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ABC MADRID 08-03-2010 página 55
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  • EdiciónABC, MADRID
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ABC LUNES 8- -3- -2010 55 mundo) y ventanales de observación, desde donde se contemplan los paisajes de un New London que algo tiene de tierra baldía... tierra sin alma, campo de trabajo maldito decía Céline de los suburbios parisinos, tan semejantes a los suburbios de todas las grandes metrópolis de nuestra civilización. En sus talleres, Freud indaga en la alquimia de la pintura: utiliza, por ejemplo, un blanco muy rico en óxido de plomo (el legendario Cremnitz White, una variedad de blanco que contiene más del doble de óxido que otros blancos menos pesados para conferir a la piel de sus retratos y autorretratos una textura única. Quiero que la pintura sea carne... Carne mortal. Sus cuerpos desnudos son víctimas de mortales estragos; y están caídos en el purgatorio o calvario de una devastadora vida moderna. Vida en la ciudad moderna que el artista contempla desde las ventanas de su taller, justamente. Sería ilusorio tomar el caballete en busca del paisaje de los maestros antiguos. Calles, autopistas, edificios construidos, en construcción o ya condenados a la destrucción (voluntaria o involuntaria, víctimas del tiempo o la especulación) son la parte más sustancial del paisaje del artista enclaustrado en su taller, donde todavía viven algunas plantas de interior, inmortalizadas por el artista, acompañado de animales de interior, amigos o amigas desnudos, cómplices de la misma puesta en escena del calvario del artista en soledad. Cuando Freud visita a los maestros del pasado, Chardin, Constable, Cézanne, Picasso, entre tantos otros, lo hace siempre desde esa perspectiva íntima. La composición, los personajes, el cuadro mismo, son dobles de algunas obras maestras: pero la luz, la perspectiva, incluso los cuerpos desnudos, sufren ahora no sólo del paso del tiempo. La polución y la lluvia ácida modifican la luz y nuestra visión; la basura y los paisajes inmobiliarios han suplantado a los antiguos y difuntos genios de la tierra y el lugar; el cuerpo y la naturaleza humana sufren las consecuencias devastadoras de los alimentos prefabricados, la quimioterapia y el maquillaje industrial. A lo largo de ese viaje hasta la noche íntima del creador, enclaustrado en su taller, trabajando con luz artificial, en muchas ocasiones, la obra de Lucien Freud crece sin cesar, en su soledad olímpica. En escorzo, cada taller, cada retrato, cada composición, son, al mismo tiempo, una revelación íntima y una profecía. Revelación de los caminos propios que Freud rotura para la historia de la pintura. La carne es triste. He leído todos los libros había dicho Mallarmé. Queda, en la obra de Freud, un fulgor único: contempla el espectáculo de esa agonía (la de nuestra civilización) con una fe intacta en la fuerza germinal de su arte, el arte de la pintura. PREDADORES LA CARNE DE LOS En las crucifixiones de Bacon y en los amasijos de carne descompuesta de Freud, la pintura europea despliega su última verdad después de Auschwitz queda poco tiempo. La desesperación y el cáncer acabarán con él en su exilio londinense. Allí fulmina, cortés, al joven Koestler, que trata de consolarlo al invocar lo incomprensible de eso que sucede en Alemania. No, no hay nada de incomprensible, dice. Hace más de veinte años que yo supe que necesariamente pasaría. Koestler calla. El nieto del hombre sabio no puede no saber que abre su vida en Londres con la muerte a cuestas. No en el alma. El nieto del hombre que diseccionó el alma como nudo silencioso de oscuros deseos, ese niño de once años con la tragedia centroeuropea a cuestas y con toda su inteligencia, sabe ya que la muerte se lleva siempre en el cuerpo. En la mandíbula del impecable abuelo, por ejemplo. Todo es cuerpo. Tanto más espiritual cuanto más abyecto. Y tanto más sagrado cuanto más en el límite de lo insoportable. Los grandes de la pintura barroca habían sabido eso: y sus Cristos, y sus santos, y sus mártires, pero también sus bueyes desollados, son desgarradas elegías al lugar pútrido en el que Dios y horror son lo mismo: carne y sangre. El nieto se llama Lucian. Lucian Freud. Cruzará, en el Londres de los años sesenta, a otros que como él erigen al pintor en sacerdote de tinieblas. El más aterrador- -pues el más grande- -el Francis Bacon que, más que amigo, fue espejo. Y en las crucifixiones de uno, y en los amasijos de carne descompuesta- -llamamos vida al peculiar modo que tiene el cuerpo de descomponerse- -del otro, la pintura europea despliega su última verdad después de Auschwitz, después de la constancia- -que el abuelo diseccionó veinte años antes- -de que la carne que amamos es la carne que ansían todos los predadores. E idéntico nuestro deseo: desgarrarla. Gabriel Albiac Filósofo n 1933 huye un niño judío de Alemania. Tiene once años y es nieto de la más grande inteligencia viva. Pero a Sigmund Freud le E El artista en su taller DAVID DAWSON cluso combate: El Taller nos propone revisitar ese campo de batalla- -donde el artista solitario se enfrenta con los cuerpos de ejército institucionales y mercantiles- -a través de memorables escenarios: interiores y exteriores de su obra; reflexiones del artista sobre sí mismo y su arte; revisiones de la obra de grandes artistas del pasado; puesto del cuerpo humano en la crucifixión del hombre contemporáneo... Los talleres de Freud, en Paddington (1943) en Holland Park y Notting Hill, veinte o treinta años más tarde, en Londres y su periferia, esencialmente, entre otros escenarios más ocasionales, son, al mismo tiempo, oratorios íntimos (donde el artista vive, trabaja y se aísla del Leigh under the Skylight (1994, colección particular)

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