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ABC MADRID 09-08-2006 página 5
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ABC MADRID 09-08-2006 página 5

  • EdiciónABC, MADRID
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ABC MIÉRCOLES 9 8 2006 Opinión 5 UNA RAYA EN EL AGUA DESACELERADOS N EL RECUADRO LA MAL LLAMADA TRANSICIÓN pesar de lo que canta la habanera famosa, Torrevieja no es un espejo. Lo que verdaderamente es un espejo es La Habana propiamente dicha. Que tiene ese punto de hermosura en la decadencia que la convierte en una serenísima Venecia sin canales, pero con palmeras. Y con uno de los pocos Parques Temáticos de las Dictaduras Comunistas que quedan en el mundo. La Habana es un espejo donde se reflejan cosas muy parecidas a las de España, en la dictadura de las minorías en que se ha convertido nuestra democracia. Lo del cante de ida y vuelta no es sólo aplicable a la guajira flamenca. La dictadura castrista da el cante de muchas cosas que ocurren en España. Aquello sí que es la patria (o muerte) del No Passsa Nada. Se pone chungaleta el dictador, no dicen qué tiene, ni en qué hospital está, ni qué médicos lo atienden, ni cómo se llama su enfermedad o de qué ha sido intervenido, y el gachó, encima, da ANTONIO su propio parte facultativo, sobrado BURGOS de facultades. Parte en el que nos quedamos con las ganas de saber, mamá, de dónde son los cantantes. No dicen nada. Y No Passsa Nada, como cuando el otro se va a Londres gratis total en el aeroplano. Allí, por supuesto, ¿qué va a pasar, si el 70 por ciento de la población cubana no exilada ha nacido después del triunfo de la revolución y ha recibido las enseñanzas obligatorias de esa Educación para la Ciudadanía que aquí nos espera? Debe inquietar más que aquí tampoco pase nada. Que el Gobierno del Reino de España se ponga de parte de la dictadura cubana y menos decir misa por el dictador, como el arzobispo de La Habana, haga sus mejores votos para que allí nunca haya urnas con votos. Pero lo más español de cuanto refleja el espejo de La Habana es lo de la transición. Los cubanos y los españoles hablamos la misma lengua. Y sus respectivos A gobiernos, más todavía: hasta el mismo vocabulario. El Gobierno del otoñal dictador ha dicho en Granma una frase que da el cante de ida y vuelta: La mal llamada transición es una palabra que no forma parte del vocabulario de los cubanos ¿No les suena? ¿No le hace pensar, compay, que ZP tiene un vocabulario completamente cubano? Si la mal llamada transición no forma parte del vocabulario de los cubanos, tampoco del habla del talante y tira palante, Talavante, de los socialistas españoles. Ni los marxistas cubanos ni los socialistas españoles quieren que les mienten la bicha de la transición. Aquéllos, para que no venga; éstos, para que se vaya y arribe no sabemos qué, si el Estado Federal o si la República de los banderazos de salida al Príncipe de Asturias. A Cuba no ha llegado, por desgracia, transición ninguna. Pero aquí hemos tirado por la borda la transición que habíamos logrado con tantas fatiguitas y tantas renuncias, con el jaraquiri de los que tenían todo el poder, empezando por Su Majestad, que renunció a ser monarca absoluto para que el Reino de España se diera libremente una Constitución. Sólo con la ausencia de la voz transición en el vocabulario gubernamental se explica que se hayan dilapidado en menos de dos años preciados bienes intangibles que habíamos conseguido entre todos los españoles: la concordia, el consenso, la reconciliación nacional, la superación de los odios de la guerra civil, la aceptación de la Monarquía como motor del cambio desde la dictadura a la democracia. Los castristas han dado el cante de ida y vuelta de lo que han hecho estos malvados de aquí con nuestro tesoro de la transición. Cante de los derrochadores del dinero público y del común consenso contra la ETA y por la Constitución, que me recuerda a Pepe Pinto: Que en la diestra y la siniestra tienes un par de agujeros por donde se va a los baños el río de mis dineros Ese ancho río de libertades era el consenso nacional logrado en la ahora mal llamada transición. O hace falta esperar a las estadísticas para comprobar que la velocidad media ha disminuido en las carreteras españolas. Basta con hacer la prueba in situ salir a una autovía y colocarse en el carril de la izquierda a la máxima velocidad legal. Esos matones de alta cilindrada que te colocaban el parachoques delantero en la nuca y te hacían guiños de urgencia con las luces para que los dejases pasar prácticamente han desaparecido, o al menos han perdido arrogancia. Y la gente va más despacio, visiblemente más despacio, hasta el punto de que a menudo se ven brillar luces de freno en las rectas, de conductores que procuran embridar la potencia de sus automóviles incluso contra la ley de la aceleración uniforme de los cuerpos. Tráfico debería proceder a analizar IGNACIO si las frecuentes acumulaCAMACHO ciones de vehículos a 120 en las autopistas, muy juntos por imposibilidad de despegarse unos de otros a la misma velocidad, no pueden terminar convirtiéndose en una nueva modalidad de peligro. En las últimas semanas se observa una cierta relajación, quizá producto de la falta de sanciones por ausencia de medios, pero sea como fuere, es perceptible a vista simple una desaceleración general de la circulación desde que entró en vigor el carné por puntos. O sea, que los españoles, mal que bien, hemos cumplido. Y ahora le toca cumplir al Estado. No sólo a base de disponer más radares, más controles y más vigilancia orwelliana de la observancia legal, sino de un esfuerzo inversor en infraestructuras que es bastante más caro y de rentabilidad menos inmediata. Porque el nuevo carné agota la capacidad de presión sobre los ciudadanos, salvo unas improbables condenas de prisión- ¿se puede encarcelar a un conductor temerario en un país en el que robar sale gratis y matar, bastante barato? -que sólo lograrían redundar más aún la sensación de una justicia descompensada. Si la coacción de los puntos no basta para disminuir significativamente la sangría vial, el Estado tendrá que asumir de una vez la responsabilidad que hasta ahora está cargando contra los automovilistas a través de una escalada represiva. Las estadísticas son muy tercas: entre un 60 y un 80 por 100 de los accidentes, según los años y las temporadas, se producen en carreteras secundarias o de un solo carril. Lo que equivale a decir que un buen plan de infraestructuras tendrá a medio y largo plazo mucha mayor eficacia que las medidas de presión contra los conductores. Pero invertir significa agilidad administrativa, mucho dinero y una conciencia política lo bastante generosa para admitir que las nuevas obras las pueden inaugurar otras autoridades distintas a las que las planificaron. Éste es un Gobierno ansioso de resultados rápidos, devorado por una prisa que prohíbe a los ciudadanos. Y ya va siendo hora de que acelere en la toma de decisiones estratégicas y se dé cuenta de que una obra mediana terminada es mejor que una buena ley incumplida. Y, por supuesto, mucho mejor que una mala ley cumplida.

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