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ABC MADRID 11-02-2007 página 88
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ABC MADRID 11-02-2007 página 88

  • EdiciónABC, MADRID
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88 CULTURAyESPECTÁCULOS Recordando a Carmen Laforet DOMINGO 11 s 2 s 2007 ABC (Viene de la página anterior) gar a ser una gran pintora. Me parecía lo más grande, lo más importante, lo más maravilloso que se puede llegar a ser. En cuanto a la música mi padre fracasó conmigo. Entre sus muchas aficiones estaba la del piano. Creo que tocaba muy bien el piano. Aunque en mi infancia he oído sus interpretaciones muchas veces, no puedo juzgarlo. Siento como una mutilación mi mal oído musical y al mismo tiempo agradezco que después de las primeras lecciones de piano (a las que me resistía pasivamente) mi madre, al descubrir un día que a la hora del estudio. yo estaba haciendo escalas mecánicamente y al mismo tiempo leía un cuento que había colocado en el atril, decidiese suprimir esas clases que no merecía por mi falta de afición. De los recuerdos de mi infancia respecto a cosas de arte se me ha quedado grabado el cuadro de Murillo heredado de la familia sevillana de mi abuelo paterno y que era lo más importante que teníamos en casa. Una Purísima del tamaño de las del Museo del Prado, pero en mi recuerdo mucho más bella, porque el cuadro, que no había sido restaurado nunca, tenía una pátina (de suciedad seguramente) que a mi juicio lo hacía más poético y un pequeño desgarrón o quemadura entre los dedos enlazados de la Virgen. A mí, de niña, no me cabía duda de que el La Virgen con un habano pintor había reproducido a la Virgen fumando un puro habano. Quizá por eso en mi adolescencia no se me ocurrió nunca la idea de fumar. Aún cuando ya sabía que jamás se le ocurrió a Murillo representar a la Virgen con un puro entre los dedos, la idea del puro o del humo del cigarrillo se mezclaba confusamente en mi inconsciente con el humo de los sacrificios, con el sahumerio del incienso. Hasta los veinte años no fumé mi primer cigarrillo y lo hice con cierta aprensión. Pero desgraciada o felizmente, (no lo sé) no me supo a incienso. Me gustó. Mi vida en Canarias tuvo complicaciones familiares a partir de la muerte de mi madre, porque a la segunda mujer de mi padre no le gustábamos en absoluto ni mis hermanos ni yo. Esto tuvo su lado bueno: disfruté una independencia de la familia mucho mayor de la que se acostumbraba entonces en las muchachas. A mediodía, después de las clases podía quedarme- -por ejemplo- -en la playa- -solitaria entonces en invierno, aunque no hay invierno en Canarias- -y nadar un rato, en vez de volver a casa a la sagrada hora de la comida familiar. Mi vida en Canarias tuvo complicaciones familiares a partir de la muerte de mi madre, porque a la segunda mujer de mi padre no le gustábamos en absoluto ni mis hermanos ni yo El hambre de la posguerra De Canarias recuerdo a mis amistades y aún sigo siendo amiga de muchas compañeras de Bachillerato. El don de la amistad elegida libremente ha sido una de las riquezas de mi vida. Durante la Guerra Civil, la amistad con una joven profesora de Literatura, Consuelo Bu- La autora, leyendo la prensa ABC rell, que venía de Madrid y había estudiado en el Instituto Escuela fue muy importante para mí. Ella me habló de la inquietud intelectual de la preguerra en la Universidad, me descubrió la importancia de la Institución Libre de Enseñanza en nuestra cultura, me contó anécdotas de escritores, de profesores eminentes que eran sus amigos o padres de sus amigos. Deseé conocer a todas aquellas gentes, admiré y quise antes de conocerlas a muchas personas cuya amistad, cuando llegué a Madrid, me parecía, y me sigue pareciendo, un honor y a otros a los que nunca llegué a conocer personalmente porque fueron exiliados desde la terminación de la Guerra Civil. En cuanto a la guerra, era una cuestión que no se tocaba mas que para comentar las batallas. Mi familia era apolítica; en Canarias no hubo bombardeos ni posibilidades de un frente cercano. Yo, a mis quince años, vivía el ambiente general de entusiasmo patriótico- -como se decía en nuestra zona franquista- -de las victorias y las derrotas. Estaba deseando que se liberasen pronto todas aquellas pobres gentes sometidas a horrores que nos narraban los periódicos y la radio. En 1939, recién terminada la Guerra Civil, fui a Barcelona para estudiar en la Universidad. Encontré la ciudad hambrienta que he descrito en Nada Pero el hambre no era capaz de quitarme la alegría de vivir. Barcelona fue maravillosa para mí. El don de la amistad es mi riqueza como acabo de escribir aquí. A través de cada amigo descubro un mundo nuevo. Y había muchos mundos que descubrir. Tenía yo amistad con muchachos catalanes que habían sido evacuados a Francia al final de la Guerra Civil y habían vuelto después de comenzar sus estudios universitarios en Montpelier empujados en este regreso por la guerra europea. Entre ellos, centrando aquel grupo con su personalidad, una muchacha, Concha Farré, cuya amistad, hoy, treinta y tantos años después, sigue teniendo la misma fuerza, seguridad y encanto que entonces, para las dos. A Concha la encontré estudiando, ella, por segunda vez, su Bachillerato después de ha- ber asistido a la Universidad en Francia. Su título de Bachillerato catalán no servía para los estudios oficiales de entonces. Estudiaba con espíritu deportivo y voluntad de hierro. Trabajaba unas horas por las mañanas. Solíamos reunirnos ella y yo en el Ateneo con sus amigos y una vez por semana ella nos llamaba a todos para que fuésemos a su casa. Era que había llegado el paquete, que, sorteando toda clase de dificultades, le enviaba su familia. Un paquete con embutidos, queso, golosinas y un enorme pan blanco- -el mayor lujo en aquel tiempo- -para que Concha reforzase su alimentación, que la familia imaginaba (con toda razón) que era deficientísima. Aquel paquete se abría una vez a la semana en la salita de Concha y desaparecía en diez minutos, consumido por todos nosotros y regado con un porrón de vino. Luego se hablaba en catalán- -que yo entendía pero mi pereza me impedía hablar- -del antiguo reino de Cataluña y de otras cosas y problemas, de los que yo me iba enterando. El novelista D. H. Lawrence en una carta a Huxley si no recuerdo mal dice que él cree que existe una amistad jurada más profunda, más fuerte, más indestructible que el amor y el matrimonio, una amistad que puede darse entre un hombre y otro hombre o entre dos mujeres o entre un hombre y una mujer, pero, añadía, yo nunca he encontrado semejante amistad aunque sé que existe Puedo asegurar sin miedo a equivocarrne en el punto de mi vida a que he llegado, que yo sí he encontrado semejante amistad, y que me ha sido dada, no una, sino- -para mi suerte- -varias veces en mi vida. Estas amistades no desfallecen ni en la lejanía ni en los años. Dos de estas amistades las encontré en Barcelona en el año cuarenta. Una es Concha, la otra es Linka Babecka, que había llegado a Barcelona por primera vez al mismo tiempo que yo; pero ella huyendo con su familia de la invasión alemana y rusa en Polonia. El peligro es una aventura El don de la amistad elegida libremente ha sido una de las riquezas de mi vida En 1939, fui a Barcelona para estudiar en la Universidad. Encontré la ciudad hambrienta que he descrito en Nada La familia de Linka fue desde el primer momento mi segunda familia, mi familia de adopción mutua. Vivían en la calle de Montcada en una casa propiedad de la familia catalana de Linka. Aquellos barrios de alrededor de Santa María del Mar los he recorrido centenares de veces. Con mi familia polaca vivía yo pendiente de los avatares de la guerra europea. Yo estaba segura- -y Linka también- -del triunfo aliado y de que luego se abrirían las fronteras, se llenarían las panaderías de pan y las librerías de libros interesantísimos, y todo seguiría su curso. Por el momento, el mundo entero estaba militarizado y era peligroso. Pero el peligro también es una aventura. Aún me dio Barcelona otro mundo de conocimiento. No recuerdo por qué circunstancia me encontré reunida muchas tardes en una tertulia que se hacía en el Palacio de la Virreina que era el centro de la recuperación artística de posguerra. Estos amigos que se reunían allí (casi todos pintores en ciernes) cumplían su servicio militar en estas tareas. No sé si me equivoco pero me parece que yo era la única chica que solía reunirse allí con aquellos muchachos. Alguna vez Linka vino conmigo. Y la calle. Mis encuentros callejeros con gentes de todo tipo

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