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ABC MADRID 16-11-2007 página 31
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ABC MADRID 16-11-2007 página 31

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC VIERNES 16 s 11 s 2007 Tribuna abierta ESPAÑA 29 Mikel Buesa Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid MACROECONOMÍA DE LA REPÚBLICA DE NAVARRA ROPONGO a los lectores un ejercicio prospectivo; es decir, una proyección hacia el futuro de las tendencias actuales adaptadas a las circunstancias cambiantes de la realidad política y económica. Situémonos dentro de alrededor de una década: la República de Navarra, tras el referéndum que convocó Ibarretxe en medio de la última campaña terrorista, acabó consolidándose como el proyecto conjunto del nacionalismo vasco, unificando los viejos territorios forales de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa y Navarra. El acuerdo con el Estado español, que finalmente se firmó sin demasiada oposición, pues el hartazgo de la sociedad así lo determinó, no incluyó otras zonas reivindicadas por los nacionalistas en Cantabria, Burgos, La Rioja o Aragón. La República de Navarra surgió así sin una ulterior violencia con respecto a España, aunque el régimen instaurado dentro de ella, de carácter populista y con ribetes totalitarios, actuó sin descanso para reprimir toda disidencia. Tal como había previsto el Euskobarómetro, en los meses inmediatos a la declaración de independencia, una buena parte de los españolistas, identificados con los partidos de signo nacional, abandonaron su lugar de residencia para instalarse en otras partes de España. Más de 127.000 vascos y casi 79.000 navarros emprendieron ese periplo. No fueron los únicos: en un goteo incesante, durante los años siguientes, repitieron la experiencia 298.000 vascos más y otros 93.000 navarros; es decir, la mitad de los que, en las encuestas, señalaban que no descartaban marcharse. La República de Navarra, que se había formado con una población de 2,7 millones de habitantes, se quedó finalmente con 2,1. Su limpieza ideológica se había consumado. ste éxodo repercutió negativamente sobre la economía. La falta de mano de obra- -pues la inmigración extranjera no pudo compensarlo- -y la reducción de la demanda obligaron a cerrar muchas instalaciones productivas. La República de Navarra redujo así su PIB en un 22 por ciento con respecto al año de la independencia. Esta caída resultó ser más intensa en el viejo reino- -llegando hasta el 29 por ciento- -que en el País Vasco, donde apenas superó el 20 por ciento. El Estado navarro, por otra La lección que se extrae de este ejercicio prospectivo señala que la independencia de la República de Navarra, con la secesión de todos los territorios forales, implicará un importante sacrificio para las personas que hoy los pueblan. Unos emprenderán el camino del exilio y otros verán mermado su bienestar por el recorte de su renta, tanto en términos absolutos como relativos P CARLOS KILLIAN E parte, había quedado desgajado del ámbito institucional de la Unión Europea. Ésta, fiel a los tratados fundacionales, no aceptó que la secesión de la República de Navarra diera lugar a la aparición automática de un nuevo miembro y se apresuró a señalar que los gobernantes del país emergente, una vez que cumplieran con los requisitos democráticos, podrían aspirar a negociar su adhesión. Entretanto, se impondría un tratamiento económico similar al de las demás naciones ajenas a la Unión. La aparición de una frontera política y económica con España y con los demás países de la UE fue inmediata. Atravesar las fronteras económicas tiene costes que gravan las mercancías y elevan sus precios. Hay que pagar los aranceles; hay que realizar trámites administrativos, documentar los envíos y soportar inspecciones en los puestos fronterizos que alargan el transporte y lo encarecen; hay que operar con la divisa extranjera, asegurar el tipo de cambio y las operaciones de crédito. Todo junto puede suponer un encarecimiento promedio de las exportaciones de casi el 16 por ciento. Ello hace que se reduzca su demanda: la República de Navarra dejó así de exportar a los países de la Unión Europea, incluyendo a España, más de 10.000 millones de euros al año. O sea, perdió la cuarta parte de sus mercados europeos y, con esa pérdida, experimentó una reducción adicional de su producción. En total, esta caída de los mercados exteriores se plasmó en una pérdida del 13,7 por ciento del PIB, nuevamente con relación a la cifra del año de la independencia. Y, una vez más, la peor parte se la llevaron los navarros, donde el quebranto llegó al 15,5 por ciento, pues para los vascos la reducción se limitó al 13,2 por ciento. as encuestas que se hicieron antes de la independencia entre los empresarios señalaron que, para no perder sus mercados, muchos de ellos estaban preparados para deslocalizar su producción. Finalmente el vaticinio se cumplió y aproximadamente una cuarta parte de las empresas medianas y grandes trasladaron sus instalaciones a otras regiones de España o a alguno de los países de la Unión Europea. Ello supuso un zarpado adicional sobre el PIB que acabó cuantificándose en el 10 por ciento, esta vez de una forma muy homogénea en todos los territorios. La suma de todos estos efec- tos acabó siendo muy importante y, en la década transcurrida desde la independencia, se acumuló una pérdida del 45,7 por ciento en el PIB de la República de Navarra. Se reprodujo, de esta manera, como si no se hubiese aprendido nada, la misma experiencia que en último decenio del siglo XX habían atravesado los países que se desmembraron de la antigua Unión Soviética, como Ucrania, Letonia, Rusia, Bielorrusia o Lituania, donde el PIB descendió entre el 35 y el 68 por ciento. No obstante, desde un punto de vista relativo la caída de la actividad económica se vio parcialmente atenuada por el descenso en la población, de manera que el producto por habitante se redujo en menor medida. Así, al final del período, los ciudadanos de la emergente República eran un 30,4 por ciento más pobres que al comienzo, afectando esta merma más intensamente a los navarros- -36 por ciento de reducción en el PIB per capita- -que a los vascos- -29,9 por ciento- Claro que, si se tiene en cuenta lo que pasó con los españoles, los resultados macroeconómicos de la República de Navarra de forma inevitable tenían que ser valorados muy negativamente. En efecto, en España el PIB por habitante mantuvo el mismo dinamismo que en los años anteriores a la secesión y, pasado el decenio, se había acumulado una ganancia del 14,2 por ciento. Esto hizo que los vascos y navarros pasaran de una situación en la que eran, por término medio, un 27,4 por ciento más ricos que los demás españoles, a otra en la que, por su renta, acabaron siendo un 20,5 por ciento más pobres que éstos. E L n definitiva, la lección que se extrae de este ejercicio prospectivo señala que la independencia de la República de Navarra, con la secesión de todos los territorios forales, implicará un importante sacrificio para las personas que hoy los pueblan. Unos emprenderán el camino del exilio y otros verán mermado su bienestar por el recorte de su renta, tanto en términos absolutos como relativos. No se sorprenda el lector; esto ya lo sabían los promotores de la independencia, pues, como le dijo Xavier Arzalluz a Hans Magnus Enzensberger en 1987, los nacionalistas estamos dispuestos a pagar cualquier precio para desarraigar de una vez la ocupación española; incluso nos avendríamos a un descenso del nivel de vida La República de Navarra, envuelta en su pobreza, habrá dado así satisfacción a la vieja aspiración del nacionalismo vasco que ya formulara Sabino Arana: la independencia de Euskeria para aislarnos de los maketos en todos los órdenes de la vida y trabajar para Dios

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