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ABC MADRID 03-07-2010 página 92
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ABC MADRID 03-07-2010 página 92

  • EdiciónABC, MADRID
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92 ESTILO AIRE LIBRE SÁBADO, 3 DE JULIO DE 2010 abc. es estilo ABC SERRANILLAS. Andanzas de amor y caza de Fermín Tordancha IÑIGO MORENO DE ARTEAGA Marqués de Laserna D PRIMAVERA CORCERA esde hace unos años nos ha entrado a los cazadores españoles una corcitis aguda. El corzo ha pasado, de ser un perfecto desconocido, a convertirse en obsesión nacional. La cosa empezó en Hungría y Polonia, donde los hispanos encontraron, a tiro de piedra, caza mayor abundante con precios abordables, luego descubrieron que el más pequeño de los cérvidos estaba ocupando todos los lugares que la declinante agricultura patria abandonaba y que su colonización se producía en tierras en las que la caza mayor era casi desconocida. Burgos primero, después Soria, La Rioja y Guadalajara se llenaron de capreolus y encima con unos trofeos alucinantes. Yo cumplí el ciclo como corresponde, fui pionero en cruzar la frontera y ahí me piqué con la especie; ahora comparto un coto con Gustavo Camacho, mi compañero en las iniciales excursiones centroeuropeas y africanas. El terreno está formado por un conjunto de cerros poblados de monte bajo y quejigos, divididos por pequeñas parcelas de cereal y pastos; al norte linda con una Reserva Nacional y hacia el sur con las hileras de viñas que se extienden hasta el río Ebro. Tiene la ventaja añadida de estar muy cerca de casa. El programa de la cacería está siempre sujeto a las costumbres de la pieza que se persigue: con esta, la madrugada nos sorprende en el campo (y en Abril hace frío en La Rioja) rececho hasta las diez de la mañana, desayuno copioso, siesta, almuerzo a deshora, breve siesta y largo aguardo vespertino con la esperanza de que, entre dos luces, aparezca el trofeo soñado; la cena a las mil, y después corto descanso nocturno. Un horario disparatado con el que el sueño es nuestro constante compañero y también una cierta desazón estomacal por comer a destiempo. Por eso, Mireya no suele apuntarse, si acaso se acerca para el aguardo de la tarde, se queda a cenar y regresa luego a Nájera. Yo no soy masoquista. Aprovecha para decirme. Este fin de semana no vino conmigo porque el cielo anunciaba tormenta, hizo bien pues el vaticinio se cumplió. Por la tarde me coloqué al amparo de una corpulenta encina aguardando la salida de un determinado corzo que tiene su querencia en un prado de poca extensión situado en medio del monte bajo. Las nubes habían ennegrecido y se desató un viento fuerte y racheado, prólogo del temporal que llegó con inusitada violencia: gotas gruesas que impactaban como granadas para rematar en diluvio que, muy pronto, produjo regatos en todas las pendientes. Los corceros piensan que les favorecen los aguaceros porque, cuando acaban, sus presas salen a lo limpio para sacudirse y librarse del moles- to y continuo goteo del monte. Yo creo lo mismo y me quedé mirando al cielo con la esperanza de que remitiera el agua. La orilla continuaba igual al hacerse de noche, así que abandoné con los pies empapados y una desagradable corriente liquida descendiendo desde el cogote a lo largo de la espalda. El caldo reconfortante y una ducha caliente me entonaron lo suficiente para reponerme entre las sábanas. Fuera, llovía con desesperación. Amaneció raso, con la hierba muy mojada y la temperatura suave; el entorno incitante y prometedor. Pocas cosas me llenan tanto como estos recechos mañaneros, cuando la naturaleza despierta al sentir la luz y los animales se mueven libres de temores, entonces hago propia la soledad del monte sintiéndome parte de un todo. El que iba a emprender hoy es un clásico en su género: consiste en recorrer la suave vaguada por la que discurre un arroyuelo, bien delimitado por zarzas, que contornea al bosque por una de sus riberas mientras en la otra la vista se alarga sobre praderías. Hay una senda que dibuja la linde de los árboles; dejé que la luz fuera franca e inicié mi andar. El primer prado estaba vacío pero al doblar el inmediato recodo, descubrí una hembra con las dos crías del año anterior e, inmediatamente, al macho, de trofeo grueso, bien perlado y destacable longitud. Los cuatro muy afanados pastando y ajenos a todo lo que no fuera alimentarse. Estuve un rato contemplándolos, comían, levantaban la cabeza de cuando en cuando, daban dos pasos y repetían la operación. El sol estaba ya en el cielo aunque ese pastizal seguía en sombra; me senté, apoyé los codos sobre las rodillas y afianzando el rifle con el bastón, sin prisas, dejé que se liberara el gatillo. Luego, la rutina habitual: admiración muda del trofeo, extraer los lomos, separar jamones y paletas, hacerse con los pequeñísimos solomillos si no está reventado, y retirar hasta el bosque el despojo para regalo de jabalíes y zorros.

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