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ABC MADRID 30-08-2006 página 3
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ABC MIÉRCOLES 30 8 2006 Opinión 3 LA TERCERA DE ABC Relatos de dos ciudades (y III) EL ACUERDO DEMOCRÁTICO En la (casa) del malvado una vieja culpa engendra una culpa nueva. La Orestiada S E tejerá una historia oficial, para los vencedores, y acaso una antihistoria, no menos oficial, para los proscritos- -predijo Azaña en 1937. Y, en efecto, cada generación parece tener una lectura propia del acontecimiento histórico (S. Juliá) Por más que repitan sentirse libres de cualquier hipoteca del pasado, la generación socialista actualmente en el poder tampoco ha escapado a ese sino. Y aunque lo suyo sea más bien la demoscopia, también tienen sus leyendas. Ahora las llaman memoria Se trata, claro, de relatos al servicio de un proyecto político: la ruptura del pacto constituyente con la otra mitad para entrar en sociedad con partidos nacionalistas, programados para desmontarlo todo, salvo su propio estado. Nada muy original: una suerte de reedición del exclusivismo de partido del ochocientos o de las mayorías naturales de la República- -ese complejo patológico de superioridad moral que, a veces, perturba la izquierda de nuestras cabezas. Desde este diseño político, es razonable que les guste poco una Transición que consideran llena de claudicaciones. Con este guión de ruptura y marginación, era de esperar un regreso a la visión maniquea de la República y la Guerra. El propósito de este ajuste de cuentas con el pasado consiste en utilizar el sambenito franquista como ostrakón que contribuya a expulsar a la oposición- -no ya del poder, que es la higiene del mecanismo partidario- sino del sistema de alternancia. Nada que objetar. Porque, desde el rigor del análisis intelectual, las situaciones hay que juzgarlas únicamente en función de los objetivos de sus actores, los empresarios del poder socialista: maximizar y prolongar su poder por la vía negativa de marginar del sistema al rival, redefinido como enemigo. Y resulta de elemental cortesía académica reconocer los réditos de ésta y otras piruetas políticas socialistas. -como los de cualquier otro gremio- -tienden a maximizarlo y a eliminar la competencia. Porque- -nos lo advirtió también el filósofo escocés- -el mercado es incómodo para cualquier productor, sin exceptuar, digo yo, a los profesionales de la política. Tienen razón, pues, nuestros encuesteros socialistas, penúltimos reinventores del exclusivismo de partido: lo deseable, en efecto, es al menos una situación de mercado cautivo que margine a la competencia y evite la alternancia por muchos años. La tiranía -que era como los clásicos llamaban al monopolio de poder- -es una gran posición para los líderes, reconocía Solón. Pero luego, experiencias dolorosas y aleccionadoras (Prieto) le hicieron matizar la reflexión: el problema de esa gran posición es que carece de retirada (R. Adrados) De modo tal, que cuando el otro ocupa el poder- -y siempre hay otro, puesto que partido conlleva el reconocimiento etimológico de la otra parte (lord Acton) -paga al enemigo con la misma moneda de exclusión. El encuestero popular, dispuesto a imitar a sus actuales colegas socialistas rifando, entre nacionalistas insaciables, muñones del bloque constitucional a cambio del poder, ya está en la parrilla de salida, esperando el descalabro de sus propios correligionarios. n las ciudades greco- latinas, las prácticas de exclusión llevaban al ostracismo (el símbolo helénico del exilio) y a perder libertades, propiedades y hasta la vida. Como salida a su seguridad personal, amenazada por enfrentamientos entre banderías de aristócratas, los clásicos inventaron básicamente dos sistemas. El de los latinos, que resolvieron las bellum sociale de la tardo- república romana (ss. II y I a. C. sacralizando el monopolio de poder con la figura imperial. Cum domino pax ista venit: aquella paz augusta- -se lee en la Farsalia- -llegó, en efecto, con el poder. El poder absoluto, se entiende. Y es así como debió interpretarlo Hobbes, en su perversa definición de libertad como la ausencia de toda (el entrecomillado es mío) oposición. De modo tal que, en el razonamiento del filósofo inglés, sólo la monarquía absoluta hereditaria (un invento éste del siglo XII, que venía a corregir, según Gibbon, los peligros y maldades del sistema imperial de cooptación) garantizaba libertades y propiedades. Sin embargo, los comuneros castellanos del quinientos- -y, con más éxito, los protestantes ingleses del XVII- -comprobaron que el absolutismo eliminaba banderías locales pero no las crecientes exigencias y abusos que, una sociedad internacional no menos violenta que la civil, imponía sobre the Ancient Constitutions: el complejo tejido de privilegios, diferencias y exenciones con que el Antiguo Régimen resguardaba la libertad. En nuestros días, con una sociedad individualizada e igualitaria, ya hemos aprendido de ciertas reflexiones preñadas de amargas experiencias que algunas formas de monopolio de poder conducen al totalitarismo. Por eso Hannah Arendt pensó que la libertad personal sólo puede defenderse y garantizarse con la participación política. Y ¿qué es la democracia sino una forma de participación en el gobierno de la ciudad? De hecho, fue la democracia y la libertad polí- E tica el mecanismo alternativo inventado por los clásicos para resolver sus disputas de poder, sin amenazar sus libertades con el monopolio imperial. Fue la solución que los políticos atenienses de los siglos VI al IV (a. C. encontraron para asegurarse esa retirada que le preocupaba a Solón. No sólo daba respuesta a las demandas de ciudadanos, consumidores de derechos. Fue también una necesidad de seguridad con que los aristócratas de entonces- -profesionales y productores del poder hoy- -aprendieron a resolver sus querellas gentilicias, por acuerdo y sin miedo a que la pérdida del poder les acarreara encima mayores males. Lo redescubrieron temprano los ingleses, tras las amargas experiencias de su prolongado conflicto civil. Locke, con su Segundo Tratado, regresó de su exilio holandés en el mismo barco que su protector y jefe del partido Whig, lord Shaftesbury. Bolingbroke retornó también de su exilio francés. Seguía siendo un tory. Pero había dejado de ser absolutista al comprobar que lo absoluto tenía mala retirada. Unos y otros construyeron el primer sistema representativo moderno. Se garantizaron unos derechos y articularon fórmulas de alternancia para, entre otras cosas, poner libertades y propiedades a recaudo de un rival, incentivado también para respetar lo que para él mismo deseaba ver asegurado cuando perdiera el poder. Por eso comprendieron los doctrinarios franceses, escaldados tras las experiencias de la Revolución, que la única forma segura de hacer política consistía en gobernar sin olvidar el punto de vista de la oposición (Constant) Porque sólo los fingidores de extremismos aseguran que una parte se basta para imponer su voluntad a todos (Prieto) Fue un descubrimiento que le costó la vida al general Prim pero que todavía les permitió a Castelar y a Sagasta, a Montero Ríos y a Moret gobernar en alternancia y legislar con templanza numerosas reformas de la izquierda. zaña comprendió trágicamente que en 1930 se habían equivocado porque los gobiernos no eran eternos. Prieto y Negrín, que quizá estuvieron temprano en el secreto, no pudieron o no se atrevieron a imponerse en sazón. Y a don Julián Besteiro, que siempre lo había comprendido e intentado, los hunos (con H unamuniana) se lo impidieron y los otros especialistas en crueldad le dejaron morir en el penal de Carmona. La democracia, como en La Orestiada, es la conciliación piadosa que resuelve una tragedia de discordia civil. De este modo- -y contrariamente a lo que ahora nos cuentan- -el acuerdo y consenso con el adversario no es hoy, ni tampoco lo fue ayer en la Transición, ninguna venta rendición o claudicación de principios. La concordia entre las dos ciudades mayoritarias es precisamente el principio y la esencia de la democracia. Porque el pueblo- -concluía Prieto en el remordimiento del exilio- -no puede dividirse en dos bandos. Y- -reflexionaba Sagasta rectificando- -una política de exclusivismo e intransigencia no puede terminar más que por catástrofes. A rima facie, parecería un gran esquema. Los actuales empresarios socialistas, profesionales por dedicación y ludópatas por afición, han demostrado que se puede hacer todo. Basta con atreverse. Poder, en efecto, se puede hacer todo- -explicaba don José de Echegaray a los constructivistas de su tiempo- -hasta se puede uno calentar con billetes de banco, pero es un poco caro. La aritmética es la política de los dictadores- -por eso le gustaba tanto a Stalin. Pero la democracia es ecología: un sistema en el cual, aunque se pueda, no siempre se debe. Y esto es lo que no parecen entender los expertos de encuestas al servicio de técnicas del regate electoral- -un injerto de fontanería sociológica que no procede precisamente del linaje weberiano- -a saber: que, antes o después, la propia lógica monopolista terminará por cobrarse un peaje inabordable para el sistema pero... también para los instigadores de la mecánica de exclusión. En política todo lo que se hace se paga y todo incremento de rentas de poder se imita, por perverso que sea a la larga. Los empresarios del poder P JOSÉ VARELA ORTEGA Catedrático de Historia Contemporánea

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