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ABC MADRID 17-04-2006 página 36
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ABC MADRID 17-04-2006 página 36

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36 Madrid LUNES 17 4 2006 ABC La Plaza Mayor congregó a 57 tocadores de la centenaria Cofradía de la Esclavitud de Jesús Nazareno y Conversión de Santa María Magdalena Retumbaron, atronadores, en las ventanas, las paredes y en el pecho de todos en la Plaza Mayor. La cofradía zaragozana de la Magdalena puso fin a la Semana Santa con una gran Tamborrada, una tradición aragonesa un poco más madrileña cada año Despedida a redoble de tambor TEXTO: MIGUEL DOMINGO GARCÍA FOTO: JAIME GARCÍA MADRID. Dicen que los tambores retumban en el Bajo Aragón cada Semana Santa para recordar los temblores de tierra que sucedieron a la muerte de Jesucristo en la cruz, capaces de hacer sacudir los cimientos del templo de Jerusalén. Cada Jueves y Viernes Santo se destemplan por cientos, rompiendo la hora de la medianoche, en Calanda, Híjar, Zaragoza... como expiación de los pecados y penitencia de cuantos cargan con ellos y los hacen sonar. Recorren las calles despertando la madrugada y dejando como señal de penitencia la sangre de los nudillos golpeados una y otra vez contra la piel tensada. Una tradición que se remonta a siglos y siglos, desde la Edad Media, y que expresa el dolor y la emoción con la que se vive la Semana de Pasión aragonesa: sobria y rotunda. Como una tradición heredada, gestada hace apenas diez años, los tambores y bombos aragoneses despiden también la Semana Santa madrileña. Ayer, los pellejos volvieron a ser golpeados en la Plaza Mayor, para celebrar, no la crucifixión de Jesucristo, sino su victoria sobre la muerte y su Resurrección. Cincuenta y siete tocadores de la centenaria Cofradía de la Esclavitud de Jesús Nazareno y Conversión de Santa María Magdalena, fundada en 1759 en Zaragoza, fueron los encargados este año de tañer los bombos y los tambores durante más de una hora en una Plaza Mayor soleada, donde, como cada domingo, miles de turistas y madrileños se cruzaban entre puestos de numismática y terrazas. Además de tradición, este encuentro se ha convertido en una manera de promocionar la Semana Santa aragonesa entre los madrileños y los miles de turistas extranjeros, que ayer veían atónitos repetirse esa imagen en pleno centro de la capital. Al mediodía, el estruendo rítmico comenzaba a sonar procedente de la plaza del Conde de Miranda, y la iglesia de las Jerónimas de Carboneras, donde minutos antes partía la procesión de tambores tras su estandarte. Una misa en este templo precedió la marcha y bendijo los instrumentos. En un estallido, los cofrades tocadores enfundados en el púrpura de penitencia y con guantes de cuero (para no ensangrentarse, esta vez, las manos) Pequeños redobles de tambor se convierten en tormenta y truenos al aumentar el ritmo de las baquetas entraban en la plaza, con el aplauso de miles de personas congregadas para asistir al peculiar concierto. El sonido de los tambores, a los pies de la estatua de Felipe III, retumba en las paredes, los cristales, los estómagos y los pechos de toda la Plaza, y las ventanas de madera repiten las vibraciones secas de los pellejos y las cornetas. Pequeños redobles se convierten en tormenta y truenos al aumentar el ritmo de las baquetas. El aguacero le llaman a este toque, uno de los más de 18 con los que esta Hermandad lleva tocando desde hace 50 años, cuando se fundó su sección de tambores con siete instrumentos. Ahora aglutina a más de 210 miembros, entre mujeres, hombres e incluso niños, de los 1.200 cofrades que desfilan tras paso del Nazareno y el Cristo de Medinaceli. Música sobria y sin floritura de tambores que han hecho sonar durante cinco días en Zaragoza. Siguiendo la tradición en Madrid, la cofradía también acompañó, el Sábado Santo, el balanceo del paso de Nuestra Señora de la Soledad durante su estación de Penitencia por la capital. Estamos agotados, pero muy contentos y orgullosos de haber venido. Es la segunda vez que estamos- -explicaba el hermano mayor de la Cofradía de la Esclavitud y la Magdalena, Moisés Moral Calle- el año pasado acompañamos al Cristo de Medinaceli y nos han vuelto a invitar. Hemos dejado el pabellón alto, y la gente nos ha recibido estupendamente

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