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ABC MADRID 16-12-2007 página 73
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ABC MADRID 16-12-2007 página 73

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC DOMINGO 16- -12- -2007 MADRID 73 -Señoras y señores. Por mí pueden ustedes levantarse e ir a decir vuestras tonterías a otro sitio. Yo no tengo ningún agradecimiento a que estéis oyéndome, ni voy a decir nada de que éste sea un público selecto ni mucho menos. Estoy harto de oír aquí a una serie de memos hablar del idioma de Cervantes. Ese Cervantes parece que era un manco, cosa que se confirma porque El Quijote está escrito con los pies... Varios ateneístas se lanzaron a agredir al César de los ingenios, al que insultaban y a los que él respondía puesto en jarras. Salió protegido por los guardias de orden público. Los periódicos del día siguiente le llamaron perro judío pero lo que más le fastidió al gran César fue que La voz titulara el suelto así: Al señor González no le gusta Cervantes Pero a Cervantes le habría subyugado la prosa del cesarísimo González- Ruano, un genio que se sujetaba con la mano izquierda la muñeca de la otra, de la que trazaba letras aisladas y rápidas, la o muy distante, insurgente; la e, como una epsilon; firmes los puntos y generosos los espacios le dibujó el maestro Alcántara. metálico de mujer. Subió a la tribuna dispuesto a armar la gorda y a meterse con Cervantes, que le parecía que podía ser lo que más irritara. Y así habló González- Ruano: Sobre los veladores del Gijón antaño el recado de escribir cohabitaba con la taza de café y los emboquillados con otra mesa en la cual se sentaba el inventor de la greguería con sus predilectos. Sobre aquel mármol frío diseccionaban el cadáver exquisito de cualquier mal poeta. De escuderos de Ramón, el vate Manuel Abril; el escultor Bartolazzi, Ricardo Baeza, Goy de Silva, dos hermanos pintores, los Zubiaurre, sordomudos e invertidos como los describía Rafael Cansinos Assens en La novela de un literato y un joven pequeñito, moreno y bien plantado como un Radamés, Tomás Borrás, que hacía crítica de teatro en La Tribuna Miguel Moya, Sirio... El saloncito respiraba el humo de los cigarros, y la espuma de las conversaciones. Chismorreos literarios, epigramas de los ausentes, y exclamaciones ¡Ramón! ¡Qué grande es Ramón! La Guerra Civil le obligó a exiliarse a Buenos Aires, y allí un telegrama urgente le destrozó el corazón: Querido Ramón: Pombo ha cerrado. Heredera de Lamela quiere quedarse con cuadro de Solana. Espero instrucciones. Te quiere tu sobrino: Gaspar Corría el año 1942, y Ramón piensa en el Pombo, que José Bonaparte visitó algunas veces para beber grog También fue ese café aquelarre de conspiradores. O de reuniones de prebostes de la política: el general Prim, Sagasta y el cura Merino, ajusticiado por querer asesinar a Isabel II. Ramón malvivía en Buenos Aires colaborando en periódicos argentinos y conferenciando. Gómez de la Serna recordaría el día que llegó a Pombo, tras la hora de cenar, para quemar la noche hasta las ocho de la mañana. De forma casi ritual la noche pombiana concluía con los tertulianos danzando alrededor de la Puerta del Sol. El 17 de diciembre de 1921, José Gutiérrez Solana colgó en sus sótanos un cuadro: La Tertulia del Café de Pombo presidente de las tertulias. En la primavera de 1949, con El Café de Pombo convertido en una tienda de maletas, el Gobierno de Franco, por medio de la Delegación Nacional de Educación, invitó a Ramón, su esposa y su hermano Julio a visitar Madrid durante cuatro semanas, hospedándose en el hotel Ritz. Volvió a reunirse la antigua tertulia de pombianos. Fue el canto de cisne de toda una generación. Ramón decidió donar el cuadro de Solana al Estado hoy se exhibe en el Museo Reina Sofía Pero aquella tarde platense en que recibió tan cruel telegrama Ramón entró en el Café Richmond de la cosmopolita Buenos Aires, y dijo a su mesero mo Jesucristo en la última cena, presidía a sus tertulianos con media sonrisa que sujetaba la pipa entre sus labios. Tras la Guerra incivil tiraron el local, y fue como si a la calle Carretas se le hubiera caído la dentadura descubrió Andrés Trapiello. La cóncava y convexa literatura de un tiempo glorioso enterrada tras la batalla fratricida. Cerca de allí, en el Ateneo, entre sablistas, ganapanes y muertos de hambre poética, González- Ruano fue expulsado el día después de haber dado una conferencia en la que cesarísimo quería aprovechar aquella charla para hacer algo sonado Fuí al Ateneo como el anarquista que lleva su bomba Teñido de rubio el pelo muy largo, acababa de darse agua oxigenada, y se había puesto un chaleco amarillo y ¿Sería tan amable de fiarme un café? Aún no me han pagado los últimos artículos. El Quijote escrito con los pies -Por supuesto, don Ramón. Pero si no tenés dinero, ¿por qué regalaste un cuadro que vale tanta plata? -Porque el cuadro no me pertenecía, pertenece a Pombo, y Pombo ya no existe. Al fin y al cabo, qué se puede esperar del tipo que inventó las greguerías... Ande, póngame ese café. Ya no era el Ramón que, co- Ramón Gómez de la Serna fundó su tertulia literaria en la antigua Botillería de Pombo, destruida tras la guerra Muertos en la batalla, donde antes humeaban los cafés literarios hoy existe un banco o una caja de ahorros El Café de Gijón respira desde 1888 el aroma a recado de escribir y papel de fumar de la bohemia madrileña Grafómano y héroe, en el Gijón, en el Teide, en aquellas sobremesas para las que haber comido no le era imprescindible, César era como un amanuense de sí mismo, tuvo grandeza de manías, y no manías de grandeza, escribía por dinero, por tranquilizar los nervios, y por ponerse en limpio. Perito en cosas en trance de extinción, alcanzó su arte máximo aireando los flecos últimos de una época extinta, mojando su pluma entre emboquillados y cafés en ABC. Hizo del Periodismo humanismo, y escribió treinta mil artículos. Muertos en la batalla los cafés literarios de la gran bohemia madrileña, el Gijón respira aún ese aroma de recado de escribir y papel de fumar. Desde que se fundó en 1888, el Gijón tenía una luz naciente, blanca y apaisada. Algunos cazadores y algunos funcionarios desayunaban de pie en la barra, mientras el cerillas organizaba la batería de sus tabacos y aspirinas. Era el gran Alfonso, el cerillero de batín azul, siempre descorbatado, que vio pasar allí la vida literaria en los últimos treinta años. Pero el Gijón no es el Gijón sin Alfonso, ese genial cerillero anarquista, culto, autor, agente y alcahuete literario, que se jubiló y murió después en vista de que ya no podía vender tabaco a los escritores tiesos a quienes prestaba dinero para timbas. Aroma de recado de escribir

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