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ABC MADRID 11-01-2007 página 76
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  • EdiciónABC, MADRID
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76 CULTURAyESPECTÁCULOS Luto en el cine internacional JUEVES 11 s 1 s 2007 ABC El cine pierde a Yvonne de Carlo, una de las grandes reinas del technicolor La actriz canadiense murió a los 84 años en una residencia para actores de Los Ángeles ABC LOS ÁNGELES. Uno de los rostros más bellos del cine de los años cuarenta y cincuenta, la actriz canadiense Yvonne de Carlo, murió ayer a los ochenta y cuatro años por causas naturales en una residencia de actores en Los Ángeles. Yvonne de Carlo alcanzó la fama con papeles como el de Sephora en Los diez mandamientos de Cecil B. De Mille, o el de Lily en la serie televisiva Los Monster Su última aparición fue precisamente en una producción televisiva, en 1995. Su belleza exótica y su pelo moreno le otorgaron notoriedad. Participó en más de un centenar de películas, en las que compartió cartel con varios de los grandes actores de la época dorada de Hollywood: Burt Lancaster, Clark Gable, Sidney Poitier. Su nombre real era Peggy Ivonne Middleton. Había nacido el 1 de septiembre de 1922 en Vancouver (Canadá) Su infancia estuvo llena de dificultades económicas, ya que su padre se fue de casa cuando ella tenía sólo tres años. Ya en Hollywood con su madre, ésta presentó a la niña a numerosos castings a finales de los años treinta, aunque no logró nada positivo. A principios de los cuarenta, comenzó a participar en pequeños papeles en películas como Ruta a Marruecos o Por quién doblan las campanas Eran pequeños papeles o fugaces apariciones, aunque ya en 1945 logró un papel protagonista en Salomé, la embrujadora de Charles Lamont. Su intervención en esta película le abrió las puertas de distintas producciones de Hollywood. Fue precisamente en la última Oti Rodríguez Marchante ENTRE LA SUERTE Y EL TALENTO E La actriz, en una imagen de estudio gran superproducción en la que participó, Los diez mandamientos donde consiguió mayor popularidad. En esta película interpretaba a la mujer de Moises, Sephora. Más tarde, su carrera encontraría refugio principalmente en la televisión, y fue en este medio donde encontró su segundo gran papel: el de Lily en la serie Los Monster. ABC Yvonne de Carlo se casó en 1955 con el actor Robert Morgan, con el que coincidió en la película Amores de un impostor (1956) El matrimonio se rompería en 1968. Federico Marín Bellón LA ESCLAVA DEL TRABAJO u carrera abarca seis décadas y más de cien títulos, pero nunca ganó un Oscar ni nada parecido. Pocos sabrían hoy poner cara a su nombre, o nombre a su cara, a pesar de su indudable belleza. En La esclava libre sin ir más lejos (medio siglo, tan sólo) torturaba de celos a Sidney Poitier, que no S aguantaba el éxito del bigotito de Clark Gable. Con Los diez mandamientos tocó el cielo, ya mayorcita, tras un sinfín de papeles en los que siempre era la novia de alguien más importante o, gracias a sus rasgos, poco más que una figurante nativa. Ni su único marido, el actor y especialista Robert Morgan, era conocido. De lo que no cabe duda es de su espíritu de superviviente. Abandonada por su padre a los tres años, Yvonne salió adelante gracias a un espíritu de lucha heredado de su madre, quien tuvo que ponerse a trabajar de camarera. Cuando el cine también la abandonó, se refugió en la televisión y aún tuvo tiempo de dejar un personaje tan memorable como el de la madre de la familia Monster. En el cielo seguirá trabajando. Sus principales títulos Salomé, la embrujadora (Charles Lamont, 1945) Casbah (John Berry, 1948) El abrazo de la muerte (Robert Siodmak, 1949) El capitán Panamá (Sidney Salkow, 1952) Gavilanes del estrecho (Raoul Walsh, 1953) Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956) La esclava libre (Raoul Walsh, 1957) Bonanza (1959) El virginiano (1962) The munsters (1964) El gran McLintock (Andrew V. McLaglen, 1963) El poder (Byron Haskin, 1968) La casa de las sombras (Ricardo Wullicher, 1976) Oscar (John Landis, 1991) l talento y la suerte tienden a confundirse, entre otras cosas porque acostumbran a venir cogidos de la mano y porque se dirigen (o lo dirigen a uno) al mismo lugar, ése que los que miran suelen llamar éxito. Pues justo esa combinación, fusión o confusión es la que siempre se le atribuyó a Carlo Ponti, que, dicho pronto, ¿se le puede pedir más a la vida? Hacer películas italianas cuando merecía la pena; ganar Oscar de aquéllos; inventar una fórmula perfecta llamada Sophia Loren; matrimoniar dos veces con ella, la primera de un modo escandaloso y bajo acusaciones de bigamia, y la segunda, diez años después, ya con tarta y padrinos; mantener intactos, o casi, su talento, su suerte y su familia hasta los casi cien años... E irse un día tan anodino como cualquier miércoles y probablemente con la sensación del deber cumplido, pues incluso tuvo el arresto de tratar de hacerle un par de regates al fisco italiano. Si intentáramos ahora despegar su talento de su suerte y ver qué se coloca de su biofilmografía en cada apartado, diríamos que hay que tener mucho talento, sin duda, para engatusar de por vida a aquella Sophia Loren, metáfora del ímpetu de un mascarón de proa, y cebo, anzuelo, caña, pescado y océano para un mundo, el del cine, que la vio llegar con ojos golosos y planes de pensión. Y hay que tener desde luego mucha, mucha suerte para trabajar con Antonioni, Fellini, De Sica, Scola, Rosi, David Lean, Georges Cukor, Michael Curtiz, Monicelli o Rossellini, por sólo citar mayúsculas... Aunque el caso es que también puede dársele la vuelta a esta tortilla a medio cuajar: Suerte en lo de ser pez en el océano de la Loren y talento en su lista de directores y películas. Hoy, Carlo Ponti, que es puro pasado y como tal intocable, queda fijado en un lugar irrepetible del cine italiano, en el mismo o en el reverso, tal vez, de esa otra figura llamada Dino de Laurentis. A su vera, se maquinó un cine que hizo temblar al propio Hollywood. Décadas de cine, los cincuenta, los sesenta... que cundieron como siglos. El cine italiano camina desde hace mucho tiempo a otro paso, pero es un paso sin suerte, o sin talento.

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