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ABC MADRID 09-11-2006 página 26
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  • EdiciónABC, MADRID
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26 ESPAÑA Tribuna abierta JUEVES 9 s 11 s 2006 ABC Joaquín Calomarde Diputado del PP por Valencia EL CENTRO POLÍTICO Y LA EUROPA DEL SIGLO XXI L O que importa cuando se habla de centro político en España, y se lleva haciendo desde la Transición política, es aclarar qué se quiere decir. Lo primero es que no se está hablando del grado cero de la política, de ese lugar inane del puro pragmatismo y de la escueta vacuidad. Tampoco sólo de una actitud política de sana y edificante moderación, siempre necesaria, ni de una impostura cosmética. Nada de todo esto debe ser cierto. El centro es el lugar básico de la política democrática, tanto para la derecha democrática, como para la izquierda socialdemócrata. Es esto lo que le dota de sentido y contenido políticos. La democracia de masas, y hoy vivimos en ella en todos y cada uno de los países de la Unión Europea, supone la aceptación de algo elemental: los ciudadanos deciden políticamente lo que les parece más conveniente en cada momento. Su voto varía, permanece o se elude por medio de la abstención activa y pasiva, siempre y cuando lo consideran oportuno. No es que el centro político sea un invento de la socialdemocracia o de la derecha democrática; no lo ha inventado Giddens, ni se lo ha puesto Blair por montera, o es algo que ignoran Villepin o Sarkozy o Royal, o una entelequia que no llega a la mente de Merkel; no: centrar la política, sencillamente, es lo que los ciudadanos nos demandan en España y en Europa. concurso de las naciones europeas. Que no es lo mismo la tradición británica, que la francesa, alemana o española. Y que del cultivo sereno, moderado y centrista de esas diferencias tiene que ir surgiendo lo mejor de la ciudadanía europea (ya que no existe ni existirá nunca el sujeto político europeo stricto sensu) compartida del futuro de la Unión. Hemos de aprender a pensar en términos más amplios que los meramente nacionales, sin olvidar que la traición a lo que somos sólo favorecerá a las fuerzas disgregadoras y antisistema que padece, de un modo u otro, todo el mundo occidental desde los brutales ataques terroristas del 11- S neoyorquino, del 11- M en Madrid, o de los ataques al Metro de Londres, recientes y crueles var la tradición mejor y la historia que somos (Grecia, Roma, el Cristianismo, el Renacimiento, la Ilustración y la Europa de posguerra) intercalándolas con las tradiciones y la historia de los otros, que ya son hoy generaciones europeas; que hemos de pensar moderadamente y con inteligencia qué política de defensa común deseamos los europeos tras los Balcanes, Irak o la globalización del terrorismo; que hemos de saber qué hacer con una Europa emergente en la que deben aprender a convivir descentralizadamente los estados nacionales, las regiones y las nacionalidades. Que hemos de aprender a pensar en términos más amplios que los meramente nacionales, sin olvidar que la traición a lo que somos sólo favorecerá a las fuerzas disgregadoras y antisistema que padece, de un modo u otro, todo el mundo occidental desde los brutales ataques terroristas del 11- S neoyorquino, del 11- M en Madrid, o de los ataques al Metro de Londres recientes y crueles. Y, sobre todo, que el conjunto de actitudes y modos de hacer política denominados centro político no deberían (es un futurible, claro) ser exclusivos de un partido o de dos, sino el lugar de encuentro de la moderación de todos, del espíritu constructivo de todos cuando se trata de debatir problemas nuevos, realidades nuevas y situaciones diferentes a las heredadas de la Europa de las posguerra, la guerra fría, la caída del Muro de Berlín o los nacionalismos emergentes. El centro, y por lo tanto el reformismo consustancial a semejante actitud política, supone una apuesta arriesgada por el equilibrio y por las políticas liberales y reformistas. Se trata de hacer viable el Estado en una sociedad global; pensar la soberanía en una Unión Europea que, de hecho, relativiza las soberanías nacionales y hace surgir soberanías reducidas y exógenas. Se trata de incentivar la sociedad civil, e impedir que se destruya y, no por ello, congelar las prestaciones sociales del Estado del Bienestar. Se trata de construir una Unión Europea que, de suyo, agosta las pretensiones de los Estados decimonónicos de los Estados nacionales y no por ello olvidar las diferencias nacionales que determinan, en tanto que Estados, lo mejor y más positivo del Apostar por el centro político supone aceptar que los nuevos retos y problemas de la Europa del siglo XXI están por resolver. Que hemos de pensar seriamente cómo encauzamos el problema del empleo y la inmigración en la Europa del futuro; que hemos de repensar la soberanía, la democracia (véanse Sartori o Bobbio) las instituticiones representativas; que hemos de saber cómo conser- En España, convendría un renovado consenso al espíritu y letra de la Constitución, a la concordia nacional, a la colaboración y respeto entre el conjunto de nuestras Comunidades Autónomas y territorios de España Apostar por el centro político supone aceptar que los nuevos retos y problemas de la Europa del siglo XXI están por resolver no sepa ver esto perderá las referencias y significados de la acción política europea de los próximos quince o veinte años del presente siglo. Y aquí, en España, convendría un renovado consenso al espíritu y letra de la Constitución (en la que caben cuantos cambios sean constitucionalmente planteados con respeto a la misma y a las reglas de juego establecidas) a la concordia nacional, a la colaboración y respeto entre el conjunto de nuestras Comunidades Autónomas y territorios de España. España es un proyecto de vida en común, y ya sé que eso suena a Ortega, y a Jovellanos, y a la Constitución de Cádiz, y a la del 78. Eso suena a regeneracionismo, a la mejor tradición liberal española, eso suena a Europa, a la mejor Europa posible: la de las naciones, la de los Estados europeos, la de la cultura de Europa. Nuestra casa, nuestro ayer, nuestro presente y nuestro futuro. Quien

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