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ABC MADRID 18-07-2007 página 79
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ABC MADRID 18-07-2007 página 79

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC MIÉRCOLES 18- -7- -2007 79 cipado en operaciones de gran calado en nuestro país. Así, en 1980 representó a Barclays en su adquisición del Banco de Valladolid, y asesoró a los Bancos Santander y Central Hispano durante su fusión, en 1999, informa Efe. Además, coordinó el equipo de abogados que representó a España en las reclamaciones exteriores derivadas del vertido del Prestige Su último gran caso desde el bufete que presidía, y quizá el más importante, fue la opa de Enel y Acciona sobre Endesa. Un testamento de peso como abogado. Si el amor por el Derecho le llegó vía genes paternos, los del arte los heredó por genética materna. Era hijo de la pintora asturiana Blanca Meruéndano. Si relevante fue su carrera de abogado, no menos brillante fue su labor de mecenazgo cultural. Pocos patronatos de museos se han escapado a su olfato, a su incisivo ojo. Son muchos los que reconocen en él al auténtico artífice de la compra por parte del Estado español de la colección Thyssen. Si la baronesa fue la que convenció al barón de la venta, Uría hizo lo propio con el Estado sobre la compra. Fue asesor jurídico en las negociaciones y gracias en buena medida a él llegaron a buen puerto. También puso su granito de arena para el regreso a nuestro país de La marquesa de Santa Cruz de Goya. El 26 de mayo de 2005 sorprendió a todos la noticia de su marcha del Patronato del Thyssen. Envió su dimisión a la ministra un día después de que el Congreso pidiera al Gobierno comenzar la negociación para la compra de la colección de la baronesa. Estoy viejo, ocupado, enfermo... dijo entonces. Muchos no le creímos. Tenía 66 años, ciertamente estaba ocupado, y no sabíamos si estaba enfermo o fue sólo una boutade pero siguió dando guerra hasta el final. Su segundo gran amor (aparte de los que profesaba a su mujer y sus cuatro hijos) fue el Museo del Prado. Era miembro de su Patronato desde 1988, fue vicepresidente de 1999 a 2004 y desde el 15 de julio de ese año ocupaba la presidencia en sustitución de Eduardo Serra. Desde ese cargo luchó codo con codo con Miguel Zugaza para que la complicada ampliación del Prado sea hoy un hecho. Rodrigo Uría Meruéndano fue, es, un caballero. De la Legión francesa... y de las que legiones que haga falta. Tal vez algún día podamos brindarle en el salón de actos del Prado el aplauso que tanto mereció y no le dimos aquel día. Descanse en paz. REACCIONES César Antonio Molina Ministro de Cultura Es una gran pérdida. Rodrigo Uría era muy cordial, muy culto, y es una tristeza que no pueda ver la inauguración de la ampliación del del Prado, que fue una de las labores en las que colaboró con más dedicación. La última vez que lo vi fue durante mi toma de posesión. Charlamos sobre las actividades que se iban a llevar a cabo durante esa inauguración y quedamos en vernos pronto con el director del museo, Miguel Zugaza, para hablar del futuro. Antonio Bonet Correa Patrono del Museo del Prado No sólo tenía una cultura artística e intelectual muy grande, sino también una gran categoría política en el sentido clásico. Gracias a él, el Museo del Prado ha llegado hasta donde hoy está con Miguel Zugaza. Parecía que Uría fuese frío cuando llevaba adelante los proyectos, pero era vitalista, apasionado y muy cordial; podía ser un conversador divertido y agudo. ¡Qué gran pérdida para la Administración y para toda la sociedad española! Miguel Ángel Cortés Ex secretario de Estado de Cultura Es muy duro asumir que un vitalista como él ha fallecido. Como presidente del Patronato y en sus años como patrono, ha sido una persona entregada con pasión al Prado; además, su papel en la adquisición de la Colección Thyssen fue decisivo. A Rodrigo Uría le hubiera gustado que se le recordase como un patriota ilustrado. Lo era y se podía contrar con él como amigo y consejero. Todo esto lo digo con pleno conocimiento de causa. Julio López Hernández Patrono del Museo del Prado He coincidido con Rodrigo Uría en numerosas ocasiones durante las sesiones del Patronato, pero ya le conocía de antes por su gran amor a las artes. Uría era un hombre de una inteligencia muy clara y de una gran determinación. En su labor en el Museo del Prado ha seguido sin ruptura la línea de uno de sus antecesores al frente del Patronato, José Antonio Fernández Ordóñez. Fue un elemento clave en la superación de las etapas polémicas. Ojo incisivo, olfato infalible Uría, entre Carmen Thyssen y Francesca de Habsburgo, durante un patronato del Museo Thyssen DANIEL G. LÓPEZ El capitán del Prado JESÚS GARCÍA CALERO Rodrigo Uría, el afable capitán del Prado, si hubiera sabido, hace sólo una semana, que estrechaba su mano por última vez, tal vez habríamos cruzado más que el saludo, efusivo, y esa complicidad ante la contingencia de los cargos y los políticos, precisamente, en la toma de posesión del nuevo ministro de Cultura. En las cartas del mar hay lugares peligrosos, corrientes, bajíos angostos e impredecibles. En todos los casos, Rodrigo Uría era el experto piloto, el consejero fiable, la inteligencia. Sabía hacer fáciles las cosas más difíciles. Así negoció, con suma habilidad, la adquisición de la Colección Thyssen para España. Como abogado, el prestigio internacional de su despacho, el de su apellido, le hacía un explorador de las más arduas negociaciones, opas y asedios homéricos a las corporaciones, absorciones shakespearianas en las que un ejecutivo se juega el ser o no ser y entona el monólogo de Hamlet. La de Endesa, por cierto, le pilló trabajando- -para Acciona- al tiempo que timoneaba la ampliación del Museo del Prado. Era marzo pasado, y estrechaba mi mano en su despacho con una sonrisa y la broma en la boca: Si no me muero de ésta... Maldita sea, porque tenía el corazón tocado, sí, y al fondo de tanta humana y afable inteligencia estaba esa sensación casi de prórroga donde se miden los grandes jugadores en ambos conceptos, grandeza y juego. En las salas del Prado llevaba desde niño, cuando su madre pintora le mostraba la vida de los dioses y los hombres ante la mejor colección de pintura del mundo. Y en los despachos del Prado nadie más constante, más paciente: patrono durante dieciséis años, fue presidente en funciones por un lar- go periodo al fallecer José Antonio Fernández Ordóñez, pero no llegó a ser nombrado. Luego, generoso vicepresidente con Eduardo Serra. Hasta que finalmente lo nombraron presidente en los inicios de esta legislatura. Su madre, ya fallecida, le había dicho ese día: ¡Qué alegría me has dado, Rodri! y lo contaba así, casi imaginándose aún ser el niño, de su mano, asombrado ante las ninfas, los reyes y los santos. Ha muerto el capitán del Prado, un barco inmenso, imposible de maniobrar, y sin embargo lo deja rumbo al futuro, por rutas seguras- lo seguras que puedan ser las rutas advertía... Y la vida.

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