ABC MADRID 13-11-2007 página 66
- EdiciónABC, MADRID
- Página66
- Fecha de publicación13/11/2007
- ID0005018287
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66 AGENDA Tribuna Abierta MARTES 13 s 11 s 2007 ABC Primer centenario de su nacimiento Ignacio Iglesias, S. J. PEDRO ARRUPE ANTE EL CAMBIO Pedro Arrupe fue el 28 Prepósito General de la Compañía de Jesús entre 1965 y 1983. Fue el artífice de la renovación de la orden. Su acción al frente de ella y su influencia en la Iglesia surgida tras el Concilio Vaticano II han sido objeto de opuestas valoraciones. Líder carismático y mediático. Pero a juicio de los que le conocieron, lo que de verdad definió a Arrupe fue ser un hombre de Dios L cambio siempre existió. Es componente de la historia humana, porque es componente esencial de la vida, toda ella transición. Para Arrupe fue dogma existencial básico de Quién venimos y a Quién volvemos. Continuamente. Este Absoluto le proporcionó flexibilidad para relativizar los elementos de ese camino, que es el cambio, aprovecharlos, corregirlos o rechazarlos y para ayudar a todos los demás compañeros de caravana, y la agilidad de adaptación para ello, que le caracterizó. Desde su primera opción atravesando el portón del noviciado de Loyola en febrero de 1927, fue habilidad suya característica, leer como tiempo de Dios el tiempo histórico del hombre, encajar desde Él las piezas de ese tiempo, que el hombre elabora a veces con acierto, enderezar las torcidas o incluso rechazar por incorregibles las que el hombre altera movido por su propio interés. De ahí que ya al Arrupe joven le ocupara de preferencia, avizorar de dónde venían y adonde llevaban los tumbos de una sociedad, como la del primer cuarto del siglo XX en la que el sismógrafo de los cambios culturales, sociales y religiosos osciló hasta extremos casi nunca conocidos en el pasado. Sorprenden los análisis de la realidad, que ya formuló. Luego, como General, serán su ocupación constante. Eran su personal forma de pisar con seguridad tierra de Dios en la tierra de los hombres. E nes del viaje y las repercusiones de dicho neopaganismo en la sociedad japonesa. Se le ha grabado la visión del mundo que entonces sintetizaba Mons Fulton Sheen: Nuestro mundo actual experimenta un gran divorcio: el divorcio de Cristo y de su Cruz. Por un lado el mundo comunista simboliza la Cruz sin Cristo; por otro, la civilización postcristiana occidental, girando sobre su propio bienestar, el Cristo reblandecido, sin la Cruz, El problema importante del mundo moderno es: ¿Hallará la Cruz a Cristo, antes que Cristo halle la Cruz? En mi opinión el comunismo hallará a Cristo antes que el Occidente poscristiano halle la Cruz. Pedro Arrupe ABC mino y en base a esa lectura constante, decidir decisión pertenecieron al vocabulario esencial de Pedro Arrupe. Que es como decir que ya nunca soltó el volante. Le impresionaron particularmente aquellos cambios culturales inducidos que afectan al hombre directamente en el corazón de su ser. En lo que es, lo que puede ser o no puede ser, o no debe ser, y lo que pretende ser. Conducir al hombre, a través del laberinto de proyectos de hombre que al ser humano se le ofrecen como mercancía en los super- mercados de las ideologías, acompañándole respetuosamente, vaciándose por comprenderle, haciéndose todo a todos se convirtió en la tarea más apasionante para Arrupe. Pronto intuyó la hondura del cambio cultural. No afectaba sólo a elementos accesorios, temporales, sino se trataba de alteraciones profundas en el núcleo mismo de la persona. De ahí su esfuerzo por llegar Desdeelprincipiodeesteca- respetuosamente a ese núcleo donde el hombre se juega el ser o no ser persona. La experiencia de inculturación de sus veintisiete años de Japón le fue, particularmente, fecunda. En un primer momento fue el largo camino de comprensión de una cultura en el fondo materialista, aunque con residuos religiosos de adorno. Fueron los años de su larga y paciente inmersión cultural en los caminos del zen. Por supuesto, al precio de lo occidental propio, que había sido la envoltura de su fe desde la cuna. No ocultaría a los nuevos jóvenes misioneros el que había de ser planteamiento radical de sus vidas: No vale escudarse en el modo de pensar o actuar en vuestros países de origen. El único punto de referencia para todos vosotros y para la comunidad a la que pertenecéis no es América, España o Alemania: es Japón y los japoneses. Si alguno no puede aceptar esto, su puesto no está en el Japón. Luego, en un segundo momento, ya viceprovincial y provincial de los jesuitas en Japón (1954- 1965) responsable de recabar fondos y personas para la misión, recorrerá despacio el mundo occidental. Eran años de tensa guerra fría. Regresa de uno de esos viajes por 21 países, particularmente impactado por lo que no dudó en calificar el neopaganismo de Occidente. Y comparte con los jesuitas de Japón sus impresio- ese Cristo, al que se ha desclavado divorciándole de la Cruz y convirtiéndolo en una figura de adorno comienza de nuevo a querer recorrer el camino del Calvario para volver a ser Crucificado, se le rechaza queriendo descubrir en él un agitador disfrazado, un comunista... Y completaba su visión- -era ya el año 1959- Aunque es verdad que la Iglesia y el Catolicismo como fuerza social ha hecho grandes progresos en algunos sectores, no creo que sea una apreciación demasiado pesimista el decir que en los puntos clave, de verdadera influencia nacional e internacional, Banca, Mass Communications, Press, etc. se nota una gran debilidad aún en los países tradicionalmente católicos. Junto a la hondura del cambio, fue preocupación de Arrupe la rapidez de su propagación capilar, penetrando, como un tsunami cultural, las capas más débiles de la familia humana. Desde Japón, hace ya más de cincuenta años avisó del corrimiento del centro cultural del mundo: Hace más de un siglo que el mundo ha dejado de llevar etiqueta europea, por no decir mediterránea. Está en trance de perder muy rápidamente la marca occidental. En poco tiempo se ha multiplicado el número de nacionalidades con identidad bien diferenciada y los hemisferios opuestos ya no son Este y Oeste, sino Norte y Sur. Hay un desplazamiento significativo de los centros de gravedad del planeta. Ya en el final de su generalato reorienta parte de la Compañía al mundo emergente de los refugiados símbolo de ese Sur en movilización ya mediante migraciones imparables. Este problema vital del cambio se nos presenta todos los días, tanto en nuestra vida in- ApostillaArrupe: Encuanto dividual, como colectiva. No podemos rehuirlo, Hay que afrontarlo... Las consecuencias de ponernos a hacerlo afectan profundamente a planteamientos de vida y de evangelización, cada vez más inseparables, en la Iglesia y la vida religiosa. ¿Tenemos que cambiar nosotros? Ciertamente. Pero ¿hasta qué punto y en qué formas? No sólo porque, como hijos de nuestra época no podemos sustraernos a ella, sino, sobre todo, porque, como hijos de la luz tenemos obligación de esparcirla... Con su vida por delante, Arrupe estrena ante el cambio, enseña e impulsa, cuatro prioridades de cuño ignaciano: a) Tenemos que amar al hombre moderno, amor que nacerá de comprender sus problemas, conociéndolo a fondo, bajando para ello de nuestros pedestales b) Sólo recibiendo en esa cercanía el shock de la realidad, viviremos despiertos, capaces de ventear los cambios galopantes... y c) Nos dispondremos, desde Dios (sin este Absoluto resultaremos arrollados por los cambios que el hombre mismo ha desatado y no es capaz de controlar) a medir por el Evangelio, discernir, lo humanizante de lo deshumanizador. d) Todo ello nos exigirá un nuevo modo de revelación, más cercano al de Dios, por encarnación vaciamiento, del propio evangelizador, poniendo en juego la inculturacion interior personal, que debe preceder y acompañar a la inculturación exterior necesidad y urgencia de este nuevo modo de revelación, insustituible por métodos y técnicas, aunque haya de usarlas, fue otra de las convicciones de este apóstol del cambio que fue Pedro Arrupe: Hasta hace unos años, podía suponerse (la inculturación interior y exterior) limitada a países o continentes diversos de aquellos en los que el Evangelio se daba por inculturado desde hacía siglos. Pero los cambios galopantes acaecidos en esas zonas nos persuaden de que hoy es indispensable una inculturación nueva y constante de la fe, si queremos que el mensaje evangélico llegue al hombre moderno y a los nuevos grupos subculturales Sería un peligroso error negar que esos países necesitan una reinculturación de la fe. Su esquema puede no ser de tan difícil traducción, incluso para quienes, desde la honradez de sus vidas, aunque no se remitan en directo a la fe en Cristo, aman a la persona humana, -la gran víctima de los cambios nacidos de la locura del egoísmo humano- por encima de sus propias personas. La