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ABC MADRID 24-03-2008 página 4
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ABC MADRID 24-03-2008 página 4

  • EdiciónABC, MADRID
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4 OPINIÓN LUNES 24 s 3 s 2008 ABC DIRECTOR: ÁNGEL EXPÓSITO MORA PRESIDENTA- EDITORA: CATALINA LUCA DE TENA CONSEJERO DELEGADO: JOSÉ MANUEL VARGAS DIRECTOR GENERAL: JOSÉ LUIS ROMERO PROMESAS DE DEMOCRACIA EN PAKISTÁN PRESIDENTE DE HONOR: GUILLERMO LUCA DE TENA Director Adjunto: Eduardo San Martín Subdirectores: Santiago Castelo, Fernando R. Lafuente, Alberto Pérez, Alberto Aguirre de Cárcer, José Antonio Navas y Pablo Planas Jefes de Área: Jaime González (Opinión) J. L. Jaraba (España) Miguel Salvatierra (Internacional) Ángel Laso (Economía) Juan Cierco (Cultura, Ciencia y Deportes) Mayte Alcaraz (Fin de Semana) Jesús Aycart (Arte) Adjuntos al director: Ramón Pérez- Maura, Enrique Ortego y Ángel Collado Redactores jefes: V. A. Pérez (Continuidad) A. Martínez (Política) M. Erice (Internacional) F. Cortés (Economía) A. Puerta (Regiones) J. Fernández- Cuesta (Sociedad) A. Garrido (Madrid) J. G. Calero (Cultura y Espectáculos) J. M. Mata (Deportes) F. Álvarez (Comunicación- TV) A. Sotillo (S 6 y D 7) J. Romeu (Fotografía) F. Rubio (Ilustración) y S. Guijarro Área Financiera: Jorge Ortega Área de Márketing: Javier Caballero Área Técnica: José Cañizares Área de Recursos Humanos: Raquel Herrera IGLESIA Y GOBIERNO, NUEVA ETAPA NA vez más, la palabra precisa y certera de Benedicto XVI iluminó ayer la conciencia de millones de fieles con motivo de la Pascua de Resurrección. El Papa recordó también en el Viacrucis de Viernes Santo que la cruz de Cristo es patrimonio universal de perdón y misericordia. A pesar del temporal de frío y lluvia que estos días ha afectado a Roma, una multitud ha seguido con devoción las diferentes ceremonias. También en España la asistencia a procesiones y actos litúrgicos ha sido este año especialmente relevante. El significado histórico, sociológico y cultural de la Iglesia en nuestro país- -reconocido con una referencia expresa por la propia Constitución- -está más allá de cualquier discusión teórica. Todas las encuestas coinciden en que la gran mayoría de los españoles se declaran católicos, con independencia de su ideología política. La piedad popular ha sido protagonista en esta Semana Santa y las imágenes de los fieles manifestando su fe con toda naturalidad son un hecho social que ninguna postura dogmática puede negar o minusvalorar. Entre otros muchos aciertos, la Transición supo cerrar con generosidad la llamada cuestión religiosa que tantos problemas había causado en otros tiempos. Las bases del sistema vigente son la plena libertad religiosa, el carácter no confesional del Estado y el deber de los poderes públicos de mantener relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones. Así pues, no cabe en la Constitución el laicismo a ultranza, ni son aceptables las amenazas que en la parte final de la legislatura han tenido que sufrir los obispos por el mero hecho de proclamar en público la doctrina cristiana sobre la vida, la familia y la educación de los hijos. Es una concepción bien conocida, que se fundamenta en criterios morales y no depende de las coyunturas políticas. Por eso no es admisible que ciertos sectores del Gobierno y del PSOE hayan lanzado sus baterías ideológicas contra los prelados que desempeñan legítimamente su función de ilustrar al conjunto de la sociedad sobre cuestiones que afectan a la conciencia. La Iglesia no va a cambiar de postura por muchas U presiones que reciba y, de hecho, ayer mismo monseñor Cañizares reiteró el criterio inequívoco de los creyentes en favor del derecho, al plantear una batalla contra normativas o formas de actuar que favorecen el aborto, la eutanasia y la investigación con embriones Pasadas las elecciones, se abre un tiempo nuevo que los ciudadanos esperan con la confianza de que las aguas vuelvan a un cauce del que nunca debieron salir. Pocos días antes del 9- M, en sus primeras palabras al retornar a la presidencia de la Conferencia Episcopal, monseñor Rouco Varela abría la puerta al entendimiento desde una búsqueda compartida del bien común Rodríguez Zapatero tiene ahora el deber de estar a la altura de las circunstancias y dejar de lado las amenazas directas o indirectas sobre los acuerdos Iglesia- Estado y la ley de Libertad Religiosa que dejó caer en el fragor de los mítines electorales. De lo contrario, cometería un error muy grave que le reprocharán también muchos sectores del PSOE ajenos a la operación laicista puesta en marcha por una minoría radical. Así pues, la nueva legislatura debe empezar con un clima renovado de diálogo y entendimiento entre el Gobierno y los obispos para transmitir a los católicos y a toda la opinión pública ese espíritu de cooperación que proclama la Norma Fundamental. En la etapa anterior hubo momentos muy duros, cuya responsabilidad incumbe a un Ejecutivo que no sólo impuso medidas sin consenso, sino que mostró una sorprendente e interesada indignación cuando los afectados- -por ejemplo, en el caso de la EpC- -reaccionaron con los medios jurídicos y políticos propios de un Estado democrático de Derecho. Desde las instancias políticas pertinentes, muy en especial desde el Ministerio de Justicia, el próximo Gobierno debe hacer los gestos oportunos para iniciar un periodo de entendimiento razonable y eficaz con la Iglesia. Las posturas hostiles sólo benefician a pequeños grupos y son impropias de una sociedad madura que tiene muy claro, desde hace tiempo, cuáles son los principios que deben presidir las relaciones entre el poder político y las instancias espirituales. PUERTA GRANDE PARA LA FIESTA ESE a que fueron las ferias de la Magdalena y de Fallas- -en Castellón y Valencia, respectivamente- -las que este año volvieron a abrir la temporada taurina tras el parón estacional del invierno, fue la jornada de ayer, un Domingo de Resurrección celebrado de forma transversal en las primeras plazas del territorio español, la que sirvió para escenificar el tirón de la fiesta de los toros y poner de manifiesto las dimensiones, no sólo artísticas, de una de las principales industrias nacionales del ocio, capaz de movilizar a millones de espectadores, dinamizar la economía española y, no menos importante, vertebrar a una sociedad que, sometida al impacto de la globalización cultural que fluye a alta velocidad por las redes tecnológicas, sigue teniendo en los toros un elemento de cohesión. Más de medio millón de familias vive de un sector que genera alrededor del 1,5 por ciento del PIB nacional y que, frente a los ataques de determinados colectivos animalistas, representa una garantía para la conservación ecológica de las dehesas donde se crían las reses bravas, un espacio natural estimado en 500.000 hectáreas. Más allá del éxito alcanzado ayer por José Tomás en Málaga, donde cortó tres orejas, el Domingo de Resurrección representa la grandeza de una manifestación popular que no puede abarcarse desde puntos de vista sesgados, aún menos desde el sectarismo P de quienes combaten la Fiesta desde un antiespañolismo radical e insensato. La fiesta de los toros es un cartel de Pascua en el que sobresalen los nombres de El Cid, Enrique Ponce, Morante de la Puebla o José Tomás, animadores de un curso taurino marcado por la saludable rivalidad de las primeras figuras del escalafón, pero, sobre todo, un delicado elemento cultural, social y económico que merece la pena cuidar, o al menos dejar de lesionar desde la Administración. La ofensiva protagonizada en los últimos años por el catalanismo radical contra el mundo del toro, secundada de forma irresponsable por la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, y materializada ya en la desprogramación taurina de TVE- -emisora estatal que no ofreció ni una sola corrida a lo largo del año pasado, desvinculando al aficionado y privando a la América taurina de lo que sucede en nuestras plazas- -no ha hecho mella en un espectáculo que sigue creciendo, incluso en escenarios pretendidamente hostiles, como Barcelona. El sur de Francia y el norte de España registran en las últimas temporadas el auge de una fiesta convertida en objetivo equivocado de quienes tratan de combatir cualquier expresión de españolidad y evitan la mirada- -amplia- -que exige un espectáculo de auténtica puerta grande y que mezcla ocio, negocio, naturaleza, pasión y cultura. N el desfile de la fiesta nacional de ayer, Pervez Musharraf prometió una era de verdadera democracia en Pakistán. Bienvenida sea, aunque la promesa venga de alguien que llegó al poder a través de un golpe de Estado y que hasta hace bien poco aún vestía el uniforme de general, del que se ha desprendido a regañadientes. Resulta evidente que lo más necesario en Pakistán es la democracia y la instauración de un Estado de Derecho basado en la libertad del ser humano y no inspirada en tribulaciones religiosas. El problema es saber si Musharraf por fin habla en serio o se trata, una vez más, de humo de pajas. Si la llegada al puesto de primer ministro de Yousaf Raza Gilani- -como sucesor autorizado de la asesinada Benazir Buttho- -ha de ser considerada una noticia alentadora, es pronto para saber si las promesas de Musharraf son algo más que un gesto de cortesía o, sencillamente, un pretexto para ganar algo de tiempo y salvar así su posición. Gilani también ha prometido cooperar con el presidente de la República, sabiendo que fue él quien le mantuvo seis años en la cárcel. No se puede descartar que, después del triunfo electoral de las fuerzas contrarias a Musharraf, la batalla política continúe en las instituciones, donde ya no es imposible que se forme una mayoría suficiente de diputados para pedir su destitución. Los líderes del Partido Popular de Pakistán (PPP) y la familia Buttho han recibido una herencia que, por el bien de su país, están obligados a gestionar con inteligencia, porque es posible que esta sea una de las últimas oportunidades para salvar a Pakistán de su descomposición. Musharraf también ha prometido que continuará la lucha contra el terrorismo, principal factor de inestabilidad para un país que, no se puede olvidar, está dotado de armas nucleares. Sin embargo, para combatir a los extremistas islámicos en Pakistán hay que empezar por restaurar un sistema educativo público y laico, cuyo fracaso ha sido la principal fuente de recursos para las escuelas coránicas que se han extendido de forma extraordinaria y que constituyen hoy el principal cáncer de la sociedad paquistaní. De esas escuelas han salido los principales dirigentes y activistas de la nebulosa de Al Qaeda en todo el mundo. Instaurar una democracia no es tarea fácil, y mucho menos en un país que, como Pakistán, se proclama República Islámica. Sobran los ejemplos para demostrar que no basta con desearlo, ni con utilizar la fuerza para ello: se necesita, primero, el consenso general e indiscutible de la sociedad entera y, también, una dirección política sabia y prudente. Una gran parte de la sociedad paquistaní está tan hastiada de la violencia y la inestabilidad causadas por el islamismo político que pide a gritos vivir en paz y libertad. Hace falta saber si los dirigentes políticos van a estar a la altura. Y eso, sin que los terroristas hayan dicho su última palabra. E

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