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ABC MADRID 21-03-2008 página 63
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ABC MADRID 21-03-2008 página 63

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES 21- -3- -2008 63 Muere Paul Scofield, el hombre que suplantó a Tomás Moro El gran actor británico ganó un Oscar en 1966 por su papel en Un hombre para la eternidad de Fred Zinneman E. R. MARCHANTE Hay actores tan pegados a su texto que sorprende que la vida los despegue de él. La vida o la muerte. Y Paul Scofield era esencialmente un actor pegado a un personaje, el de Tomás Moro en Un hombre para la eternidad fuera en el teatro o en la película de Fred Zinneman. Tan pegados estuvieron siempre Scofield y Moro que la muerte del actor viene a ser, en cierto modo, una segunda decapitación al político, filósofo y santo. Tomás Moro le dio a Paul Scofield un Oscar al mejor actor y, como recompensa, Scofield le ha prestado su fisonomía (cabeza, al fin) a Moro de aquí a la eternidad. Como todo británico que se precie, Scofield fue actor de verso, lo que allí es decir recitador de Shakespeare. Hamlet, el Rey Lear, Enrique V fue agua para esos cálices. Y cumplió dos sueños que, en cambio, pocos británicos realizan: dirigir la Royal Shakespeare Company y negarse a que lo nombraran Sir... (mal día, quizá, para señalar que encima se negó tres veces) Hace unos quince años, Paul Scofield se salió de su papel y a punto estuvo de ganar otro Oscar, éste sencundario y por un personaje curioso en una película de Robert Redford titulada Quiz Show Hubiera sido un buen tema de discusión: ¿qué hace un tipo que recita a Shakespeare, que vive en el condado de Sussex y que pierde la cabeza por Tomás Moro ganando un Oscar, y encima secundario, en una película sobre un concurso televisivo? Aunque lo más insólito de Paul Scofield es que, según todos aquéllos que lo conocieron y trabajaron con él, era una persona sencilla, modesta, sin ego ¡actor y sin ego! que no pisó las bambalinas y agasajos propios de su profesión, sino sus meras tablas. Y que como buen actor shakespeariano, se sumergió en Chejov, en Miller, en Shaw, en Steinbeck... Tomás Moro también supo ser Salieri en el Amadeus de Peter Shaffer, en la puesta en escena original y unos años antes de que llegara Milos Forman. Pero, evidentemente, sus cualidades como actor no habían de ser ni la modestia ni la fidelidad a las tablas y a Joy Parker, también actriz, y con quien se casó en 1943. Sus enormes facultades consistían en una voz como la pasada de una Harley, una cadencia de procesión y una cara como fraguada a mandobles. Lo más probable es que ahora se diga de él lo mismo que se ha dicho tantas veces de otros: que fue el heredero de Lawrence Olivier. Como Gielgud. Como Burton. Como Mason. Como Sellers. Como... Judy Dench. Según las notas biográficas surgidas tras su muerte, Paul Scofield tenía 86 años, murió el pasado miércoles en un hospital cercano a su casa, y de donde vivió durante toda su vida, sin apenas otros viajes que los que marcó su trabajo. Murió de una leucemia que se hizo vieja con él y no sin antes aceptar ser miembro de la orden Company of Honour algo parecido a un título de Caballero, pero tan exclusivo que sólo tienen acceso a él sesenta y cinco personas en todo el mundo. En fin, y se ha ido como el hombre que suplantó a Tomás Moro, y en unos tiempos en los que la objeción de conciencia no te lleva al cadalso, sino, como mucho, a la página editorial del periódico de enfrente. Como todo británico que se precie, Scofield fue actor de verso, lo que allí es decir recitador de Shakespeare mo víctimas o verdugos suicidas, totalmente anónimos como personajes en todo caso: apenas son emblemas de una guerra nada épica, poco más que un molesto efecto colateral. Aquí podemos ver imágenes de la vida cotidiana, paseos a la orilla de un lago en vez de redadas, explosiones y carreras, bodas en vez de funerales, para variar; si bien las cosas van cambiando según avanza la historia hasta confundirse con la imagen oficial de Iraq que conocemos de la tele. Pero es suficiente con el valor testimonial de gestos y rostros, con las mismas aspiraciones de normalidad que expresan los personajes. Es una película, en suma, que ficciona una true story desde el interior de un escenario global, dibujado por fuerzas externas, y en eso reside su mayor mérito. Pero eso no agota su valor: Mohamed Al- Daradji se revela como un cineasta con pulso, capaz de resistir la justificada tentación del feísmo visual, de modular la anécdota de lo concreto a lo alegórico según avanza la pesadilla hasta la elegiaca panorámica final por la línea del cielo de Bagdad, y de hacer que nos interesemos por su trío de protagonistas, progresivamente perdidos entre los restos del naufragio, del infierno que sucede al que vivieron bajo Sadam. Paul Scofield era Tomás Moro en Un hombre para la eternidad ABC

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