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ABC MADRID 14-07-2006 página 52
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  • EdiciónABC, MADRID
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52 Sociedad EN LA MUERTE DEL CARDENAL SUQUÍA VIERNES 14 7 2006 ABC ABDICAR DE LA VERDAD SIN ÁNGEL SUQUÍA (Homilía de su toma de posesión como arzobispo de Madrid en 1983) nte todo, ¡muchas gracias a los que habéis venido aquí esta tarde desde lugares y por motivos tan diversos! Unos, por vínculos familiares o de paisanaje y amistad; otros, en representación del Gobierno español, de la Villa de Madrid, de la Xunta y Parlamento de Galicia; los obispos, para acompañarme en este momento clave de mi vida; vascos, andaluces y compostelanos, con el propósito de hacerme más llevadera la separación; mi nueva diócesis de Madrid- Alcalá, a recibirme como a quien viene en el nombre del Señor. ¡Muchas gracias a todos! Las diócesis de Almería, Málaga y Santiago formáis parte de mi vida y experiencia de obispo durante estos diecisiete años; os la ofrezco ahora toda ella, en actitud de gozoso servicio, a los madrileños. Pro vobis et pro multis es mi lema, que quiere decir: Mi corazón no tiene fronteras, y mis pies están prontos para nuevas andaduras. El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido (Is 61,1) Sólo a la luz de estas palabras barrunto yo un poco los designios escondidos de Dios, aunque es de noche como diría San Juan de la Cruz. Asimismo sólo desde ellas intentáis vosotros desvelar el misterio, aunque también sea de noche. El Señor escoge y llama a los pastores que han de conducir a su pueblo; derrama su Espíritu sobre ellos y les unge; los santifica en la verdad a fin de que por ellos sea santificada su Iglesia, y por la Iglesia, la humanidad. Este será mi gozo más grande, santificarme y santificamos. Caminar delante de vosotros en la adoración del Señor. Madurar en la vida evangélica y en la imitación de Jesucristo, y ayudaros a subir el monte de la unión con Dios. Me gustaría que lo que más se percibiera de mí en la diócesis fuera la imagen de un hombre de Dios que busca irradiar y transparentar el Evangelio, y ser compasivo y sacrificado. Pondré empeño desde hoy en fomentar la santidad de los sacerdotes, religiosos y seglares sabiendo que para ello estoy obligado a dar ejemplo de santidad en la caridad, en la humildad y sencillez de vida Claro es que ahora, ante la pérdida de la influencia de la Iglesia en el terreno de los principios éticos y de su peso social, sería suicida refugiarse en una espiritualidad desencarnada o en una actividad puramente intraeclesial. El espiritualismo es la degeneración hasta la muerte de la espiritualidad, así como el temporalismo es la acción del creyente sobre lo temporal, desvirtuada y corrompida. O hay Espíritu, o no hay Espíritu, en el creyente y en el pueblo de Dios; si lo hay, fruto suyo será el amor, la alegría, la paz. El fruto del Espíritu consiste en toda bondad, justicia, verdad. La Iglesia, cuanto más sea ella misma y actúe como tal, más abierta estará al diálogo con la sociedad; tan- A to más compartirá desde su propia fe, sin prejuicios y apriorismos, los problemas, gozos y esperanzas de los hombres Toda la Iglesia está llamada a evangelizar, cada uno según su propio don y responsabilidad. El obispo se constituye por la plenitud del sacramento del Orden en maestro del pueblo de Dios; con autoridad para enseñar a los fieles en comunión con los demás obispos y el Romano Pontífice. Es una característica del Concilio Vaticano II la prioridad dada a la tarea episcopal de la predicación. Y parte importante de la misma consistirá hoy- -dice Juan Pablo II- -en aplicar correctamente, sin desviaciones por de- nuevo para el ejercicio de la virtud. La revisión de vida es práctica común en los movimientos de apostolado seglar, y lo utiliza como método Juan XXIII en una de sus encíclicas. Una cosa es que un colectivo se fije obsesivamente en el pasado, y otra muy distinta rechazar por sistema las enseñanzas de la experiencia y la revisión de los resultados del trabajo. Un gran teólogo de ayer, Santo Tomás, escribe con palabras que muy bien pueden servir para el hombre de hoy: Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera de camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelanta poco, se va acercando al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando del término Por eso yo me sentiré siempre obligado a afrontar, como obispo, las cuestiones doctrinales y morales que en cada momento deban tener en cuenta los creyentes: así como la defensa de la vida desde su concepción, la estabilidad mos, cuanto más unidos vivamos y actuemos en ella, tanto mayor será nuestra capacidad de generar una sociedad humana y fraterna. Allí donde la Iglesia es realmente una y católica, ya está el germen, la semilla que por su propia fuerza interior estallará en el fruto de la unidad universal. Mas, servir a la unidad, no es arreglar con habilidad política a las partes en litigio, sino perseguir juntos el camino a veces difícil de la verdad a unidad, por otra parte, no es mera coincidencia en hechos comprobables estadísticamente; es, ante todo, unidad en Cristo y su doctrina: en la fe y en la moral, en los sacramentos, en la obediencia a la jerarquía, en los medios comunes de santidad y en las grandes normas de disciplina. Sólo esta unidad profunda permitirá intensificar la utilización conjunta de todas las fuerzas de la Iglesia: sólo desde ella pueden actuar, con aquella coordinación que hoy es más necesaria que nunca, los sacerdotes, los religiosos, los institutos seculares, las parro- L Vicente Enrique y Tarancón y Ángel Suquía en una imagen de 1985 fecto o exceso, las enseñanzas del último Concilio Ecuménico del matrimonio, la libertad y derecho de enseñanza, la moralidad pública, la injusticia en las relaciones laborales, las estructuras deshumanizantes de las grandes ciudades, como Madrid. Porque no pueden los cristianos dejar a un lado la fe a la hora de colaborar en la construcción de la ciudad temporal. Y allí donde está el hombre padeciendo dolor, injusticia, pobreza o violencia, allí ha de estar también la voz de la Iglesia con su diligente caridad y la acción de los cristianos. ABC C onviene llamar a cada cosa por su nombre. No hay que confundir la involución o evolución regresiva de un órgano o de una función vital, con el examen de conciencia; ni la revisión de vida, con una vuelta atrás en el verdadero progreso. Al final de la jornada el creyente, sabedor de las propias limitaciones, examina la conciencia para rectificar lo que ha hecho mal, o ha dejado de hacer, y tomar fuerzas de Ahora, ante la pérdida de la influencia de la Iglesia en el terreno de los principios éticos y de su peso social, sería suicida refugiarse en una espiritualidad desencarnada E ntre los rasgos esenciales de la fisonomía del obispo, el primero que el Concilio acentúa es el de servidor de la unidad en la verdad y en el amor. En una diócesis todos los obispos estamos llamados a afirmar, promover y defender la unidad de la Iglesia, comenzando por nosotros mismos. Es un reto, ciertamente, pero también una esperanza. La Iglesia es un germen de unidad y salvación para todo el género humano, según enseña el Concilio. Germen se llama el principio rudimental de un nuevo ser orgánico, lo que es origen y causa de su crecimiento como tal. Cuanto más Iglesia sea- quias, los grupos apostólicos y las pequeñas comunidades Termino: Si bien cien años (1885- 1983) no son muchos para la historia de una archidiócesis, sin embargo en un plazo de tiempo mucho menor cada obispo deja en ella una huella muy importante. Por eso quiero hoy recordar con cariño, admiración y respeto, a mi predecesor inmediato, el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, y agradecerle la preciosa referencia que nos trasmite tras once años de pontificado fecundo. Por mi parte no va a haber rupturas, ni se esconderá por miedo bajo tierra el tesoro, ni se bloqueará la marcha pujante de la comunidad diocesana. Habrá que conectar cada día más con las raíces vivas de la tradición, y proseguiremos juntos sin miedo hacia el futuro, dejándonos guiar por la confianza y obediencia al Espíritu que Cristo ha prometido y enviado a su Iglesia. En el nombre del Señor, y bajo la mirada y protección de Nuestra Señora de la Almudena y de San Isidro, comenzamos hoy la nueva etapa con esta celebración eucarística, que conmemora y sacramentalmente actualiza entre nosotros el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo y su Iglesia.

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