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ABC MADRID 23-08-2007 página 28
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  • EdiciónABC, MADRID
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28 INTERNACIONAL JUEVES 23 s 8 s 2007 ABC Neonazis poscomunistas La lucha contra el racismo en Europa del Este debe tener, como la política antiterrorista, más allá de medidas políticas, su esencial vertiente en la represión policial y en el aumento de los instrumentos de disuasión y penalización te de Alemania- demasiado jóvenes para haber vivido conscientemente el régimen comunista, pero ya asqueados de la democracia, del libre mercado y de las letanías multiculturalistas bienpensantes de la clase política. Son el auténtico lumpenproletariat de la sociedad alemana que no tienen nada más allá de la sobredosis de alcohol e identidad nacional para anestesiarse las heridas en la autoestima. Sus padres nacieron bajo la dictadura comunista y sus abuelos se adaptaron a ella con menos entusiasmo pero tanta sumisión como antes habían vivido bajo el nazismo. El victimismo, el agravio y la impotencia movilizan en ellos el odio de cuatro generaciones y por primera vez en el marco de una sociedad abierta que los desprecia y los condena por nazis pero no los persigue con consecuencia. Ciertos barrios y comarcas alemanas orientales amenazan ya con convertirse en zonas a evitar, como aseguraba ayer el secretario del Comité Central Judío de Alemania, Stephan Kramer. Resulta especialmente grotesco que aún hoy el problema social del neonazismo en Alemania sea una competencia del Ministerio federal de la Familia y no del Ministerio del Interior, como si toda la solución al mismo estuviera en el fomento de la armonía familiar. En realidad, los segmentos más pauperizados de la sociedad germano- oriental, han recibido y alimentan este mensaje ideológico racista en casa. Por eso, las clases políticas de los estados democráticos debieran reconocer de una vez por todas que, siendo de vital importancia, no basta con políticas de desarrollo, mecanismos para evitar la lacra del fracaso escolar y la búsqueda de mecanismos sociológicos para afrontar las causas de esta creciente amenaza racista y nazi. Y mucho menos con llamamientos humanistas sobre la tolerancia y la convivencia interracial ante los que sólo crece el desprecio de estos grupos hacia la democracia y sus ansias por desafiarlo. Esto es así también en otras sociedades postcomunistas europeas. Por eso la lucha contra el neonazismo debe tener, como la política antiterrorista, más allá de medidas políticas, su esencial vertiente en la represión policial y en el incremento de los instrumentos de disuasión y penalización de sus actividades. Es imprescindible que sus enemigos sepan que el Estado de Derecho tiene la firme voluntad de defenderse y de defender a todo individuo libre que se mueva por su territorio. Hoy en día no es el caso ni en Alemania ni en muchos otros países por no hablar del nuestro. En Rusia, el presidente Vladimir Putin lo tiene mucho más fácil porque ha visto cómo encauzar la frustración de esa juventud hacia una militancia y violencia favorable al régimen. Las juventudes putinianas llamadas oficialmente Nashi (nuestro) cuentan ya con decenas de miles de miembros, mucho dinero, cuadros perfectamente formados y, aunque fundadas hace sólo tres años, considerable experiencia en intimidar y agredir a disidencia, opositores, gays y movimientos antirusos Los Nashi dan cobijo bajo el generoso manto del Kremlin a todos los movimientos neonazis surgidos en Rusia desde 1991. No son como el Komsomol, una organización oficial general de la juventud, sino una guardia pretoriana que supone la perfecta simbiosis del nazismo con la herencia estaliniana que rehabilita Putin. Pero las democracias, al contrario que las dictaduras, sólo pueden integrar individuos pero no ideas totalitarias. Por eso hay que combatirlas. Y eso se hace con leyes contra quienes promueven tales ideas y las expresan mediante la violencia. Hermann Cementerio de La Villa, a las afueras de Pisco EFE Pánico por las continuas réplicas en el sur de Perú La ayuda humanitaria sigue sin llegar a todos los damnificados por el seísmo CECILIA VALENZUELA CORRESPONSAL LIMA. A una semana del seísmo de 8.0 grados en la escala de Richter que azotó el sur de Perú, las réplicas continúan sacudiendo al devastado puerto de Pisco y a las ciudades aledañas a la provincia de Ica. El martes por la tarde, mientras el presidente Alan García se reunía con la ministra de Salud de Chile, María Soledad Barría, y el portavoz del Gobierno de Michelle Bachelet, Ricardo Lagos Weber, en las instalaciones del aeropuerto militar de Pisco, un temblor de 5.1 grados estremeció la ciudad semidestruida. García, acompañado por cinco de sus ministros, invitó a la comitiva a continuar la conversación fuera del edificio. El Instituto Geofísico de Perú ha registrado hasta el momento 440 réplicas después del terremoto y la población ha sentido quince en los últimos días. Entre el domingo y el martes, un niño murió y otro resultó herido a causa de las réplicas. El martes, una hora después del temblor que asustó a los funcionarios chilenos, otro de 4.3 grados sembró de pánico la zona. Ese mediodía, los pisqueños habían presenciado la demolición de la iglesia de San Clemente, un emblema de la fe en su región. En el templo fallecieron 148 de las 503 víctimas mortales del terremoto que, según el sismólogo del Instituto Geofísico de Perú Hernando Tavera, duró tres minutos y medio, y no dos, como se informó en un principio. Pisco, una ciudad con 116.800 habitantes, clama ahora por su reconstrucción. La ayuda humanitaria que ha llegado de distintos países amigos y desde otras regiones de Perú, no ha sido distribuida aún de manera eficiente. Las críticas a la falta de organización por parte del Estado alcanzan a su incapacidad de empadronar, a ocho días del seísmo, a todos los damnificados. Muchos de ellos siguen viviendo a la intemperie en caseríos que pueblan el desierto de Nazca, en la costa sur de Perú. Un nuevo incidente racista en una aldea cercana a Leipzig llamada Müngen, en el Estado federado de Sajonia, ha desatado un nuevo debate sobre posibles medidas contra el neonazismo que, como casi siempre sucede con las polémicas forzadas por el escándalo inmediato- -en Alemania y no sólo allí- -tienden a saturar la discusión de propuestas bienintencionadas que de poco o nada sirven allá pasen tres semanas. El sábado pasado, un grupo de ocho turistas procedentes de la India fueron brutalmente agredidos y perseguidos por las calles por una horda de jóvenes borrachos, unos claramente neonazis y otros a punto de serlo. Cuentan las crónicas que el espectáculo, en plenas fiestas del pueblo y ante miles de testigos, fue perfectamente dantesco. Las víctimas se refugiaron en un restaurante asaltado de inmediato por más de medio centenar de agresores antes de que llegara la Policía. Milagrosamente, ninguno de los turistas indios, todos ellos vapuleados, resultó herido de gravedad. El perfil de los agresores no alberga sorpresa alguna. Son jóvenes alemanes orientales, sin bachillerato, sin empleo ni esperanza de encontrarlo, en gran parte ya alcoholizados y sin pareja- -debido en parte al creciente fenómeno de la emigración femenina hacia el oes- Putin ha visto cómo encauzar la frustración hacia una militancia y violencia favorable al régimen El líder neonazi danés Johnni Hansen forcejea con la Policía EPA

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