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ABC MADRID 04-06-2006 página 60
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ABC MADRID 04-06-2006 página 60

  • EdiciónABC, MADRID
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4 6 06 EL LIBRO PREPUBLICACIÓN El principio... o el fin Inocencio Arias algo sabe de daños colaterales y de Irak. Su carrera, por ejemplo, pagó el pato de la relevancia adquirida por nuestro país en la ONU, gracias en buena parte a su trabajo, en el plazo que medió entre los fatídicos 11- S (2001) y 11- M (2004) Su ágil libro es la intensa intrahistoria de unos hechos que, en España, se traducirían en un vuelco electoral Título: Confesiones de un diplomático. Del 11- S al 11- M Editorial: Planeta Páginas: 420 Precio: 22 euros Fecha de salida: 6 de junio l día 27 de septiembre de 2002 fue una fecha anodina en España. Gobernaba José María Aznar con una plácida mayoría absoluta de ciento ochenta y un diputados del Partido Popular, el PP. La economía era floreciente y los titulares de prensa trataban de temas nacionales. Esa tarde, bastante lejos de nuestro país, en Nueva York, y sin que nadie se percatara entonces de su alcance, se producía un acontecimiento que iba a alterar la historia de España. En la sede de las Naciones Unidas no era un día normal. En la muy fotografiada sala de la Asamblea General se celebraba una importante votación. No había claros esa tarde en las bancadas de los 184 países que componían la ONU. Se elegían los nuevos miembros del poderoso Consejo de Seguridad para los dos próximos años. España era uno de los candidatos después de ocho años de ausencia. En el Consejo de Seguridad se elaboran los titulares de la ONU. Es donde se parte el bacalao de las cuestiones importantes de la Organización: ¿se condena a un país transgresor? ¿se le fuerza a negociar? ¿se le imponen sanciones? ¿se intenta detener un genocidio? Y a finales de 2002 se barruntaba que pronto habría mucho bacalao, y del grueso, que partir. Estados Unidos había subido el tono frente a Iraq: el presidente George W. Bush, advertía que debían terminar los remoloneos de Sadam Hussein, el presidente iraquí, en cuanto a autorizar el control de las armas de destrucción masiva cuya posesión se le atribuía, y las tropas americanas habían comenzado a desplazarse hacia Oriente Medio. La sociedad estadounidense aún respiraba hondamente por la herida del traumatizante atentado de las Torres Gemelas: apenas había transcurrido un año desde el 11 de septiembre de 2001 Con la aparente aceptación indirecta de la ONU, Estados Unidos había intervenido de manera fulminante en Afganistán para castigar a los culpables- -los dirigen- E tes de al- Qaeda, a cuyo frente se hallaba Osama Bin Laden, el fundador de la organización- -y a sus encubridores- -los talibanes afganos- Completada la invasión de Afganistán para la Administración republicana e incluso (aunque esto se pase por alto en Europa) para la inmensa mayoría de la opinión pública de Estados Unidos, el régimen de Sadam Hussein era el próximo al que había que meter en cintura. Así lo había pregonado Bush sin tapujos en ese imponente escenario de la ONU, pocos días antes, el 12 de septiembre, frente a más de un centenar de jefes de gobierno y ministros de Exteriores, con las cámaras de televisión como notario Como es habitual cuando el presidente de Estados Unidos se dirige a la Asamblea, lo que no sucede todos los años, la selecta concurrrencia- -la sala está atestada de jefes de Estado y ministros de Exteriores a quienes los embajadores, que en ese momento son unos mindundis, han cedido lógicamente la cabecera de las delegaciones de sus respectivos países- -bebe las palabras del inquilino de la Casa Blanca y analiza hasta sus miradas, pausas y suspiros. El mensaje de Bush, que, después de un leve envaramiento inicial, fue rotundamente comprensible. Como titularía al día siguiente la prensa estadounidense, Bush advirtió a las Naciones Unidas que si no frenan a Sadam Hussein, Estados Unidos lo hará con o sin su apoyo Porque, aunque si bien era cierto que el presidente había proclamado que mi país trabajará con las Naciones Unidas para hacer frente al desafío común hasta el delegado más lerdo, que los hay, o en su defecto, el vivillo de su embajada, había tomado nota de la frase final de la alocución del mandatario estadounidense: Por herencia y por elección, Estados Unidos actuará. Inocencio Arias Diplomático En el Consejo de Seguridad es donde se parte el bacalao de las cuestiones importantes de la Organización Pero tarde o temprano tienes que mojarte Y ustedes, los delegados de las Naciones Unidas, tienen el poder de hacerlo también El mensaje era prístino La advertencia de Bush de que la ONU debería obligar a Sadam a desarmarse o lo haría él fue realizada, como veremos, en el solemne marco de la Asamblea general en la que participan todos los estados, pero la pelota pasó rápidamente al Consejo de Seguridad, órgano mucho más reducido e importante, competente en el asunto y del que España, en esas fechas, precisamente en esas fechas, aspiraba a formar parte. La estancia en el Consejo implica, con todo, que tarde o temprano tienes que MOJARTE en algún tema delicado pero es obvio, no obstante, que durante dos años te conviertes literalmente en el rey del mambo- -también los países pequeños que tienen contenciosos vienen a llamar a tu puerta para que les sirvas de abogado- y, por ello, raro es el gobierno que si ve el toro en suerte resista la tentación de lanzarse a la pista y presentar su candidatura. En ocasiones, la lucha es encarnizada. Por ello, el gobierno del PP decidió en esta ocasión madrugar y anunció su candidatura con mucha anticipación, bastante antes de que en el verano de 1997 yo llegara a la ONU. Los estrategas de Exteriores acertaron en el planteamientro porque ello nos permitió contar con un temprano apreciable puñado de votos disuasorio cuando los posibles rivales del Grupo de Europa Occidental y otros estados (WEOG, por sus siglas en inglés) al que pertenece España, comenzaron a cavilar si se presentaban o no. Los sucesivos ministros de Exteriores: Abel Matutes (1996- 2000) Josep Piqué (2000- 2002) y Ana Palacio (2002- 2004) llevaban regularmente el tema en lugar destacado de sus alforjas en sus contactos y, en más de una ocasión, el presidente del gobierno, José María Aznar, como había hecho Felipe González en los noventa, también arañó apoyos. Personalmente, comencé a vislumbrar un paisaje bucólico cuan-

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