
ABC
VIERNES 28 7 2006
Cultura
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Harnoncourt inaugura la nueva Casa de Mozart con Las bodas de Fígaro
Salzburgo se viste de glamour ante la puesta en escena de Claus Guth
b Los coleccionistas de estrellas
pudieron ver en directo a la rusa Anna Netrebko, la soprano que más portadas del cuché ha copado en los últimos tiempos
JUAN ANTONIO LLORENTE SALZBURGO. Los asiduos al festival no recordaban la última vez en que se vio tanto glamour por metro cuadrado como la noche del miércoles, en la apertura de la nueva sala, bautizada como la Casa de Mozart, resultado de la remodelación total de la Kleinesfestpielhaus. Nadie podía perdérselo. Los seguidores de Nikolaus Harnoncourt, que son muchos, para presenciar en primera persona cómo el maestro, frente a la Filarmónica de Viena, sacralizaba desde el foso la obra más redonda de su compositor fetiche. Los coleccionistas de estrellas, por ver en directo a la rusa Anna Netrebko, la soprano que más portadas del cuché ha copado en los últimos tiempos. Uno a uno consiguieron sus objetivos, disfrutando además con el excelente espectáculo que les brindó la nueva producción de Claus Guth, que traslada a comienzos del pasado siglo la historia del primer libreto para Mozart de Lorenzo da Ponte, inspirada en la obra de Beaumarchais Las Bodas de Fígaro Interesante y sólida propuesta servida con el magnetismo musical de Harnoncourt, desmenuzando el contenido de cada nota, paladeando y haciendo saborear la partitura mozartiana hasta la última notación, alargando arias, dúos y concertantes hasta regalar un cuarto de hora extra sobre la duración habitual, haciéndonos pensar que nun-
AP
suavidad. Todo unitaria transparencia, sin artificiosas erupciones sonoras o anticipos apocalípticos del Ocaso para no eclipsar, sino acompañar, como quería Wagner, al elenco vocal. Al Anillo de Karajan en 1967 le criticaron haber hecho un Wagner para antiwagnerianos Éste de su discípulo podría ser el segundo.
Bo Skovhus y Anna Netrebko en un momento de Las bodas de Fígaro
ca antes la habíamos escuchado. Mucho menos, como la interpretó el equilibrado plantel del reparto elegido por Harnoncourt. Y, en complicidad con Guth, alejando la alocada historia en clave de comedia en que habitualmente la conocemos para aportar pinceladas al drama sociológico en que puede trastocar en un entorno cerrado ese amor que, como dice la canción, nos toca, nos trastoca, nos provoca
AFP
Un ángel real en escena
Así, como Pasolini en su Teorema nada mejor que introducir un ángel real en escena. Un Eros juguetón trasunto del paje Cherubino, rubio objeto del deseo general, encomendado a la soprano Christine Schaefer, que, con una voz dotada de clara inflexión dramática, redondea el personaje, habitualmente defendido por mezzosopranos. El invento se convierte en eje de la dramaturgia, protegiendo, además de a su alter ego, a los puros de corazón de la historia: Fígaro, clave junto a Schaefer, a cargo del bajo barítono Ildebrando d Arcangelo en estado de gracia y, en cierta medida, Barbarina, espléndida en su cavatina del cuarto acto. Los demás serán movidos por el ángel como marionetas en un juego de
Roger Daltrey y Pete Townshend, anoche en Madrid
right o Pimball wizard Fueron alrededor de dos horas de música vibrante y encendida, con unos cuantos momentos verdaderamente
ANGEL DE ANTONIO
emocionantes. Una ocasión, la de encontrarse con unos auténticos mitos del rock, que más de un escéptico habrá de lamentar haberse perdido.
confusión y ambigüedades que a él mismo, un Cupido ciego a fin de cuentas, a veces sobrepasa, y que, con su marcha, terminará en un completo juego de aceptaciones de las tres parejas centrales. Empezando por Fígaro y Susana: Anna Netrebko, con una voz algo grande para su papel, con su mayor instante de lucimiento en la desolada aria final. Siguiendo por la relación de los señores: el barítono Bo Skovhus, con fraseo un tanto nórdico, que no molesta en un maduro conde cosmopolita y que pretende seguir ejerciendo su donjuanía al margen de su esposa, aquí Dorothea Röschman- -se percibía en una ligera estridencia de sus cuerdas la molestia por la que dos días antes no cantó en el ensayo general- desesperada por los devaneos de su esposo, y a la vez ávida de cariño. Por último, la relación cómica entre Marcellina (la soprano Marie McLaughlin, algo corta en el aria de la que a veces se prescinde) y el acabado Bartolo (el bajo Franz- Josef Selig) bien en su cometido, en la misma medida que el tenor Patrick Henckens cumple con el suyo de Basilio interpretado en línea claramente belcantista. La noche será de las que pasarán a la historia, especialmente por la labor de Harnoncourt.