, el juego- -la refinada gama de artificios y simulacros en cuyo laberinto sueña suspender el tiempo- -es el único- -el único- -consuelo. Y la más grandiosa empresa metafísica. De eso trata el seminario de esta tarde: fragmentos 132 a 139 de los Pensamientos, esa ruina majestuosa de la obra que la muerte prematura- -pero, ¿hay muerte que no lo esa? -arrebató a Pascal. No cualquier juego vale para una tarea tan grave cuanto la de posponer el desmoronamiento de un hombre: Un entretenimiento languideciente y sin pasión le aburriría. Es necesario que se exalte es necesario que escape al horror de la habita- ción silenciosa y vacía, en la cual no hay más que él y su espejo. El juego es la invención fundante de lo humano. Llego tarde: hora y pico de tren, algo más de metro. En atestados vagones, he sido incrustado entre una voluminosa matrona con echarpe bicolor, cuatro tremendas adolescentes haciendo reventar trajes en rojo y amarillo que sus mamás hubieran juzgado, sin duda, tres tallas por debajo de lo conveniente, media docena de chinos dando botecitos de un yo soy español, español, español en cuyo acento tintineaban vagos gamelanes, cifras imprecisas de lo que la corrección política- ¡qué horror! -exige llamar subsaharianios, dándole duramente a panderos o tambores o lo que diablos fuese... Ciertamente, ¡España entera era una borrachera! Incluso para los, como yo, abstemios. Pantalla en la sala. La mínima tribu de pascalianos contempla el más descomunal desfile de festejo nacional que ninguno de nosotros haya visto en su puñetera vida. Y calla, admirativa. Habrá que esforzarse por entender esto. Aunque sea preciso poner al día todas las categorías. Anoche, diez minutos después del gol, que me sorprendió saliendo de cenar en un Madrid con el silencio de catedral o cementerio que precede a Hiroshima, hablé- -dificultosamente- -con mis hijas, que andan de curso de inglés por Irlanda. Follón inaudible. Las criaturas hispanas arrasaban Buncrana. Con la entusiasta aquiescencia de sus coleguis irlandeses. También el ¡yo soy español, español, español! sonaba al fondo, con inequívoco aroma de whiskey del bueno. Rogué a un Altísimo en el cual no creo que preservase el hígado de todos. Y me mantuve estoico como un gentleman: Haced el burro todo lo que podáis, peques. Tampoco vais a tener tantas ocasiones en esta vida Ya... escuché fugazmente del otro lado. Luego, la comunicación se cortó. No intenté restablecerla. Todos mis amigos saben que me aburre el fútbol. Pero no era fútbol, esto. Era la rara afirmación de que se puede ser feliz. Con poca cosa. Aun para el pascaliano animal mortal, muriente y muerto. Y supe que está bien que a veces pase.

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