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ABC MADRID 03-06-2006 página 82
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  • EdiciónABC, MADRID
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62 SÁBADO 3 6 2006 ABC FIRMAS EN ABC ÍÑIGO MORENO MARQUÉS DE LAULA LAS CORRIDAS DE TOROS EN EL SIGLO XIX En medio del redondel había un burladero formado por dos pasillos construidos con estacas... UILLERMO Miller fue un militar inglés que luchó con España contra Napoleón y que luego se enfrentó a los españoles en América, poniendo su sable al servicio de los insurgentes de Chile y del Perú. Testigo de primera línea, sus Memorias del general Guillermo Miller al servicio de la República del Perú (Londres, 1829) están llenas de interés para conocer el desarrollo de la guerra de la independencia americana, que le tocó vivir, y también para bucear en la vida y costumbres locales, pues es un viajero curioso y buen observador que pinta, con sus descripciones, cuadros llenos de color. Entre ellos, las corridas de toros en la plaza de Acho en Lima entre 1820 y 1825. La distribución del edificio conformaba entonces unos palcos bajos, que se continuaban con una docena de filas de bancos situados en declive, y por encima dos órdenes más de palcos, hasta completar un total de diez mil asientos. En medio del redondel había un burladero formado por dos pasillos construidos con estacas y dispuestos en forma de cruz. La función empezaba a las dos de la tarde- ¡Ay! Del llanto por Ignacio Sánchez Mejías- -con un despejo realizado por una compañía militar que aca- G baba sus evoluciones tomando asiento en los tendidos. Inmediatamente aparecían diez o doce toreros de a pie, con vestidos de majo de seda de colores diferentes, bordados de oro y plata. Algunos de ellos, con especialidad de los matadores, son criminales perdonados, y todos reciben una crecida suma por cada una de las corridas a que asisten Al tiempo se presentaban diferentes aficionados, montados en excelentes caballos. Solían situarse en la arena unos tentetiesos donde colocan pájaros, y a veces cohetes, que al embestirlos el toro salen los pájaros o se encienden los cohetes La corrida se iniciaba con los caballeros aficionados. Citaban al toro y cuando este arrancaba, lo toreaban con su capa desde la silla del caballo y haciendo voltear a su cabalgadura, encadenaban varios pases unos con otros. A continuación daban la vuelta a la plaza a recoger los aplausos que han merecido y las miradas o agradable sonrisa de alguna belleza favorita a quien pretende interesar Los matadores utilizaban una espada de dos filos, recta y ancha, que portaban en la mano derecha mientras llevaban en la siniestra una muletilla. Se toreaba exclusivamente al natural sin preocuparse de que el público abroncara por dar un paso atrás: Cuando el toro arranca hacia él, a toda carrera y furiosamente, el matador se soslaya... Repetían los pases hasta que, logrando cuadrar al toro, entra de frente al matador La suerte final se hacía siempre recibiendo pasando el asta derecha por debajo del brazo del matador, que en el acto de introducirla (la espada) gira sobre la izquierda para no ser herido Esta era la lidia habitual mas en uno de los toros gustaban de emplear una técnica bien distinta y lo mataban con un gran cuchillo. Se le toreaba como a los demás pero, en vez de recibir al toro de frente y con la espada, da un paso al costado cuando el toro le embiste, y con la mayor destreza le clava el puñal en la nuca y lo mata en el acto El descabello era una suerte independiente y reconocida. Otros toros se garrochaban, esto es, se realizaba con ellos la suerte de varas pero de forma mucha más movida: el objeto de la suerte, no solo es dete- JAVIER TOMEO ESCRITOR A PROPÓSITO DE LA SOLEDAD N OS dijeron alguna vez que los buenos periodistas deben utilizar, para informar, sólo las palabras precisas, es decir, ir directo al grano. -Eso es lo que me parece a mi también- -opina Ramón, tras uno de sus inquietantes parpadeos. Los informadores- -e inclusos ciertos literatos, que se me antojan demasiado aficionados a la pirotécnica verbal- -deberían imponerse el gran principio que recomienda no contar con ocho palabras lo que puede contarse con cuatro. Que sean luego los lectores quienes, situándose más allá de la información que se les brinda con tanta asepsia, complementen la noticia con su imaginación, iluminándola con los colores que prefieran... aunque corran el riesgo de que no se ajusten a la realidad. Le pido a mi amigo que me ponga un ejemplo y me cuenta que hace sólo unos días leyó la prensa que unos perros guardianes dieron muerte a un merodeador nocturno que saltó la verja de una empresa. Lo que quería el hombre, según el informador, no era robar en la empresa, sino apoderarse de un cachorro. Cuando se disponía a huir con el perrito en brazos, le atacaron los otros perros, le arrastraron al interior del patio y le hirieron de muerte. La policía municipal le encontró más tarde agonizando al otro lado de la verja. En aquel momento sólo llevaba puestas las botas. Los perros le habían dejado en cueros a dentalladas. Al día siguiente, durante el funeral, el párroco habló de la marginación y del abandono que sufría la victima, alcohólico, que dormía muchas noches en la calle. -Eso es, poco más o menos, lo que contaba el diario- -me explica Demetrio, encendiendo un gran cigarro habano y echándome el humo a la cara- -pero, desde entonces, ese desgraciado suceso me está dando vueltas por la cabeza y he llegado a la conclusión de que arriesgó su vida por un cachorrillo que hubiese aliviado su soledad, pero que los perros adultos, actuando en nombre de los hombres, le negaron incluso aquel trocito de vida palpitante que hubiera puesto un poco de ternura en su vida. Le negaron un cuerpo dócil y la posibilidad de intercambiar dulces miradas con otros seres vivos. Prefirieron mandarle al cementerio. ner a la fuerza al toro en su embestida, sino obligarle a salir para fuera al mismo tiempo que, volviendo el caballo en dirección opuesta, salen uno y otro a la carrera para volverse a encontrar a pocos instantes Luego se mataba al toro en la forma usual. Los picadores llevaban defendidas las piernas con grandes botines forrados con planchas de hierro, papel y ante, para que el asta del toro no penetre Algún toro salía con las puntas de las astas cortadas para que seis u ocho indios lo recibieran en fila, rodilla en tierra y con unas lanzas cortas. Uno o dos eran lanzados por los aires pero los otros lo perseguían y repetían su acción. Algunos de los indios quedan generalmente estropeados de los golpes que reciben, y siempre se ponen medio borrachos antes de entrar en la plaza, alegando para ello que pueden resistir mucho mejor al toro cuando lo ven con dos cabezas Otra suerte única del Perú era la lanzada. En esta se fijaba en tierra un tocho de madera contra el que el indio de turno, vestido de rojo y rodilla en tierra- -siempre era un indio el que ejecutaba estas suertes especiales- -fijaba el regatón de una garrocha con la punta larga y afilada, y cuando salía el toro, al que habían azuzado convenientemente en los toriles, derecho sobre el conjunto de lanza e indio, este dirigía la punta hacía el testuz del animal y penetraba de tal forma que caía muerto a los pocos pasos. Apostilla Miller: El indio no peligra en esta suerte, si es que para ello tiene valor y serenidad bastante, pues luego que dirige la lanza se tira a un lado y deja pasar al toro Existía un último espectáculo que consistía en abrir los chiqueros a un toro al que cabalgaba un hombre montado sobre su lomo. El animal salta, da corcovos, y hace cuantos esfuerzos puede para tirar al jinete, con no poca diversión de los concurrentes; el hombre, al fin, suelta las correas que le aseguran al lomo del toro, salta en tierra... Como se ve, el rodeo tejano ya existía en el Perú con bastantes años de antelación. Al terminar la faena, el matador saludaba al palco del Gobierno y al del Ayuntamiento y luego daba una vuelta a la plaza recibiendo los aplausos en proporción de la destreza que ha manifestado y la diversión que ha ofrecido Regresaba al fin ante el palco del Ayuntamiento para recibir la propina a que se ha hecho acreedor, la cual se reduce a unos cuantos duros que le tiran a la plaza Estos curiosos apuntes sobre el desarrollo de las corridas en el Perú, me parece que resultan oportunos con la Isidrada que ha finalizado en las Ventas. Sólo quedaría comparar los encendidos comentarios sobre la belleza y atuendo de las limeñas que realiza Miller en su obra, con los que merecen las madrileñas en los tendidos del mes de mayo, para saber si la villa de Madrid se ha ganado también, como Lima entonces, ser conocida con el sobrenombre de paraíso de las mujeres y purgatorio de los hombres

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