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ABC MADRID 03-06-2006 página 72
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  • EdiciónABC, MADRID
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52 SÁBADO 3 6 2006 ABC Cultura y espectáculos La gran señora de la canción fue enterrada ayer en Chipiona. Roto por el dolor, su esposo, José Ortega Cano, llevó en sus hombros a su mujer hacia su última morada Y Rocío detuvo el tiempo en Chipiona, para siempre TEXTO: ANTONIO ASTORGA CHIPIONA En una Cádiz chipionera de barroco y noches oscuras, en una Chipiona gaditana de lunas blancas y gótico- mudejar, la voz dormida de Rocío descansa ya en el cementerio de San José. El fiero Atlántico calló por unas horas para que la riada humana abrazara a su paloma brava. José Ortega Cano tornó en capataz de los costaleros de la Virgen de Regla, que mecieron hasta el cielo a la Señora de la Canción, y sostuvo sobre sus hombros el pedazo de alma que se le ha roto. Amanecía Chipiona en un viernes de dolores y llantos cuando en la bahía los marineros habían grabado ya en sus barcos el nombre de Rocío. El asfalto era aliviado del carnívoro calor por camiones con cisternas repletas de agua. A los pies de la Virgen de Regla, Rocío de lunas blancas. A poco de allí, en su casa, ante el Cachorro, su legión de fieles podía escribir esa noche los versos más hermosos: Aunque te encuentres lejos te siento muy cerca de aquí de tu pueblo, de tu gente, y pidiendo pa ti Nunca podré entender ¿Paqué? Este sufrimiento ¿Paqué? Este sin vivir que a la muerte te lleva y a la paz te acerca La Niña Rocío La Niña Rocío detuvo el tiempo en Chipiona, con su alma y con su carne mortal y rosa, a puro grito y en silencio, como antaño lo hiciera en Sevilla el Faraón de Camas en una sublime faena en la plaza de toros de Granada. Y Curro Romero era en este viernes de dolores y llantos testigo fiel de esa parada en el tiempo. Con su esposa, Carmen Tello, no se separó de la familia que veló en una eterna noche a su Rocío del alma. El maestro Romero conversaba con el maestro Ortega Cano. Dos toreros ante la cruel cornada de la muerte. En esos momentos, el silencio hunde. Rocío llegó cubierta de claveles blancos a los pies de su Virgen de Regla. Eran las doce y treinta y cinco minutos de la madrugada de un viernes de dolores y tristezas. Sus paisanos lanzaban rosas al paso del féretro y, por bulerías, le decían ¡guapa! Los costaleros de la Virgen de Regla alzaron el ataúd, arropado por las banderas de Andalucía y España, a sus hombros. Y lo mecieron. Le dieron una vuelta a la plaza y lo llevaron a su templo, al altar. Y lo volvieron a mecer como si fuera un paso de Semana Santa en un viernes de dolores y llantos. Una luz tenue de velas rojas guiaba el tránsito de la multitud hacia su Niña Rocío la mismita que cantaba sobre el mostrador de la tienda de comestibles de su abuela Rocío. Una mirada cómplice, un guiño, un hasta luego, un te quiero, un hasta siempre, en voz baja, aquietada, queda, dedicada a una mujer que ha toreado como nadie el toro de la vida. A las dos y media de la madrugada José Ortega Cano, prendido de dolor, salía del Santuario de Nuestra Señora de Regla. Y confesó: Me hubiera gustado que hubiera venido ella, andando, como quería, como le gustaba Y el pueblo estalló en aplausos. Rocío, cuando chica me enseñaste a escribir en el barrio donde te criaste, en casa de Pura de culo corcho. Eso para mí es un orgullo Tere, de Chipiona, tenía esta deuda con la Niña Rocío y lo proclama en ese océano de poemas y amor que es Mi abuela Rocío la casa chipionera de Rocío y José, que preside un pozo a cuyas ánimas toda Chipiona pediría su eterno retorno. La bahía amanecía en calma tras una fiera noche mientras el pueblo despertaba en silencio. A las once de la mañana se cerraron las puertas del Santuario. La familia se quedó en silencio con ella. Tras la homilía, José Ortega Cano, Amador Mohedano, familiares y amigos alza- Isabel Pantoja, junto a José Ortega Cano, arroja una flor sobre el féretro con los restos mortales de Rocío Jurado ron el féretro de Rocío, lo cargaron en sus hombros y lo sacaron de la iglesia. La multitud le decía: ¡guapa! le arrojaba claveles blancos- -sus preferidos- -y se confundía en un aplauso interminable. A paso de marcha, los costaleros enfilaron la Avenida de Sevilla y giraron a la derecha camino de la casa de Rocío, Mi abuela Rocío Allí mecieron el ataúd y lo situaron frente al Cristo de la Expiración, el Cachorro, que la preside. Una cerradísima ovación convocó las lágrimas de sus familiares y costaleros que prosiguieron a paso fúnebre. Despedida en la intimidad En cada esquina, en cada rincón, había un clavel y un te quiero, un hasta siempre como una ola, Niña Rocío. Precedían a la comitiva amigos íntimos de la familia, como Curro Romero, Carmen Tello, Antonio Burgos... Dos coches fúnebres marchaban cubiertos de coronas de flores y detrás José Ortega Cano y Rocío Carrasco, en silencio, destrozados por el sufrimiento. Cada 8 de septiembre la Virgen de Regla procesiona por las calles de Chi- Rocío Carrasco llora desconsolada junto a Ortega Cano EFE

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